(Domingo II - TP - Ciclo A - 2014)
“Recibid
el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-31). Jesús
resucitado se aparece en medio de sus discípulos, que se encuentran en oración,
y les infunde el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo es el culmen de su
misterio pascual de muerte y resurrección. El Amor de Dios es la respuesta de
Dios al deicidio de los hombres. Los hombres habían crucificado a su Hijo, y
Dios Padre responde no con ira y con su Justicia divina, sino con Amor y con Misericordia,
insuflando el Espíritu Santo, el Amor Divino. Jesús insufla el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, en el cenáculo, y con esto infunde sobre la Iglesia el Amor y
la Misericordia Divina, pero ya en la cruz, cuando estaba ya muerto, ya había
infundido sobre la humanidad su Divina Misericordia, cuando el soldado romano
traspasó su Corazón y de su Corazón traspasado brotó Sangre y Agua, porque la
Sangre y el Agua, que brotaron de las profundidades del Corazón de Jesús,
fueron el vehículo para portar al Espíritu Santo, el Amor de Dios.
El Agua y la Sangre que brotaron del
Corazón traspasado de Jesús llevan en sí mismos al Amor de Dios, el Espíritu
Santo, y por eso mismo son la Misericordia de Dios para las almas, y es eso lo
que Jesús le dice a Sor Faustina Kowalska en sus apariciones como Jesús
Misericordioso, hablando de los rayos que brotan de su imagen: “Los dos rayos
indican Agua y Sangre. El rayo pálido significa el Agua que hace las almas
justas. El rayo rojo significa la Sangre que es la vida de las almas. Estos dos
rayos salieron de las profundidades de Mi tierna Misericordia, cuando Mi
corazón agonizado fue abierto por la lanza en la Cruz”.
Esta Misericordia Divina, que se
derramó sobre el mundo y la Iglesia desde el Corazón traspasado de Jesús en la
Cruz, se comunica en el tiempo y en el espacio a las almas a través de la
Iglesia de muchas maneras, principalmente a través de los sacramentos y también
a través de las obras de misericordia corporales y espirituales, pero también
por el amor fraterno entre los miembros de la Iglesia.
Pero hay un modo especialísimo por el
cual se comunica la Misericordia Divina en estos últimos tiempos que vive la
humanidad y es practicando la devoción a Jesús Misericordioso, tal como se le
apareció Jesús a Sor Faustina Kowalska, una religiosa polaca en el año 1938.
Jesús se le apareció en la celda de su convento a Sor Faustina diciéndole: “Pinta
una imagen de acuerdo a esta visión con la frase “Jesús, en Vos confío” y quiso
que la imagen fuera honrada especialmente el primer Domingo después de Pascua: “Yo
quiero que esta imagen sea solemnemente bendecida el primer Domingo después de
Pascua; ese Domingo ha de ser la Fiesta de Mi Misericordia” (…) Yo deseo que
esta imagen sea venerada, primero en tu capilla y luego en el mundo entero. Yo
prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo
victoria sobre sus enemigos aquí en la tierra, especialmente a la hora de la
muerte. Yo mismo la defenderé con mi propia gloria”.
Pero no solo el segundo Domingo después
de Pascua se derrama la Misericordia sobre la humanidad, sino todos los días, a
las Tres de la tarde, la hora en que murió Jesús en la Cruz, se derrama un
torrente inagotable de Misericordia Divina sobre los hombres. Solo basta que
nos sumerjamos, por medio de la oración, en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo, y el Amor infinito que brota del Corazón traspasado de Jesús se
derramará sobre nosotros, sobre nuestros seres queridos, y sobre todos los
hombres. Así se lo dice Jesús a Sor Faustina: “Te recuerdo, hija mía, que tan
pronto como suene el reloj a las tres de la tarde, que te sumerjas
completamente en Mi Misericordia adorándola y glorificándola; invoca su
omnipotencia para todo el mundo, y particularmente para los pobres pecadores;
porque en ese momento la Misericordia se abrió ampliamente para cada alma” (...)
“A la hora de las tres, implora Mi Misericordia, especialmente por los
pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en mi Pasión,
especialmente en mi desamparo, en el momento de mi agonía. Esta es la hora de
gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de mi
tristeza mortal. En esta hora, no rehusaré nada al alma que me lo pida por los
méritos de mi Pasión”.
Todavía más, incluso fuera del día de la Divina Misericordia, y
fuera de las Tres de la tarde, con solo contemplar la imagen de la Divina Misericordia,
la Misericordia Divina nos alcanza, con solo contemplar la imagen con fe y con
amor. Así dice Santa Faustina al contemplar la imagen de Jesús Misericordioso: “Hoy
he visto la gloria de Dios que fluye de esta imagen. Muchas almas reciben
gracias aunque no lo digan abiertamente”.
Además, quien recite la Coronilla de la Divina Misericordia -enseñada por Jesús en Persona a Sor Faustina- en la hora de la muerte,
recibirá la gracia de la conversión y de la salvación eterna: “Alienta a las
personas a recitar la Coronilla que te he dado... Quien la recite, recibirá
gran misericordia a la hora de su muerte. Los sacerdotes la recomendarán a los
pecadores como su último refugio de salvación. Aún si el pecador más
empedernido recita esta Coronilla, al menos una vez, recibirá la gracia de mi
infinita misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que
confían en Mí Misericordia”.
Y si la Coronilla se reza por un moribundo, Jesús en
Persona se hace Presente y se interpone entre el moribundo y Dios Padre,
intercediendo como Salvador misericordioso y concediendo al moribundo la gracia
de la contrición perfecta del corazón y la salvación eterna: “Escribe que
cuando reciten esta coronilla en presencia del moribundo, Yo me pondré entre mi
Padre y él, no como Juez Justo, sino como Salvador misericordioso”.
La imagen de Jesús Misericordioso es la “última
devoción para el hombre de los últimos tiempos”; es la “señal de los últimos
tiempos”, es “la última tabla de salvación”[1],
a la cual el hombre debe acudir para beneficiarse del “Agua y de la
Sangre” que brotaron del Corazón traspasado de Jesús: “(Esta imagen) Es una
señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia.
Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi
misericordia, (y) se beneficien dela Sangre y del Agua que brotó para
ellos”[2].
La devoción a la Divina Misericordia
es la última oportunidad para el hombre de los últimos tiempos. Si la humanidad
no acude a la Misericordia Divina, morirá sin remedio en el abismo
eterno. Dice Jesús: “Di a la Humanidad que esta imagen es la última
tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos”[3].
(…) “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla
de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia[4]”.
Ya no habrán más devociones, hasta el fin de los
tiempos, ni habrá tampoco más misericordia, una vez finalizados los días
terrenos, antes del Día del Juicio Final. Dios tiene toda la eternidad para
castigar, pero mientras hay tiempo, hay misericordia. Cada día que transcurre
en esta tierra, es un don de la Misericordia Divina, que nos lo concede
para retornemos a Dios Trino, para que nos arrepintamos de las maldades de
nuestros corazones, para que dejemos de obrar el mal, e iniciemos el camino que
conduce a la feliz eternidad, el camino de la cruz. El tiempo, los segundos que
pasan, los minutos, las horas, los días, los años, son dones de la
Misericordia Divina, que espera con paciencia nuestro regreso al Padre,
por medio del arrepentimiento, la contrición, el dolor de los pecados, y el
amor a Dios y al prójimo.
Mientras hay tiempo, hay misericordia, y por eso,
cada día que Dios nos concede, es un regalo de la Misericordia Divina, que
busca nuestro arrepentimiento y nuestro amor a Dios y al prójimo. Pero resulta
que el tiempo se está terminando, y que el Día de la ira divina, en donde ya no
habrá más misericordia, se está terminando, ya que está cercano el retorno de
Jesús, según sus mismas palabras: “Si no adoran Mi misericordia, morirán para
siempre. Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran
misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia”[5]
(…) “Deseo que Mi misericordia sea venerada en el mundo entero; le doy a la
humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi
misericordia”[6]
(...) “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia[7].
Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ¡ay de ellos si no
reconocen este tiempo de Mi visita![8].
La Devoción a la Divina Misericordia es
la última devoción concedida a la Humanidad, antes del Día del Juicio
Final, y prepara a los corazones para la Segunda Venida de
Jesucristo, que está próxima: “Prepararás al mundo para Mi última venida”[9].
La imagen de Jesús misericordioso es una señal de
los últimos tiempos, que avisa a los hombres que está cercano el Día de la
justicia: “Habla al mundo de mi Misericordia… Es señal de los últimos tiempos,
después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo para que
recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia”[10].
No hay opciones intermedias: o el alma se refugia en la
Misericordia de Dios, o se somete a su justicia y a su ira divina: “Quien
no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta
de Mi justicia”[11].
Jesús nos advierte, con mucha insistencia, que acudamos
a beber a la Fuente Inagotable de la Misericordia Divina, que es esta imagen
suya, que es su Corazón traspasado, de donde brotan Sangre y Agua, porque es
cierto que Jesús es Misericordia infinita, pero también es cierto que Él es también
Justicia infinita, porque de lo contrario, no sería Dios Justo, sino que sería
un Dios In-Justo, es decir, no sería Dios. Dios es Misericordia y Justicia, y
nos ofrece su Misericordia y nosotros debemos aceptar libremente su
Misericordia, pero si no queremos pasar por su Misericordia, indefectiblemente
deberemos pasar por su Justicia, y para quien no quiera pasar por su
Misericordia en esta vida, la Sabiduría Divina preparó el Infierno para que la Justicia
Divina pudiera ejercer allí los justos castigos preparados para los que
libremente eligieron morir en pecado mortal.
El mismo Jesús Misericordioso fue quien, en un
determinado momento, envió a un ángel para que llevara a Sor Faustina al
infierno y le hiciera contemplar las terribles torturas a las que son sometidos,
para siempre, aquellos que no quisieron aprovechar las innumerables
oportunidades de conversión que la Divina Sabiduría les ofrecía. El Catecismo
de la Iglesia Católica, en su Compendio, en el Número 212 dice: “El infierno
consiste en la condenación eterna de quienes, por libre elección, mueren en
pecado mortal”. Quien piensa que Dios es solo Misericordia pura, pero no Justicia,
y cree que puede vivir en el pecado y que se arrepentirá a último momento, está
equivocado. Precisamente, Jesús llevó a Sor Faustina al infierno, para que
diera testimonio de que el infierno existe y de que no está vacío; por el
contrario, está ocupado con todos aquellos que pensaron que podían burlar a la
Justicia Divina.
Jesús es Misericordia infinita, pero
también es Justicia infinita y por eso llevó a sor Faustina al infierno, para
que diera testimonio de su existencia. Dice así el tremendo testimonio de Sor
Faustina, y tengamos en cuenta fue Dios quien la llevó y quien le ordenó que
diera testimonio de su experiencia:
“Hoy, fui llevada por un ángel a los abismos del
infierno. ¡Es un lugar de gran tortura, cómo asombrosamente grande y extenso!
Los tipos de torturas que vi:
-la primer tortura del infierno es la pérdida de
Dios;
-la segunda es el remordimiento perpetuo de la
conciencia;
-la tercera es que la condición de uno nunca
cambiará;
-la cuarta es el fuego que penetra el alma sin
destruirla, un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente
espiritual, encendido por la ira de Dios;
-la quinta es la continua oscuridad y un terrible
olor sofocante, pero a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los
condenados se ven unos a otros, su propia alma y la de los demás;
-la sexta es la compañía constante de satanás;
-la séptima es la horrible desesperación, el odio a
Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Las mencionadas antes son las torturas sufridas por
todos los condenados juntos, pero que no es el fin de los sufrimientos. Hay
torturas especiales destinadas para las almas en particular. Estos son los
tormentos de los sentidos.
Cada alma padece sufrimientos terribles e
indescriptibles, relacionados con la manera en que ha pecado. Hay cavernas y
hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra.
Me habría muerto con la simple visión de estas
torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Que el pecador
sepa que va a ser torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que fueron
usados para pecar. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna
alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay infierno, o que nadie ha
estado allí, y por lo tanto nadie puede decir que no sabe. Lo que he
escrito no es más que una pálida sombra de las cosas que vi. Pero me di cuenta
de una cosa: que la mayoría de las almas que hay no creen que haya un infierno.
¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! En consecuencia, pido aún más
fervientemente por la conversión de los pecadores”[12].
Es la misma Virgen quien nos advierte de que la
Segunda Venida de Jesucristo está cercana, y de que su imagen es una señal
de esta venida. Pero tenemos que saber que la imagen no es una carta blanca
para pecar y que con Dios y su Misericordia no se juega: la Virgen dice que
quien abuse de la Misericordia Divina pasará por la ira de Dios y la ira de
Dios será tan terrible, que hasta los ángeles temblarán en ese día. Así le dice
la Virgen a Sor Faustina: ‘Yo he dado al mundo el Salvador; tú has de hablar de
su Gran Misericordia y prepararlo para su Segunda Venida. Él vendrá, no como
Salvador Misericordioso, sino como Justo Juez. Aquel día terrible será día de
Justicia, día de la ira de Dios: en aquel día los mismos ángeles temblarán… Habla
a los hombres de la Gran Misericordia de Jesús, mientras sea aún el tiempo para
conceder la misericordia. Si ahora tú callas, en aquel día tremendo deberás dar
cuentas de un gran número de almas… No temas nada; sé fiel hasta el fin’[13]”.
Finalmente, como hemos visto, Jesús asocia
numerosísimas gracias asociadas a esta imagen: “Ofrezco a los hombres la vasija
con la que han de seguir viniendo a la fuente de la Misericordia para recoger
las gracias. Esa vasija es esta imagen con la inscripción: “Jesús, en Vos
confío”. Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás.
Veneremos entonces, la imagen de Jesús
Misericordioso, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre
todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, y la honremos obrando
la misericordia para con el más necesitado, y le pidamos a la Virgen, Madre de
Misericordia, que sea Ella quien la grabe en nuestros corazones con el fuego
del Espíritu Santo, para que quede allí grabada, en el tiempo y por toda la
eternidad[14].
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