(Ciclo
C – 2013)
“Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi
predilección” (Lc 3, 15-16.21-22). La
voz de Dios Padre, escuchada en el momento del Bautismo de Jesús, no deja lugar
a dudas en cuanto a la identidad divina de Jesús: Jesús es Dios Hijo,
engendrado por el Padre desde la eternidad.
El
hecho constituye una revelación absolutamente nueva, por cuanto se revela la
constitución trinitaria de Dios, que ya no es solamente Uno en naturaleza, como
para los hebreos, sino que es además Trino en Personas. En el Bautismo del
Señor, se manifiesta la Santísima Trinidad en pleno: Dios Padre habla desde el cielo;
Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, es bautizado en el Jordán; sobre la
cabeza de Dios Hijo encarnado aparece el Espíritu Santo, en forma de paloma.
Esta
auto-revelación de Dios, llamada “Teofanía del Jordán”, lejos de ser un tema de alto nivel reservada sólo para teólogos y especialistas en el tema, es de suma importancia para
nuestra vida cotidiana como cristianos, porque nos revela que Jesús es
Dios y que por lo tanto el bautismo con el que Él bautiza -como dice Juan, con el “Espíritu Santo y
fuego”, que por otra parte es el bautismo sacramental
que hemos recibido-, ha transformado radicalmente nuestra vida, desde el momento
en que nos ha convertido en hijos adoptivos de Dios y en templos del Espíritu
Santo.
Este
hecho es sumamente trascendental porque nos abre un panorama absolutamente
nuevo, impensado para nuestra condición de seres humanos, puesto que eleva el
horizonte de la vida humana a los cielos eternos, a la comunión de vida y amor
con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
Precisamente,
el hecho de que las Tres Personas de la Santísima Trinidad se manifiesten en
ocasión del bautismo de Jesús, muestra que la intención de Dios Trinidad no es
simplemente el manifestar su constitución íntima, sino de asociarnos a su vida
divina y comunicarnos su Amor: Dios Padre nos dona a Dios Hijo para que éste a
su vez nos done a Dios Espíritu Santo desde la Cruz, en la efusión de Sangre de
su Corazón traspasado.
La Teofanía del Jordán, es decir, la manifestación de Dios en su condición de Uno y Trino, nos revela no sólo que Dios es Trinidad de Personas, y que la Segunda de esas Personas trinitarias se ha encarnado en Cristo Jesús, sino que la intención de la Trinidad es asociar a los hombres, por medio de la gracia santificante de Jesucristo, a su vida y amor, constituyendo esto un hecho inédito para los hombres: Dios, que no sólo es Uno sino además Trino en Personas, viene a nuestro mundo para adoptarnos como hijos y para convertirnos en templos vivientes suyos, lo cual se cumple en el bautismo sacramental, gracias a los méritos de la muerte de Cristo en la Cruz.
La Teofanía del Jordán, es decir, la manifestación de Dios en su condición de Uno y Trino, nos revela no sólo que Dios es Trinidad de Personas, y que la Segunda de esas Personas trinitarias se ha encarnado en Cristo Jesús, sino que la intención de la Trinidad es asociar a los hombres, por medio de la gracia santificante de Jesucristo, a su vida y amor, constituyendo esto un hecho inédito para los hombres: Dios, que no sólo es Uno sino además Trino en Personas, viene a nuestro mundo para adoptarnos como hijos y para convertirnos en templos vivientes suyos, lo cual se cumple en el bautismo sacramental, gracias a los méritos de la muerte de Cristo en la Cruz.
La
diferencia entre el bautismo de Juan el Bautista y el bautismo de Jesús es que
el primero persigue sólo una conversión moral, mientras que el de Jesús
convierte al alma en morada de la divinidad.
Esto
quiere decir que el bautizado ya no dispone de su cuerpo porque no le
pertenece; el propietario del cuerpo es la Trinidad, porque ha sido adquirido para Dios Padre por Jesucristo, al precio de su Sangre derramada en la Cruz, y ha sido convertido
en "templo del Espíritu Santo", como lo dice San Pablo (cfr. 1 Cor 6, 19).
Este
hecho es de capital importancia para la vida cotidiana, la vida de todos los
días, porque si el cuerpo es el lugar donde inhabita el Espíritu de Dios, debe
ser tratado como tal, porque de lo contrario, se corre el riesgo de entristecer
y ofender gravemente al Dueño de ese templo, el Espíritu Santo, también como lo
dice San Pablo: “No entristezcáis al Espíritu” (Ef 4, 30).
Para
tener una idea de lo que implica el hecho de que el cuerpo humano haya sido
convertido en templo del Espíritu Santo, hay que recordar lo sucedido en los
regímenes totalitarios comunistas, porque las profanaciones materiales
realizadas a los templos materiales, se continúan en las profanaciones
cometidas contra los cuerpos en los regímenes occidentales.
En
los regímenes comunistas, los templos católicos eran allanados, ocupados por
las fuerzas de seguridad, y luego convertidos en cines, en almacenes, en
establos; sus imágenes sagradas eran destruidas e incendiadas, y el Santísimo Sacramento
del altar, profanado; en los regímenes occidentales capitalistas, en vez de
profanarse los templos materiales, se profanan los templos católicos vivientes,
los bautizados, por medio de la moda y de la cultura anti-cristiana, que
generan, alientan y favorecen con todos los medios posibles, el libertinaje
moral reinante. En estos regímenes los templos vivientes, los cuerpos de los
católicos, son profanados por la música inmoral, por el cine ateo, por la
televisión anti-cristiana, por las modas indecentes, por el deseo de placer sin
medida, por la avaricia y la codicia, y esto sucede día a día, a lo largo y
ancho del planeta.
“Tú
eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. La conversión del cuerpo humano en templo del Espíritu Santo se produce en el momento del bautismo sacramental: así como Dios
Padre deja escuchar su voz desde el cielo en el bautismo de Jesús, así esa voz se
escucha nuevamente, en cada bautismo sacramental, porque en cada bautismo Dios
Padre adopta como hijo suyo muy querido a quien se bautiza; en cada bautismo,
se renueva la escena del Jordán: así como Jesús fue sumergido en el agua,
apareciendo sobre Él el Espíritu Santo, en forma de paloma, escuchándose la voz
de Dios Padre declarando su Amor por su Hijo, así en el bautismo sacramental,
el alma es sumergida en el agua bautismal, mientras se escucha la voz de Cristo
que habla a través del sacerdote pronunciando la fórmula sacramental: “Yo te
bautizo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, con lo cual el
Espíritu Santo, más que sobrevolar sobre el que se bautiza en forma de paloma,
infunde la gracia de la filiación divina, convierte al alma en hija adoptiva de
Dios, con la misma filiación divina con la cual Cristo es Hijo de Dios desde la
eternidad, y toma posesión de ella, convirtiéndola en templo del Espíritu,
comprado al precio de la Sangre de Cristo.
Entonces, por medio del bautismo sacramental, el alma se convierte en templo del
Espíritu Santo, templo cuyo altar y sagrario en donde se recibe y adora a Jesús
Eucaristía es el corazón, corazón que por lo tanto debe arrojar fuera de sí a
los ídolos del placer, del poder, del placer, que tienden a ocupar el lugar
reservado sólo a Jesús; templo en el que deben escucharse cantos de alabanza y
de glorificación a Dios Trino, y palabras de compasión, de perdón y de paz para
con el prójimo, y jamás deben resonar en este templo la música profana y
ensordecedora, o palabras de enojo, de venganza, de rencor y de hostilidad
hacia el prójimo; en este templo que es el cuerpo, debe percibirse el suave
perfume de la gracia santificante, y el aroma exquisito del perfume de Jesús,
la pureza de cuerpo y alma, la castidad, los pensamientos de bondad y de paz,
la buena voluntad y los buenos deseos, y no los repugnantes hedores de Asmodeo,
el demonio de la lujuria; en este templo del Espíritu, que es el cuerpo del
cristiano, deben venerarse con amor y respeto las sagradas imágenes de Jesús,
de la Virgen María, de los ángeles de Dios y de los santos, y no deben estar,
de ninguna manera, las imágenes impuras, lascivas, lujuriosas e indecentes de
programas televisivos y videos de Internet, imágenes que encienden la ira de
Dios y hacen al alma merecedora del lago de fuego, según las palabras de la
Virgen en sus apariciones en Fátima, cuando al mostrarles el infierno a los
pastorcitos, les dijo: “Los pecados de la carne son los que más almas llevan al
infierno”.
“Tú
eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. En el
día de nuestro bautismo, Dios Padre repitió esas mismas palabras, dirigiéndolas
a cada uno de nosotros: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta
toda mi predilección”. Somos hijos predilectos de Dios Padre, y por eso no
debemos profanar los templos del Espíritu, sino más bien hacerlos brillar con
el esplendor de la gracia santificante, para que se adore en ellos a Jesús
Eucaristía, como anticipo de la adoración que por la eternidad tributaremos en
la Jerusalén celestial, por la Misericordia Divina, al Cordero de Dios.
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