“Jesús
curó enfermos y expulsó demonios” (Mc
1, 29-39). La característica de la predicación de Jesús es que va acompañada de
signos y prodigios, como la curación de enfermos y la expulsión de demonios,
además de otros signos como la multiplicación de los panes y peces, o la
conversión del agua en vino en Caná. Todos estos milagros, aún cuando sean
asombrosos, no son un fin en sí mismos, porque el fin de los milagros de Jesús no
es simplemente hacer la vida del hombre más agradable en la tierra; el fin de
los milagros de Jesús no es hacer desaparecer la enfermedad física, ni tampoco
simplemente expulsar a todos los demonios que poseen a los hombres. Si bien
tanto la enfermedad como la posesión diabólica provocan sufrimiento al ser
humano, el objetivo final de la misión de Jesús no es simplemente librar al
hombre de sus males corporales, ni tampoco librarlo de su enemigo mortal, el
diablo o Satanás.
Estas
acciones de Jesús –curar enfermos y expulsar demonios- son sólo el preámbulo –necesario-
para un don inimaginable de parte de Jesús; un don que va más allá de todo lo
que el hombre pueda pensar o desear; un don que supera infinitamente cualquier
aspiración de felicidad del hombre; un don cuya magnitud y majestuosidad son
imposibles de dimensionar en esta vida, pero tampoco siquiera alcanza toda la
eternidad para poder entenderlo y apreciarlo en su infinita grandeza, y es el
don de la filiación divina. El hecho de ser adoptados como hijos por parte de
Dios Padre, el hecho de ser convertidos en hijos adoptivos de Dios, recibiendo
la misma filiación divina con la cual Jesús es Dios Hijo desde la eternidad, es
un don que supera infinitamente cualquier don que el hombre pueda recibir de
parte de Dios.
Frente
al don de la filiación divina, los milagros como la curación de enfermedades –aún
cuando estas sean graves-, y las liberaciones de las presencias malignas, como
las posesiones –aún cuando las posesiones provocan sufrimientos de todo tipo-,
son milagros de poca monta, o prodigios menores, encaminados a preparar el alma
para recibir al don imposible de ser apreciado, el don de ser hijos de Dios.
“Jesús
curó enfermos y expulsó demonios”. Muchos creen que la acción principal de
Jesús es la sanación física –la curación de enfermedades- y la sanación
espiritual –la liberación de la presencia demoníaca-, pero esto no es sino el
prolegómeno del don de su Corazón Misericordioso, ser hijos adoptivos de Dios
Padre, don mediante el cual podemos amara a Dios Padre con su mismo Amor de Dios Hijo, el Espíritu Santo, en el
tiempo y en la eternidad.
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