(Domingo VIII - TO - Ciclo
A – 2014)
“No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24-34). Tanto Dios como el dinero se erigen como
señores en el alma, solo que uno es legítimo –Dios-, mientras que el
otro es ilegítimo –el dinero-. Ahora bien, para comprender en su dimensión sobrenatural la frase de Jesús, hay que tener en cuenta que el hombre ha sido creado por Dios y que por lo tanto hay
en todo hombre un sentido innato de adoración y de reverencia y de deseo de
servir a Dios, aunque por el pecado original este sentido se haya corrompido y
oscurecido. Por lo tanto, lo más natural para el hombre, es adorar a Dios en su
corazón, alabarlo con todo su ser y con toda su alma, amarlo con toda la
intensidad y con toda la fuerza de la que es capaz su corazón, postrarse en su
interior, con su alma y con su corazón, y postrarse también con su cuerpo; lo
más natural y espontáneo para el hombre es arrodillarse ante Dios como signo
exterior de la adoración interior, expresando con el cuerpo y con el alma todo
el amor del que es capaz, al Único Dios verdadero, que es Quien lo creó y que
es por Quien vive y existe.
Pero lo contrario también es cierto: lo más anti-natural
para el hombre, es rendir culto al dinero, porque el hombre no fue creado para
el dinero, y esa es la razón de la advertencia de Jesús: no se puede servir a
Dios y al dinero, pero no por una mera incapacidad moral, podríamos decir, sino
porque el servicio del dinero, o el culto del dinero, aunque pueda parecer que
proporcione al hombre una aparente felicidad temporaria, finalizada esta
felicidad, que en sí misma es fugaz y pasajera, da inicio la amargura y la
desdicha, porque da comienzo la ausencia de Dios, que es suma infelicidad, y es
a esto a lo que quiere llegar Jesús cuando dice que “no se puede servir a Dios y
al dinero”.
“No se puede servir a Dios y al dinero”. Si el hombre nace
con este sentido de adoración innata, impreso como un sello indeleble, nos
preguntamos entonces, el porqué de la advertencia de Jesús, y la respuesta hay
que buscarla en el Paraíso, en el momento de la Caída de Adán y Eva. La advertencia
de Jesús se debe a que el Tentador, la Antigua Serpiente, al lograr hacer
perder el estado de gracia, logró oscurecer este sentido de adoración innata a
Dios que está impreso como un sello en todo ser humano, y puso en cambio un
falso sello, un sello que es el suyo, el sello del dinero. Es por esto que el
dinero es el sello del demonio, y la frase de Jesús, bien podría quedar así: “No
se puede servir a Dios y al demonio” y es lo que explica que muchos santos hayan
llamado al dinero: “excremento del demonio”. El demonio y el dinero están
indisolublemente unidos y la prueba irrefutable de que aquel que apega su
corazón al dinero en esta vida se aferra al demonio para siempre en el
infierno, es Judas Iscariote, quien vendió a Nuestro Señor por treinta monedas
de plata y por no querer escuchar los latidos del Corazón de Jesús y preferir
el tintinear de las monedas de plata, ahora y para siempre escucha los alaridos
de los condenados y los gritos horribles de Satanás.
Ahora bien, los dos señores conceden al alma dos bien
radicalmente distintos, dos glorias radicalmente opuestas: Dios concede una
gloria celestial, que pasa por la cruz, el oprobio y el desprecio de los
hombres; el demonio y el dinero, conceden una gloria mundana, que pasa por el
aplauso de los hombres y el éxito fácil, pero que finaliza alejados de Dios
para siempre. Dios concede una gloria celestial, que pasa aquí en la tierra por
la pobreza de la cruz, que es la pobreza de Cristo, porque Cristo en la cruz
nada material tiene, excepto aquello que le es útil para conducir a las almas
al cielo: la cruz de madera, el letrero que dice: “Jesús, Rey de los judíos”,
los clavos de hierro que clavan sus manos y sus pies al leño, la corona de
espinas, el lienzo con el cual cubre su humanidad. Esas son sus únicas
pertenencias materiales, que por otra parte, no son suyas, sino prestadas por
su Padre celestial, y también por su Madre, la Virgen, ya que el lienzo es,
según la Tradición, el paño con el cual se cubría la cabeza la Virgen María y
que Ella se lo dio para que Jesús se cubriera cuando los soldados le quitaron
las vestiduras al llegar a la cima del Monte Calvario. Dios concede una gloria
celestial que es inmensamente rica, pero que antes pasa por una pobreza
ignominiosa, la pobreza de la cruz, la pobreza de Cristo crucificado, que no es
necesariamente una pobreza material; es una pobreza más bien de orden
espiritual, aunque también se acompaña de pobreza espiritual, y que no debe
confundirse con la miseria económica y moral, por eso no tiene absolutamente
nada que ver con una “villa miseria”, a la que lamentablemente nos tienen
acostumbrados los pésimos gobiernos de todos los signos políticos desde hace
décadas y décadas.
Por el contrario, el demonio concede al alma que se postra
en adoración idolátrica y blasfema ante él, una gloria perversa y pasajera,
efímera, mundana, que finaliza muy pronto, pero que deslumbra al hombre, porque
está cargada de riquezas materiales, de oro, de plata, de dinero en abundancia,
de lujuria, de satisfacción de las pasiones más bajas, y que cuanto más baja es
la pasión satisfecha, más difícil es para el hombre verse libre de ella, y por
lo tanto, más encadenado se encuentra a Satanás. El dinero es el cebo y la
trampa al mismo tiempo, con el cual Satanás atrae y enlaza al hombre para
encadenarlo y colocarlo bajo sus negras alas de vampiro infernal; así como el
cazador coloca un trozo de carne en medio de la trampa de acero, esperando que
el animal quede atrapado, así el demonio ofrece al hombre el dinero fácil, el
dinero del narcotráfico, el dinero del juego ilícito, el dinero de la estafa,
el dinero del tráfico de armas, el dinero de la trampa, el dinero del robo, el
dinero obtenido sin trabajar, el dinero obtenido ilícitamente por el medio que
sea, para atraparlo con sus filosas garras, más duras que el acero, para no
soltarlo nunca jamás, para arrastrarlo consigo a la eterna oscuridad y hacerlo
partícipe de su dolor, de desesperación y de su odio contra Dios. Es en esto en
lo que finaliza el amor al dinero, y es esto lo que Jesús nos quiere advertir
cuando nos dice: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
“Ante el hombre, están el bien y el mal, la vida y la
muerte; lo que eso elija, eso se le dará”. Ante el hombre, está la cruz con
Cristo crucificado y sus Mandamientos, y el demonio con sus mandamientos; lo
que el hombre elija, eso se le dará. Ante el hombre está Dios y está el dinero,
lo que el hombre elija, eso se le dará. Dios no nos obliga a elegirlo, el
dinero tampoco, pero demostraríamos muy poco amor a Dios, eligiendo el dinero. Sirvamos a Cristo crucificado, el Cordero degollado por nuestra salvación, y Dios nos recompensará con una medida apretada, la vida eterna, y así podremos cantar eternamente sus misericordias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario