“El
rico Epulón murió y fue sepultado (…) El pobre Lázaro murió y fue llevado por
los ángeles al seno de Abraham” (Lc
6, 19-31). En la parábola de Epulón y Lázaro, ni el rico Epulón se condena por
sus riquezas, ni el pobre Lázaro se salva por su pobreza. Sostener lo
contrario, sería sostener las tesis de la teoría marxista, materialista y atea,
contraria al Evangelio y promotora de movimientos de revolución social que por
medio de la violencia y la muerte propician la lucha de clases. El rico Epulón
se condena no por sus riquezas, sino por el uso egoísta que hace de ellas, ya
que en vez de compartirlas con Lázaro, que padece hambre a la puerta de su
casa, banquetea espléndidamente todos los días y se viste de seda y lino, sin
preocuparse por Lázaro, que no tiene con qué vestirse y además está enfermo y
todo cubierto de heridas. Epulón se condena porque, según se desprende del
diálogo que tiene con Abraham, es un hombre sin fe, ya que tanto él como sus
hermanos, son personas adineradas, pero sin fe, porque no hacen caso de las
Escrituras: cuando Epulón le dice que envíe a Lázaro para que les advierta a
sus hermanos acerca de la terrible realidad de la condenación eterna en el
infierno para quienes viven despreocupadamente apegados a la riqueza como
ellos, Abraham le responde que “si no escuchan a Moisés y a los profetas,
tampoco escucharán a alguno que resucite de entre los muertos”, lo cual es un
indicio de que se trata de gente sin fe. Esas son las causas de la condenación de
Epulón –avaricia, codicia, egoísmo, falta de fe-, y no las riquezas en sí
mismas. En el fondo, la actitud de Epulón es la participación al pecado de
rebelión contra el plan divino de salvación del ángel caído.
A
su vez, Lázaro no se salva por su pobreza, sino porque no reniega de ella, ni
tiene envidia de los bienes materiales de Epulón, ni tampoco se queja
amargamente contra Dios por la suerte adversa que le toca vivir. En otras
palabras, Lázaro se salva porque bendice a Dios en su corazón a pesar del
infortunio –aparente- que significa la enfermedad y acepta con mansedumbre y
humildad los designios de Dios sobre su vida, designios que no son otra cosa
que la participación a la cruz de Jesús, y esa es la causa de su salvación.
“El
rico Epulón murió y fue sepultado (…) El pobre Lázaro murió y fue llevado por
los ángeles al seno de Abraham”. Como católicos, no podemos nunca hacer una
interpretación materialista y reduccionista de la riqueza y de la pobreza
materiales, porque corremos el riesgo de
falsear el Evangelio de Jesús. La verdadera riqueza y la verdadera pobreza están
en la cruz: riqueza, porque allí abunda la gracia; pobreza, porque nos despojamos
de lo material y de las pasiones, que son un estorbo para ir al cielo. Toda
otra dialéctica que enfrente al rico-malo contra el pobre-bueno, es falsa y
viene del maligno.
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