martes, 15 de abril de 2014

Miércoles Santo


(Ciclo A – 2014)
         “Se acerca la hora. Voy a celebrar la Pascua en tu casa” (Mt 26, 14-25). Jesús envía a sus discípulos a la casa de “una persona”, alguien de mucha confianza, de quien no se da el nombre en el Evangelio, pero que goza de la más completa confianza por parte de Jesús, para que disponga y prepare todo lo necesario para la comida pascual. Esta persona, amiga de Jesús, está ya avisada y lista, y solo necesita que se le dé la orden de parte de Jesús, para que comience con los preparativos y esto es lo que hace Jesús, enviando a los discípulos. A partir de entonces, la casa –un apartamento de dos pisos en Jerusalén- donde se llevará a cabo la comida pascual, como la describe el evangelista Mateo, será conocida por la historia como “el Cenáculo” y será uno de los sitios más famosos de la humanidad, por haberse llevado a cabo allí el milagro más prodigioso que haya tenido lugar en la historia de la humanidad, comparable solamente con la Encarnación del Verbo en el seno de María Santísima, y es la institución de la Eucaristía, aunque también se da otro prodigio, como la institución del Sacerdocio ministerial, además de dejar Jesús su legado más preciado, el mandato del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”.
         “Se acerca la hora. Quiero celebrar la Pascua en tu casa”. A veintiún siglos de distancia, Jesús nos repite, a cada uno de nosotros, las mismas palabras. No envía a discípulos, no estamos en Jerusalén, no tenemos un apartamento material de dos pisos, pero nos dice las mismas palabras: “Quiero celebrar la Pascua en tu casa”: todos tenemos un corazón al cual podemos disponer y preparar para la Cena Pascual. Nuestra alma es como la ciudad santa, Jerusalén y nuestro corazón es como el cenáculo de la Última Cena en donde Dios Padre nos sirve el Banquete celestial de la Santa Misa para que consumamos la Carne Santa del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; el Pan de Vida eterna, el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero “como degollado” (Ap 5, 1-14), que del Corazón traspasado de Jesús en la cruz se vierte y se recoge en el cáliz del altar y se sirve a los hijos pródigos que asisten a la Santa Misa.

         “Se acerca la hora. Quiero celebrar la Pascua en tu casa”. No es que nosotros nos acercamos a comulgar: es Jesús quien quier entrar en nuestras almas para celebrar la Pascua eterna en nuestros corazones.

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