(Ciclo
A – 2014)
¿Por qué los cristianos adoramos la cruz? Vista con ojos humanos, la cruz es
signo de tortura, de barbarie, de locura, de humillación. No hay lugar más
humillante que la cruz; no hay lugar más doloroso que la cruz; no hay lugar más
triste que la cruz; no hay lugar más penoso que la cruz. Y sin embargo, los
cristianos, todos los años, todos los Viernes Santos, adoramos la cruz. ¿Por
qué? ¿Cuál es el motivo?
Fueron los romanos los
que establecieron la muerte en cruz como escarmiento público reservado para los
peores criminales, para que los que los vieran, supieran cuán terribles eran
los tormentos que les esperaban si a alguien se le ocurría infringir la ley o
desafiar al imperio. La cruz era sinónimo, en la Antigüedad, de delito, de
castigo, de condena, y también de maldición, como lo dice la misma Escritura:
“maldito el que cuelga del madero” (Dt 21, 23Gal 3, 13). Para la Sagrada
Escritura, la cruz era sinónimo de maldición, porque significaba que el que
colgaba de la cruz, era porque ese se había apartado de los caminos de Dios y
había terminado su vida de esa manera, alejado de la bendición divina. Entonces
nosotros nos volvemos a preguntar la pregunta del inicio: si la cruz es
sinónimo de tortura, de locura, de barbarie: ¿por qué los cristianos adoramos
la cruz?
Ante todo, tenemos que saber que los cristianos no adoramos al madero de la
cruz, sino que adoramos a Cristo crucificado en la cruz y a la Sangre de Cristo
que ha embebido y ha penetrado el leño de la cruz. Adoramos la cruz que está
empapada con la Sangre de Cristo; adoramos la Sangre de Cristo que está en la
cruz y es la Sangre de Cristo en la cruz la que nos salva y es eso lo que
adoramos y no un simple madero. No adoramos al madero en sí, sino al Rey Jesús
que está clavado en la cruz[1] y que empapa al
leño de la cruz con su Sangre Preciosísima y que con sus brazos extendidos se
ha hecho cruz; adoramos al Sumo Pontífice Jesús, al Sumo y Eterno Sacerdote
Jesús, que con sus brazos extendidos se ha hecho cruz y que con su Sangre que
brota de sus heridas abiertas ha empapado la cruz y ha impregnado el madero.
Adoramos a Jesús que triunfó en la cruz y que transformó el signo de humillación,
de dolor, de ignominia y de muerte en símbolo y misterio de vida eterna y de
gloria divina. A partir de Jesús, la cruz ya no es más sinónimo de castigo,
muerte y humillación, sino de vida y de gloria, pero no de vida y de gloria
humanos, sino de vida y de gloria divinas, porque el que está en la cruz es el
Hombre-Dios y es Dios el que, con su poder divino, transforma y cambia todo,
invierte todo, dándole un nuevo significado. ¿De qué modo le da Dios un “nuevo
significado” a la cruz? Para saberlo, tenemos que saber cuál es el significado
que nosotros, los hombres, le damos a la cruz con nuestros pecados.
Nosotros, los hombres,
le damos a la cruz el significado que le daban los antiguos romanos: un
significado de tortura, de humillación, de muerte. Jesús cargó con nuestros
pecados, con todos, absolutamente todos, los de todos los hombres de todos los
tiempos, y recibió el castigo que la Justicia Divina tenía reservados para
todos los pecados, desde el más leve, hasta el más grave. Eso es lo que dice el
profeta Isaías: “Él fue castigado por nuestras rebeldías, molido por nuestras
iniquidades. El castigo por nuestra paz cayó sobre Él y por sus heridas hemos
sido sanados” (53, 5ss). La Sagrada Escritura, el profeta Isaías, es decir, el
Espíritu Santo, que habla a través del profeta Isaías, es muy explícito: “fue
castigado por nuestro pecados; sus heridas nos han sanado”. Nosotros, los
hombres, le matamos a Dios a su Hijo en la cruz, con nuestros pecados,
cometiendo el pecado de deicidio. Éste es el significado que nosotros, los
hombres, le damos a la cruz; humillación, tortura, dolor, muerte. Jesús es la
Vid Verdadera que ha sido triturada en la Vendimia de la Pasión y que ha dado
el Vino exquisito, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre derramada a
través de sus heridas abiertas y sus heridas han sido abiertas por causa
nuestra, por nuestros pecados, que Él tomó sobre sus espaldas.
Il trasporto di Cristo al sepolcro,
Antonio Ciseri
Pero nuestro Padre,
Dios, que es Amor infinito, pero que es también infinita Justicia, hizo
prevalecer su Misericordia por encima de su Justicia, y no nos pagó con nuestra
misma moneda y tuvo compasión de nosotros y nos perdonó, nos tuvo misericordia
y Amor infinitos; Dios nos perdonó en Cristo; Dios nos tuvo misericordia en
Cristo, y en vez de castigarnos por haber matado a su Hijo, nos dio Amor y
Misericordia; en vez de condenarnos, nos abrió las Puertas de su Divina
Misericordia, el Corazón traspasado de su Hijo Jesús, el Sagrado Corazón, de
donde fluyen la Sangre y el Agua, el Agua que justifica las almas y la Sangre
que da vida a las almas[2]. Nosotros, todos los
hombres, matamos a su Hijo en la cruz, y Dios Padre, en vez de descargar su
Justicia, como lo merecíamos, derramó sobre el mundo su insondable Misericordia
Divina, cuando el soldado romano, siguiendo los designios divinos, traspasó el
costado de Jesús y abrió una brecha en el Sagrado Corazón de Jesús, dejando así
escapar Sangre y Agua, la Sangre, la Sangre, que da vida a las almas, y el
Agua, que las justifica, y que a lo largo del tiempo, se transmite a los
hombres por medio de los sacramentos de la Iglesia. Esta es la razón por la
cual nosotros, los cristianos, adoramos la Santa Cruz: porque en ella Dios
Padre nos redimió, nos perdonó y nos salvó, porque en vez de juzgarnos y
condenarnos con su Justicia, nos abrió los abismos insondables de su Divina
Misericordia, las entrañas del Corazón de su Hijo Jesús traspasado en la cruz. Nosotros
descargamos sobre Jesús en la cruz, golpes de martillo y flagelos e insultos;
Jesús derramó desde la cruz, sobre nosotros, Sangre y Agua desde su Corazón
traspasado, y con su Sangre y Agua, todo el Amor y la Misericordia Divina,
porque con la Sangre y el Agua, iba el Espíritu Santo, que es la Persona-Amor
de la Santísima Trinidad.
Por último, hay un
motivo más por el cual adoramos la Santa Cruz, sobre todo en el oficio
litúrgico del Viernes Santo, y es que por el misterio de la liturgia, nos
hacemos misteriosamente partícipes de los acontecimientos sucedidos hace veinte
siglos en Tierra Santa; es decir, nos unimos, por la liturgia, y por la gracia
bautismal, ya que somos miembros del Cuerpo Místico, al Hombre-Dios Jesucristo,
que por su Pasión, nos redime. Por la liturgia, no hacemos una mera
conmemoración simbólica, ni ejercitamos simplemente la memoria psicológica de
nuestras mentes humanas; como miembros vivos de la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo e injertados por el Bautismo en Cristo, Hombre-Dios, participamos,
misteriosamente, de su Pasión redentora, de manera tal que, de un modo que no
entendemos, pero que es real, participamos en cierta forma de su Pasión llevada
a cabo hace más de veinte siglos. Adoramos la cruz porque en cierto sentido,
estamos ante Cristo que muere por nosotros, en el Calvario, siendo nosotros,
por el misterio de la liturgia, co-presentes a ese momento histórico y por eso
adoramos a Cristo, Hombre-Dios, que por nosotros muere en la cruz.
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