(Ciclo
A – 2014)
“Habiendo amado a los suyos (…) los amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). No es la obligación,
porque Jesús no está obligado por nada ni por nadie, ni tampoco la necesidad,
porque Jesús no necesita de nada ni de nadie, lo que mueve a Jesús a dar inicio
a su Pasión. Lo que mueve a Jesús a cumplir la Pasión es el Amor: “Habiendo
amado a los suyos (…) los amó hasta el fin”. Es por Amor, que Jesús, siendo
Dios omnipotente, se humilla hasta el extremo de lavar los pies a sus discípulos,
haciendo una tarea propia de esclavos, para que sus discípulos no solo eviten
la soberbia, primer escalón en el camino de la eterna perdición, sino que comiencen
el camino que los conducirá al cielo, imitándolo a Él en la humildad; es por
Amor, que Jesús, en la Última Cena, antes de subir a la cruz y entregar su
Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Sacrificio del Calvario, deja
su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Pan de Vida eterna, en la
Hostia consagrada, instituyendo así la Eucaristía, la Santa Misa, convirtiendo
la Última Cena en la Primera Misa y cumpliendo de esa manera la promesa de que
no habría de abandonarnos y de que habría de permanecer con nosotros “hasta el
fin de los tiempos”, “hasta el último día”; es por Amor que Jesús, en la Última
Cena, instituye el sacerdocio ministerial, transmitiendo a los hombres, y solo
a los varones, no a las mujeres, el poder de consagrar su Cuerpo y su Sangre,
transubstanciando, por el poder del Espíritu Santo, que pasa a través de ellos
cuando pronuncian la fórmula de la consagración en la Santa Misa, el pan y el
vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de manera tal que los hombres de
todos los tiempos, hasta el fin de los tiempos, puedan ser alimentados con el
Verdadero Maná, el Pan caído del cielo, el Pan súper-substancial, la
Eucaristía, en su peregrinar hacia la Patria celestial; es por Amor que Jesús,
en la Última Cena, instituye el Sacerdocio ministerial, de manera tal que los
hombres puedan recibir los sacramentos, verdaderos manantiales de gracia
divina, que son la prolongación del Agua y la Sangre que brotaron de su Corazón
traspasado en la cruz; es por Amor que Jesús deja el Mandamiento Nuevo,
verdaderamente nuevo, el mandamiento de la caridad: “Os doy un mandamiento
nuevo: ‘Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado’”, porque si bien los
judíos conocían el mandato del amor al prójimo, la novedad del mandato de Jesús
radica en que los cristianos deben amarse como Cristo los ha amado, es decir,
con el Amor de la Cruz, y el Amor de la Cruz es un amor no natural, sino
sobrenatural, porque es el Amor del Hombre-Dios, es el Amor del Espíritu Santo,
es el Amor del Padre y del Hijo, es el Amor que es la Persona Tercera de la Trinidad,
la Persona-Amor de la Trinidad. Amar como Cristo nos ha amado significa amar
con amor de cruz, es decir, amar con Amor sobrenatural, no humano, sino
celestial, y esto quiere decir un amor divino, desconocido para el hombre y que
por lo mismo debe ser solicitado insistentemente, permanentemente, en la oración,
porque el hombre no lo tiene y no lo conoce. Para amar “como Cristo nos ha
amado”, es decir, para cumplir el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado,
es necesario acudir a la intercesión y mediación del Inmaculado Corazón de
María, puesto que se trata del Amor del Espíritu Santo, un Amor que está
contenido en el Inmaculado Corazón de María Santísima. Por lo tanto, quien no
hace oración a los pies de Cristo crucificado y de María Santísima, que está de
pie junto a la cruz; quien no hace oración de rodillas ante el sagrario y ante
la Virgen Custodia del Sagrario, no puede recibir este Amor que nos dejó como
legado Jesús en la Última Cena y que es el único mandamiento que necesitamos
cumplir para entrar en el cielo, porque en este mandamiento está resumida toda
la Ley Nueva: quien ama al prójimo “como Cristo nos amó”, es decir, con el Amor
del Espíritu Santo, ama con amor perfecto, y quien ama con amor perfecto a su
prójimo, ama a Dios con amor perfecto, y quien ama a Dios y al prójimo con amor
perfecto, tiene abiertas las Puertas del cielo, es decir, el Sagrado Corazón de
Jesús.
“Habiendo amado a los suyos (…) los amó hasta el fin”. En la
Última Cena, en la Pasión, todo lo hace Jesús movido por el Amor de Dios, el
Espíritu Santo. Pero no solo en la Última Cena, que fue la Primera Misa. En cada
Santa Misa, sigue actuando Jesús movido por el Amor del Espíritu Santo, porque es
por Amor que Jesús nos invita a que nos alimentemos de su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad. No tiene Él necesidad de nosotros, sino que somos
nosotros, los que tenemos necesidad de recibir su Amor, el Amor Eterno que arde
en su Sagrado Corazón Eucarístico.
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