Es Viernes Santo. Jesús ha muerto en la cruz; su Cuerpo
Santísimo ha sido ya sepultado. La piedra del sepulcro ha sido ya sellada sobre
la entrada, dejando el Cuerpo muerto del Hijo de la Virgen tendido en la fría y
oscura losa sepulcral. Todos se han retirado.
Solo
la Virgen de los Dolores, con sus vestidos todos cubiertos con la Sangre
Preciosísima del Redentor, ha quedado de pie, al lado de la puerta sellada del
sepulcro, en silencio y sollozando, con el dolor que oprime y atenaza su
Inmaculado Corazón. El dolor la invade por oleadas incontenibles, sube hasta su
garganta, quisiera estallar en gritos, pero se deshace en silencios que sólo
Dios Padre conoce. El dolor que tritura al Inmaculado Corazón de María se
convierte en lágrimas que a torrentes brotan de los ojos de la Purísima
Concepción, que han perdido la Luz y la Alegría que iluminaba sus días, su Hijo,
Cristo Jesús.
Llora
la Virgen de los Dolores, llora amargamente la pérdida del Hijo de su Amor, su
Hijo Jesús. Llora este Sábado Santo, y no quiere que nadie la consuele, porque
es la Raquel de la que habla la Escritura; llora porque su Hijo ya no está para
consolarla con su Presencia; llora porque no hay dolor más grande que el suyo;
llora porque con la muerte de su Hijo ha muerto la vida suya, porque su Hijo
era su vida, y al no vivir su Hijo, la Virgen siente que aunque Ella esté viva,
se siente como si estuviera muerta, y es así que hubiera deseado mil veces
morir Ella y que viviera su Hijo; pero al mismo tiempo sabe que era necesario
que su Hijo muriera en la cruz para que los hombres, muertos por el pecado,
pudieran nacer a la vida nueva de los hijos de Dios. Llora la Virgen Madre,
llora lágrimas de sangre, porque su Hijo era lo que más amaba, y todo lo que
amaba lo amaba en su Hijo, por su Hijo y para su Hijo, y sin su Hijo, le parece
a la Virgen que nada tiene vida y le parece que Ella misma está sin vida y por
eso a cada instante se siente desfallecer.
Llora
la Virgen de los Dolores, llora lágrimas de sangre, por la terrible crueldad del
corazón de los hombres, que no tuvieron piedad con el Hijo de su Amor y le
dieron terrible muerte de cruz; llora la Virgen por la crueldad de los hombres,
que le mataron a su Hijo, cuyo único delito fue amarlos con locura y darles su
Vida por amor, y ahora su Hijo Jesús está muerto en el sepulcro, después de
haberles dado hasta la última gota de su Preciosísima Sangre en la cruz.
Llora
la Virgen, desde el Viernes Santo, llora un día, y el Sábado también, llora dos
días, y también tres, pero en su Corazón Purísimo, en lo más íntimo, resuenan
alegres las palabras de su Hijo Jesús: “Al tercer día resucitaré”. Llora la
Virgen de los Dolores y entre lágrima y lágrima, una sonrisa suelta, esperando,
alegre y confiando, a su Hijo que ya vuelve de la muerte, triunfante,
victorioso y glorioso, para ya no morir más, lleno de luz y de gloria, el
Domingo de Resurrección.
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