(Ciclo A - 2014)
“Déjala.
Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura” (Jn 12, 1-11). A medida que avanza la
Semana Santa, aparece el tema de la muerte de Jesús, introducido por Él mismo,
al responder al falso escándalo de Judas Iscariote, ya que éste lo que quería
no era vender el perfume para dárselo a los pobres, sino robarlo para quedarse
con el dinero. Jesús profetiza su muerte: el perfume era para el día de su
sepultura, pero María se ha adelantado y la ha derramado con antelación. De esta
manera, María cumple un gesto profético: derrama el perfume de nardo, muy
costoso, en los pies de Jesús, y los seca con sus cabellos. Por lo tanto, surge
la pregunta: si lo tenía reservado para el día de su sepultura: ¿por qué se
adelanta y lo derrama ahora?
La
respuesta surgirá a través del tema introducido por el mismo Jesús: la profecía
de su propia muerte. Jesús sabe que va a morir y es lo que acaba de profetizar.
Los sacerdotes judíos han tomado ya la decisión de matar a Jesús y han pactado
ya con Judas Iscariote la traición. A su vez, también Dios Padre quiere que su
Hijo muera en la cruz para salvar a los hombres. Tanto las tinieblas como la
luz convergen en la muerte de Jesús. Todos los acontecimientos se dirigen hacia
la muerte de Jesús. Pero en esta muerte de Jesús, resultará triunfante la Vida
divina que late en lo más profundo de su Ser divino trinitario, oculto en su
naturaleza humana, unida a su naturaleza divina. Jesús no es un simple hombre,
sino Dios Hijo unido a una naturaleza humana, el cuerpo y el alma de Jesús de
Nazareth. Por medio de la muerte de Jesús de Nazareth, el Verbo de Dios
insuflará su Vida divina a su naturaleza humana muerta y tendida en el sepulcro
el Domingo de Resurrección y así la muerte del hombre quedará vencida para
siempre por la Vida divina. Pero antes Jesús deberá pasar por la amargura de la
Pasión, por la dolorosísima agonía y muerte de la cruz, por medio de la cual
rescatará a la humanidad.
“Déjala.
Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura”. La palabra “muerte”
resuena, implícita y explícitamente en el ambiente a medida que la Semana Santa
se inicia y se adentra: “los sacerdotes querían matarlo”; los sacerdotes
querían matar también a Lázaro”; “Judas lo traiciona a muerte”; “Jesús profetiza
su muerte porque anuncia su sepultura”. Parece que la muerte triunfa inexorable
sobre los hombres pero como la muerte es el fruto de la tentación consentida a la Serpiente Antigua, pareciera que el que triunfa sobre los hombres de modo irreversible es el Dragón infernal. Pero precisamente
en el gesto profético de María, en la ruptura del frasco de perfume de nardo y
en el derramar el perfume en los pies de Jesús, está la respuesta a la pregunta
de por qué María rompe el frasco y derrama el perfume ahora y no cuando Jesús
esté muerto: es el preanuncio divino de que el Hombre-Dios, que es la Vida
divina en sí misma, vencerá a la muerte y a las tinieblas vivientes y resucitará
al tercer día y ya no morirá jamás. El perfume de nardos que invade la casa de
los amigos de Jesús preanuncia que en el sepulcro de Jesús jamás se percibirá
el hedor de la muerte y que por el contrario, que en el sepulcro de Jesús, florecerá
y resplandecerá la Vida y la gloria divina –por eso dice “la casa se llenó de
perfume”- que nos será comunicada en los cielos, en la otra vida y que en esta
se nos comunica, incoada, en la Eucaristía.
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