(Domingo I - TC - Ciclo
A – 2014)
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por
el demonio” (Mt 4, 1-11). El Espíritu
Santo llevó a Jesús al desierto para que Jesús fuera tentado por el demonio,
pero no porque existiera la posibilidad de que Jesús hubiera podido caer en la tentación, sino para que Jesús nos diera
ejemplo de cómo resistir a la tentación con la ayuda de la gracia divina. Jesús
jamás podía caer en la tentación porque Él es el Hombre-Dios y esto hace imposible,
con absoluta imposibilidad metafísica, que Jesús de Nazareth hubiera cedido a
la tentación, porque Jesús no era un simple hombre, sino la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad que, por la Encarnación, asume hipostáticamente, es
decir, en su Persona divina, a su Humanidad, en el seno virginal y purísimo de
María Virgen, santificando instantáneamente a esta humanidad suya, creada en
este momento para este fin de la Encarnación, consagrándola como materia del
sacrificio para ser ofrecida en la cruz para Dios Padre y ungiéndola con el
óleo santo del Amor Divino, el Espíritu Santo, consagrándola enteramente a la
Trinidad, como ofrenda purísima que habría de ser inmolada en el ara de la cruz
primero en la plenitud de los tiempos para el rescate de la humanidad.
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por
el demonio”. ¿Por qué el desierto y no otro lugar? El desierto es símbolo del
alma humana arrasada por el pecado original. Creada en gracia, el alma era como
un jardín florido, hermosísimo; sin la gracia santificante, el alma humana es
como un desierto, un lugar árido, seco, en donde se siente durante el día el
calor abrasador y ardiente de las pasiones sin freno –ira, lujuria, venganza,
gula, pereza, odio, envidia, avaricia, soberbia-, mientras que en la noche se
experimenta la dureza de un corazón helado y frío como el hielo, un corazón sin
sentimientos, que así como la noche del desierto al abatirse sobre el viajero
desprevenido es capaz de matarlo por las temperaturas bajo cero, así también el
corazón helado, inmisericorde y sin compasión del hombre pecador, es capaz de
asesinar, no solo físicamente, sino con palabras, con heridas y agresiones
verbales y morales, a su prójimo, sin tener piedad ni compasión. En el desierto
hay abundancia de alimañas ponzoñosas: arañas, alacranes, serpientes; en el
desierto hay también hienas y chacales, símbolos todos de los malos deseos y de
los malos pensamientos que anidan en el corazón del hombre y que están prontos
para atacar al prójimo. En el desierto no hay riquezas; solo hay aridez y
desolación, y mientras en el día sopla el viento abrasador –símbolo de las
pasiones sin freno-, por la noche hace un frío glacial –símbolo de un corazón
sin amor-, y todo esto es símbolo del alma en donde ya no está la gracia
santificante, y es la razón por la cual el Espíritu lleva a Jesús al desierto
para ser tentado por el demonio.
En la primera tentación, el demonio tienta a Jesús con el
pecado de la gula, aunque también están comprendidos los pecados que se cometen
con los sentidos en general: “Haz que estas piedras se conviertan en pan”. El demonio
quiere que Jesús haga un milagro por el cual las piedras se conviertan en pan,
para satisfacer el hambre. Si nos fijamos bien, todo lo que el demonio quiere, queda
en el mundo material y físico: piedra-pan-hambre corporal. El demonio no
trasciende el espíritu, porque lo que quiere es animalizar al hombre, para
reducirlo a algo más bajo que una bestia. El demonio quiere que el hombre
olvide la esfera de lo espiritual; quiere que el hombre olvide su alma, para
perderla, y por eso lo concentra en su cuerpo; el demonio quiere que el hombre
piense solo en su apetito corporal, en lo que tiene que comer con su cuerpo,
pero no con su alma, y es así que nos desvivimos por la inflación, por cuánto
cuestan los alimentos, por si suben o bajan los precios, por si se cuidan o no
se cuidan los precios, pero no nos interesa en lo más mínimo si nos alimentamos
o no de la Palabra de Dios. Esto es un clarísimo triunfo del demonio: lograr
que la sociedad se haya materializado en grado tal que pierda el sueño por lo
que ha de comer o lo ha de beber, pero que no le importe el alimento del
espíritu, la Palabra de Dios.
La
respuesta de Jesús a la tentación materialista del demonio se encamina hacia la
esfera de lo espiritual: “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios”. Pero la Iglesia va más allá de Jesús,
porque la Iglesia nos alimenta con lo que sale de sus entrañas virginales, que
es la Eucaristía, y así la Iglesia le dice al hombre de hoy, tentado con el
materialismo más abrumador que haya experimentado la humanidad en toda su
historia: “No solo de pan vive el hombre, sino del Pan Eucarístico, que nace de
las entrañas virginales de la Iglesia Virgen, el altar de Dios”.
En la segunda tentación, el demonio le dice a Jesús: “Si tú
eres Hijo de Dios, arrójate del templo y Dios dará órdenes a sus ángeles, y
ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.
El demonio tienta a Jesús por medio de la soberbia, por el orgullo presuntuoso.
Son todos aquellos cristianos que propia y verdaderamente pecan por
presuntuosos, por soberbios, que confunden misericordia con justicia, que
piensan que Dios es pura misericordia y no justicia, y que por ser Dios
misericordioso no es justo, y que por ser ellos cristianos, tienen derecho a
ser perdonados siempre y en todo momento y en cualquier caso, y que están
excusados de arrepentirse. Por lo tanto, ellos pueden vivir en el pecado y
cometer toda clase de pecados, porque Dios es misericordia y solo misericordia,
y está obligado a perdonarlos, porque es misericordioso; ellos pueden pararse
al borde del abismo, del abismo eterno, es decir, pueden vivir en pecado
mortal, pueden tener relaciones prematrimoniales, pueden ver pornografía las
veces que quieran, pueden emborracharse, pueden cometer adulterio por años y
años, pueden confesarse de esto sin verdadero propósito de enmienda, y pueden
morir incluso en ese estado, y esto es lo que representa el subirse al pináculo
del templo, pero Dios está obligado a socorrerlos, porque es misericordioso, y
ellos son cristianos, y así Dios está obligado a perdonarlos, está obligado a
perdonarles sus faltas, mientras están cayendo hacia el abismo, está obligado a
enviarles un ángel de misericordia para que los rescate y “su pie no tropiece
con la piedra”, como dice el demonio citando la Escritura.
Pero
estos cristianos pecan por presuntuosos, porque esto es presunción, y a estos
cristianos presuntuosos y soberbios, que quieren vivir y morir en el pecado
para no arrepentirse y cambiar de vida, Jesús les responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Es verdad
que Dios es infinitamente misericordioso y que Dios perdona todos los pecados,
pero es verdad también que Dios es infinitamente justo y que hay un pecado que
Dios no perdona, y es el pecado que no se confiesa, porque es el pecado que el
hombre demuestra que no quiere que se le perdone, y por lo tanto, si el hombre
no quiere que se le perdone, Dios no lo puede perdonar, porque Dios respeta el
libre albedrío humano. Dios es misericordioso, pero también es justo, y es en
virtud de su Divina Misericordia y de su Divina Justicia que no debemos tentar
a Dios, es decir, que no debemos presumir de que nos salvaremos si no buscamos
la conversión de todo corazón, buscando vivir en gracia y evitando, aun a costa
de la propia vida, el pecado mortal y el venial deliberado.
En la tercera y última tentación, el demonio le dice a
Jesús: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. El demonio tienta a Jesús
con la vanidad o gloria mundana, que es la gloria que se opone a la gloria de
Dios. se trata de la idolatría del dinero, aunque también es la moderna idolatría
que se propaga a través de los medios de comunicación masivos, y es la
idolatría por la cual masas ingentes de seres humanos se postran, día a día,
ante estrellas de fútbol, de música, de cine, de la política, de la música, de
la cultura, incluso hasta del mundo del delito. Se trata de una verdadera
idolatría satánica, por la cual el hombre reemplaza, de modo blasfemo, la
adoración que debe tributar al Único Dios verdadero, Jesucristo en la
Eucaristía. Una prueba irrefutable de que la idolatría satánica se ha instalado
entre los niños y jóvenes, entre los adultos y ancianos, de todas las clases
sociales, sin distinción de razas ni países, está al alcance de la mano y es
muy fácil de hacer: si un grupo parroquial cualquiera organizara un evento para
niños y jóvenes en donde se dijera que a tal hora y en tal lugar asistirá
Leonel Messi con todo el plantel del Barcelona para firmar autógrafos y para
sacarse fotos personalizadas con quienes acudan en primer lugar, acudirían al
lugar miles de niños y jóvenes, mientras que, domingo a domingo, Dios Padre
hace descender a su Hijo Jesús desde el cielo a la Eucaristía para donárselo
personalmente a cada uno de esos niños y jóvenes, recibiendo como respuesta una
durísima y fría indiferencia; lo mismo sucedería con los jóvenes, si las
estrellas invitadas fueran Justin Bieber, o la satanista Lady Gaga, o los Jonas
Brothers, o cualquier otro grupo musical de efímera fama. Y para no abundar, lo
mismo sucedería con los adultos y ancianos, solo que, en vez de grupos
musicales, estos con toda seguridad acudirían a idolatrar a políticos, figuras
de la cultura, del cine, del espectáculo, etc. Pero Jesús, que baja del cielo
cada vez en la Santa Misa del domingo y se queda en la Eucaristía, para ser
recibido en sus corazones y para ser allí adorado y bendecido, recibe en cambio
el ultraje del menosprecio y la indiferencia, porque los adultos y los
ancianos, al igual que los niños y los jóvenes, están muy ocupados en idolatrar
a los ídolos que el mundo de hoy les ofrece.
A
ellos, Jesús les dice: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto”.
“El
Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por el demonio”. Nuestra alma
es ese desierto al cual el Espíritu Santo lleva a Jesús. Le pidamos a Jesús que
nos dé fuerzas para vencer a la tentación, que nos enseñe y nos ayude a vencer
a la tentación, con su gracia, y como Él lo hizo, con ayuno y oración. Así,
podremos salir fortalecidos en la tentación y, como dice el Evangelio, “el
demonio nos dejará”, y Jesús estará con nosotros y así el alma nuestra, que es
un desierto, se convertirá en un Paraíso.
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