“Yo
estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Luego de resucitar y de dejar el mandato misionero,
Jesús ascenderá al cielo, y sus discípulos ya no lo verán más sensiblemente,
pero el hecho de que ya no lo vean más sensiblemente, no significa, de ninguna
manera, que los dejará sin su Presencia y sin su protección. Jesús les promete
que permanecerá con ellos todos los días, hasta el fin de los tiempos: “Yo
estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos”. La ausencia
sensible de Jesús se verá compensada por un modo de Presencia nueva y
desconocida hasta entonces por el hombre, la Presencia sacramental, porque la promesa
de quedarse en medio de los suyos ya ha empezado a cumplirla antes de
formularla, desde la Última Cena, desde la consagración de la Eucaristía por
primera vez en el Cenáculo en Jerusalén, con la institución de la Eucaristía y
lo continúa haciendo toda vez que se celebra la Santa Misa y se consagra la
Eucaristía, y lo continuará haciendo hasta el fin de los tiempos, mientras haya
un sacerdote ministerial varón, válidamente ordenado que, en comunión con Roma
y con la intención de hacer lo que la Iglesia quiere hacer, celebre la Santa
Misa.
“Yo
estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. La promesa de Jesús
de permanecer con sus discípulos, en medio de su Iglesia, todos los días, hasta
el fin del mundo, se cumple toda vez que un sacerdote ministerial, varón,
celebra la Santa Misa y consagra la Eucaristía, pronunciando las palabras de la
consagración: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario