martes, 29 de abril de 2014

“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”


“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16-21). Algunos autores[1] sostienen que “este versículo encierra la revelación más importante de toda la Biblia” y que por lo tanto, debería ser lo primero que se diera a conocer a los niños y catecúmenos (…) Más y mejor que cualquier noción abstracta, contiene en esencia y síntesis tanto el misterio de la Trinidad cuanto el misterio de la Redención”.
Contiene el misterio de la Trinidad, porque revela a Dios Uno y Trino: Dios Padre envía a Dios Hijo, para que donara todo su Amor, que es el Espíritu Santo; contiene el misterio de la Redención, porque el envío del Hijo por parte del Padre, es para la salvación de todo aquel que crea en el Nombre del Hijo. De hecho, la terrible consecuencia, es la sanción eterna que recibirán aquellos que rechacen al Hijo del Padre: serán abandonados en su ceguera (Mc 4, 12) para que crean al Príncipe de la mentira y se pierdan; esto es lo que San Pablo advierte que ocurrirá cuando aparezca el Anticristo (2 Tes 2, 9-12).
“Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo Único, para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”. Lo que el hombre tiene que entender, en su relación con Dios, es que lo que mueve a Dios en su relación con él, es el Amor y solo el Amor y nada más que el Amor; no hay, en Dios, otro motor ni otro interés hacia el hombre, que no sea el Amor. Es solo por Amor, que Dios Padre envía a su Hijo a este mundo en tinieblas, a sabiendas que nosotros, los hombres, que “habitábamos en tinieblas y en sombras de muerte” y que estábamos bajo el dominio y la guía del Príncipe de las tinieblas, habríamos de devolverle al Hijo de su Amor, crucificado y muerto en una cruz, y sin embargo, Dios Padre nos lo envía de todas formas, porque su omnipotencia cambia el significado de muerte y odio deicida que nosotros le adjudicamos a la cruz, por el Amor y la Misericordia.
“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”. Quien libremente no quiera aceptar esta sublime Verdad, contenida en estos dos renglones, indefectiblemente deberá pasar una eternidad de tinieblas; quien la acepte, vivirá una eternidad de Luz, de Amor, de Paz y de Alegría inimaginables.



[1] Por ejemplo, Mons. Keppler.

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