domingo, 6 de abril de 2014

“El que no tenga pecado que arroje la primera piedra”




“El que no tenga pecado que arroje la primera piedra” (Jn 1, 8-11). Los fariseos llevan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio, pero no para que se haga justicia, sino “para ponerlo a prueba”. Según la ley de Moisés, la mujer debería haber sido condenada a la lapidación y era eso lo que los fariseos querían que Jesús dictaminara. Con esto, pretendían desacreditarlo frente a sus seguidores. Pero Jesús los desarma con una simple frase, que pone al descubierto la hipocresía de sus corazones: “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra”. Jesús los desenmascara en su hipocresía, porque pretenden lapidar y dar muerte a una mujer por su pecado, cuando ellos mismos están llenos de pecado, iguales o peores aún que el pecado por el cual pretenden dar muerte a la mujer. Todos se saben pecadores y es por eso que ninguno se atreve a tirar la primera piedra. Puesto que la sentencia de Jesús da en el centro del alma de cada uno, todos abandonan la escena en silencio y avergonzados. Jesús, que sí podría juzgarla y con todo derecho, puesto que en cuanto Hombre-Dios es Justo y Supremo Juez de la humanidad, sin embargo, no la juzga. Jesús es el Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha alguna de pecado, pero no por esto la condena; por el contrario, le dice: "Yo no te condeno, vete y no peques más". La mujer, agradecida, besa los pies de Jesús. 

La escena es paradigmática de la Ley Nueva del perdón y de la caridad que viene a traer Jesús: Dios Encarnado nos perdona nuestros pecados porque nos ama y si Él nos perdona y nos da su Amor, nosotros debemos hacer lo mismo con nuestros hermanos. No tenemos derecho ni excusas, de ninguna clase, para acusar a nuestros hermanos, puesto que nosotros somos tan o más pecadores que ellos, y sobre todo, porque hemos recibido un perdón y Amor infinitos desde la cruz. No podemos acusar a nuestros hermanos, no podemos no perdonar a nuestros hermanos, porque eso equivale a “arrojar la primera piedra” y a ser puestos en clara evidencia por Jesús. Si Jesús nos perdona y nos ama con amor infinito desde la cruz, nosotros debemos perdonar y amar con ese mismo perdón y con ese mismo Amor a nuestros hermanos, de lo contrario, nos comportaremos como fariseos. 

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