miércoles, 16 de abril de 2014

Viernes Santo - Adoración de la Santa Cruz


(Ciclo A – 2014)
         ¿Por qué los cristianos adoramos la cruz? Vista con ojos humanos, la cruz es signo de tortura, de barbarie, de locura, de humillación. No hay lugar más humillante que la cruz; no hay lugar más doloroso que la cruz; no hay lugar más triste que la cruz; no hay lugar más penoso que la cruz. Y sin embargo, los cristianos, todos los años, todos los Viernes Santos, adoramos la cruz. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo?
Fueron los romanos los que establecieron la muerte en cruz como escarmiento público reservado para los peores criminales, para que los que los vieran, supieran cuán terribles eran los tormentos que les esperaban si a alguien se le ocurría infringir la ley o desafiar al imperio. La cruz era sinónimo, en la Antigüedad, de delito, de castigo, de condena, y también de maldición, como lo dice la misma Escritura: “maldito el que cuelga del madero” (Dt 21, 23Gal 3, 13). Para la Sagrada Escritura, la cruz era sinónimo de maldición, porque significaba que el que colgaba de la cruz, era porque ese se había apartado de los caminos de Dios y había terminado su vida de esa manera, alejado de la bendición divina. Entonces nosotros nos volvemos a preguntar la pregunta del inicio: si la cruz es sinónimo de tortura, de locura, de barbarie: ¿por qué los cristianos adoramos la cruz?
         Ante todo, tenemos que saber que los cristianos no adoramos al madero de la cruz, sino que adoramos a Cristo crucificado en la cruz y a la Sangre de Cristo que ha embebido y ha penetrado el leño de la cruz. Adoramos la cruz que está empapada con la Sangre de Cristo; adoramos la Sangre de Cristo que está en la cruz y es la Sangre de Cristo en la cruz la que nos salva y es eso lo que adoramos y no un simple madero. No adoramos al madero en sí, sino al Rey Jesús que está clavado en la cruz[1] y que empapa al leño de la cruz con su Sangre Preciosísima y que con sus brazos extendidos se ha hecho cruz; adoramos al Sumo Pontífice Jesús, al Sumo y Eterno Sacerdote Jesús, que con sus brazos extendidos se ha hecho cruz y que con su Sangre que brota de sus heridas abiertas ha empapado la cruz y ha impregnado el madero.
         Adoramos a Jesús que triunfó en la cruz y que transformó el signo de humillación, de dolor, de ignominia y de muerte en símbolo y misterio de vida eterna y de gloria divina. A partir de Jesús, la cruz ya no es más sinónimo de castigo, muerte y humillación, sino de vida y de gloria, pero no de vida y de gloria humanos, sino de vida y de gloria divinas, porque el que está en la cruz es el Hombre-Dios y es Dios el que, con su poder divino, transforma y cambia todo, invierte todo, dándole un nuevo significado. ¿De qué modo le da Dios un “nuevo significado” a la cruz? Para saberlo, tenemos que saber cuál es el significado que nosotros, los hombres, le damos  a la cruz con nuestros pecados.
Nosotros, los hombres, le damos a la cruz el significado que le daban los antiguos romanos: un significado de tortura, de humillación, de muerte. Jesús cargó con nuestros pecados, con todos, absolutamente todos, los de todos los hombres de todos los tiempos, y recibió el castigo que la Justicia Divina tenía reservados para todos los pecados, desde el más leve, hasta el más grave. Eso es lo que dice el profeta Isaías: “Él fue castigado por nuestras rebeldías, molido por nuestras iniquidades. El castigo por nuestra paz cayó sobre Él y por sus heridas hemos sido sanados” (53, 5ss). La Sagrada Escritura, el profeta Isaías, es decir, el Espíritu Santo, que habla a través del profeta Isaías, es muy explícito: “fue castigado por nuestro pecados; sus heridas nos han sanado”. Nosotros, los hombres, le matamos a Dios a su Hijo en la cruz, con nuestros pecados, cometiendo el pecado de deicidio. Éste es el significado que nosotros, los hombres, le damos a la cruz; humillación, tortura, dolor, muerte. Jesús es la Vid Verdadera que ha sido triturada en la Vendimia de la Pasión y que ha dado el Vino exquisito, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre derramada a través de sus heridas abiertas y sus heridas han sido abiertas por causa nuestra, por nuestros pecados, que Él tomó sobre sus espaldas.



Il trasporto di Cristo al sepolcro,
Antonio Ciseri

Pero nuestro Padre, Dios, que es Amor infinito, pero que es también infinita Justicia, hizo prevalecer su Misericordia por encima de su Justicia, y no nos pagó con nuestra misma moneda y tuvo compasión de nosotros y nos perdonó, nos tuvo misericordia y Amor infinitos; Dios nos perdonó en Cristo; Dios nos tuvo misericordia en Cristo, y en vez de castigarnos por haber matado a su Hijo, nos dio Amor y Misericordia; en vez de condenarnos, nos abrió las Puertas de su Divina Misericordia, el Corazón traspasado de su Hijo Jesús, el Sagrado Corazón, de donde fluyen la Sangre y el Agua, el Agua que justifica las almas y la Sangre que da vida a las almas[2]. Nosotros, todos los hombres, matamos a su Hijo en la cruz, y Dios Padre, en vez de descargar su Justicia, como lo merecíamos, derramó sobre el mundo su insondable Misericordia Divina, cuando el soldado romano, siguiendo los designios divinos, traspasó el costado de Jesús y abrió una brecha en el Sagrado Corazón de Jesús, dejando así escapar Sangre y Agua, la Sangre, la Sangre, que da vida a las almas, y el Agua, que las justifica, y que a lo largo del tiempo, se transmite a los hombres por medio de los sacramentos de la Iglesia. Esta es la razón por la cual nosotros, los cristianos, adoramos la Santa Cruz: porque en ella Dios Padre nos redimió, nos perdonó y nos salvó, porque en vez de juzgarnos y condenarnos con su Justicia, nos abrió los abismos insondables de su Divina Misericordia, las entrañas del Corazón de su Hijo Jesús traspasado en la cruz. Nosotros descargamos sobre Jesús en la cruz, golpes de martillo y flagelos e insultos; Jesús derramó desde la cruz, sobre nosotros, Sangre y Agua desde su Corazón traspasado, y con su Sangre y Agua, todo el Amor y la Misericordia Divina, porque con la Sangre y el Agua, iba el Espíritu Santo, que es la Persona-Amor de la Santísima Trinidad.
Por último, hay un motivo más por el cual adoramos la Santa Cruz, sobre todo en el oficio litúrgico del Viernes Santo, y es que por el misterio de la liturgia, nos hacemos misteriosamente partícipes de los acontecimientos sucedidos hace veinte siglos en Tierra Santa; es decir, nos unimos, por la liturgia, y por la gracia bautismal, ya que somos miembros del Cuerpo Místico, al Hombre-Dios Jesucristo, que por su Pasión, nos redime. Por la liturgia, no hacemos una mera conmemoración simbólica, ni ejercitamos simplemente la memoria psicológica de nuestras mentes humanas; como miembros vivos de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo e injertados por el Bautismo en Cristo, Hombre-Dios, participamos, misteriosamente, de su Pasión redentora, de manera tal que, de un modo que no entendemos, pero que es real, participamos en cierta forma de su Pasión llevada a cabo hace más de veinte siglos. Adoramos la cruz porque en cierto sentido, estamos ante Cristo que muere por nosotros, en el Calvario, siendo nosotros, por el misterio de la liturgia, co-presentes a ese momento histórico y por eso adoramos a Cristo, Hombre-Dios, que por nosotros muere en la cruz.








[1] Cfr. Odo CaselMisterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid 19642, 244.
[2] Cfr. Sor Faustina Kowalska, Diario, 300.

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