“Pidan
y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá” (Mt 7, 7-12)”. Jesús nos invita, en la
oración, a pedir, para que se nos dé; a buscar, para encontrar; a llamar, para que se nos abra. Pero, ¿dónde
debemos pedir, para que se nos dé? ¿Dónde debemos buscar, para encontrar?
¿Dónde debemos llamar, para que se nos abra? Allí donde debemos ir a pedir,
para que se nos abra; buscar, para encontrar, y llamar, para que se nos abra,
es a tres lugares, y esto con gran humildad y confianza, de rodillas y con paciencia:
a las puertas del Inmaculado Corazón de María, del Sagrado Corazón de Jesús, a
las puertas del sagrario, y a los pies del crucifijo. En todos esos lugares,
estemos seguros que si pedimos, buscamos y llamamos, con confianza,
insistencia, perseverancia y humildad, se nos dará el Amor de María Santísima,
encontraremos la Sabiduría Divina, y se nos abrirá la herida del Costado del
Sagrado Corazón de Jesús, por donde fluye, incontenible, el torrente inagotable
de su Divina Misericordia.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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