“El
Amor de Dios no está en ustedes” (Jn
5, 31-47). Sorprenden, por la dureza de su contenido, las palabras de Jesús
dirigidas a los fariseos: “El Amor de Dios no está en ustedes”. Jesús no es, ni
mucho menos, un advenedizo. Es el mismo Dios en Persona, es Dios Hijo en
Persona, es el Dios al que los fariseos escudriñan en las Escrituras, tal como
Él les acaba de decir que hacen. Pero los fariseos, escudriñan las Escrituras no
para buscar la gloria de Dios, sino para buscar la gloria humana, como también
se los reprocha el mismo Jesús y ésa es la falta más grave que Jesús les echa
en cara. Jesús conoce el corazón de los fariseos y sabe que en sus corazones no
hay Amor de Dios, a pesar de que ellos aparenten ser hombres religiosos; Jesús
sabe que los fariseos, aun cuando por fuera vistan como hombres religiosos, y
acudan al templo, y hablen de religión, y ocupen puestos y cargos religiosos, y
escudriñen las Escrituras, y hablen de Dios y de sus Mandamientos todo el
tiempo, y obliguen a los hombres a cumplir las pesadas prescripciones de la ley
en nombre de Dios, aun cuando hagan esto, Jesús sabe que Dios, es decir, Él,
que es Dios, no está en sus corazones, porque Dios es Amor, y ellos no tienen
Amor en sus corazones, y eso es lo que Él les está diciendo: “El Amor de Dios no
está en ustedes”. Quien escudriña las Escrituras con el sincero deseo de
encontrar a Dios, lo encuentra, porque Dios se hace el encontradizo y como “Dios
es Amor”, encuentra al Dios-Amor y su corazón se llena de Amor y entonces, el
que encuentra al Dios-Amor, transmite a su prójimo aquello que encontró, que es
Amor. Por el contrario, el que busca la vanagloria y la gloria mundana, la
gloria que pueden dar los hombres, como es el caso de los fariseos –“ustedes se
glorifican unos a otros”, les dice Jesús-, no encuentra al Dios-Amor, y solo
encuentra el vacío de la vanidad, de la hipocresía religiosa, de la soberbia y
del orgullo y se convierte, para su prójimo, en uno de los seres más peligrosos de la tierra, en un nuevo Judas Iscariote, en una serpiente
escondida, el fariseo, el hipócrita religioso, el cristiano católico malo, el
lobo disfrazado de oveja, que no duda en crucificar a sus hermanos, los otros
cristos, obedeciendo las órdenes de su amo, el Príncipe de las tinieblas, recibiendo el pago de treinta monedas de plata.
“El Amor de Dios no está en ustedes”, les dice Jesús, a pesar de que los fariseos escudriñan las Escrituras, pero Jesús escudriña sus corazones, y no encuentra amor en ellos, sino vanagloria y soberbia, desenmascarando de esa manera al hipócrita religioso, al lobo disfrazado de oveja.
“El Amor de Dios no está en ustedes”, les dice Jesús, a pesar de que los fariseos escudriñan las Escrituras, pero Jesús escudriña sus corazones, y no encuentra amor en ellos, sino vanagloria y soberbia, desenmascarando de esa manera al hipócrita religioso, al lobo disfrazado de oveja.
“El
Amor de Dios no está en ustedes”. Cuidémonos mucho de no ser nosotros estos
fariseos; examinémonos en el Amor de Dios y si nos hallamos faltos de Él,
imploremos de rodillas, al pie del crucifijo y al pie del sagrario, con el
Rosario en la mano, ser colmados del Divino Amor, única razón de ser de
nuestras vidas.
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