jueves, 17 de enero de 2013

Tus pecados te son perdonados



“Tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 1-12). Un hombre afectado de parálisis recibe una doble curación por parte de Jesús: la curación espiritual, porque le perdona los pecados, y la curación corpórea, porque le cura su parálisis. El episodio revela que el encuentro personal con Jesús no solo no deja nunca al alma con las manos vacías, sino que recibe aun aquello que el alma ni siquiera podía imaginar que podía recibir. En el caso del hombre con parálisis, su máxima aspiración era recibir un milagro de curación física, de manos de un hombre con poderes extraordinarios, del cual había oído hablar maravillas, y por eso se atrevía a ser llevado ante su Presencia. Sus aspiraciones no iban más allá de ser curado en su impedimento corpóreo, pero en su encuentro con Jesús recibe no solo lo que fue a buscar, sino un don infinitamente más grande, el don del Amor de Dios, manifestado en el perdón de los pecados. El hombre paralítico va a buscar la sanación de su cuerpo, y se encuentra con que, además, recibe la sanación del espíritu, al perdonarle Dios en Persona sus pecados.
El episodio del Evangelio demuestra entonces que Jesús es el Dios del Amor inagotable, incomprensible, inabarcable, y que ese Amor se dona a quien se le acerca, sin esperar nada a cambio. Cuando se considera la grandiosidad del episodio evangélico, podríamos estar tentados en pensar que el paralítico fue doblemente afortunado, pero que Jesús no obra, en nuestro siglo XXI, esta clase de milagros, y sin embargo no es así puesto que el doble milagro, en el que se produce la curación del alma y del cuerpo, es figura del sacramento de la confesión, sacramento por el cual Jesús perdona los pecados del corazón del hombre, pecados que lo paralizan en su vida espiritual, así como la parálisis física impide al hombre su normal deambular.
En el sacramento de la confesión, Jesús obra en Persona a través del sacerdote ministerial derramando su Sangre que brota de su Corazón traspasado, sobre el alma que se confiesa con un corazón contrito y humillado.
“Tus pecados te son perdonados”. Cada confesión sacramental es un milagro del Amor divino, que obra sobre el alma maravillas incomprensibles, imposibles siquiera de imaginar, puesto que no solo perdona los pecados, sino que al dejar al alma en estado de gracia santificante, viene Él, Jesús en Persona, junto a su Padre y al Espíritu Santo, a hacer morada en el alma de quien se confiesa. De esta manera, así como le sucedió al paralítico del Evangelio, que recibió más de lo que iba a buscar, así también el encuentro con Jesús en la Confesión es ocasión para que el alma reciba, además del perdón de los pecados, algo que ni siquiera puede imaginar: la Presencia Personal y la inhabitación de las Tres Divinas Personas.

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