lunes, 21 de enero de 2013

¿Porqué tus discípulos comen trigo el sábado, día sagrado?



¿Porqué tus discípulos comen trigo el sábado, día sagrado?” (cfr. Mc 2, 23-28). Los fariseos increpan a Jesús, cuestionándole una falta legal cometida por sus discípulos, como es el de arrancar espigas para comerlas: la falta consiste en que, según la ley, no pueden hacerse trabajos manuales, por ser el día de descanso.
Con su respuesta -“El hijo del hombre es dueño del sábado”-, Jesús hace ver que el principio fundamental que debe aplicarse es que la ley del descanso sabático fue promulgada en beneficio de los hombres; se trataba de una ordenación positiva, basada en la naturaleza de las cosas: la ley mosaica prohibía trabajar en día sábado, con el fin de dar a los hombres alivio en los trabajos cotidianos y facilitarles la participación en el culto público dado a Dios[1]. Pero los escribas, por excesivo rigor en la interpretación de esta ley, habían convertido la observancia del sábado en una carga intolerable[2]. Cristo demuestra, por un lado, que los escribas han perdido de vista el fin fundamental de la ley; por otra parte, al colocarse Él por encima del sábado, demuestra su divinidad, ya que en el sábado está representado el tiempo humano: si Él está por encima del tiempo, es porque es Dios, y como Dios, es eterno. De esta manera, Jesús les hace ver que sus discípulos no cometieron ninguna falta, aún cuando violaron la ley sabática, porque la disposición positiva de la ley está subordinada a la caridad; por otra parte, demuestra que Él, en cuanto Dios, puede dispensar de la ley, por cuanto está por promulgar una Nueva Ley, superior a la de Moisés, la Ley de la Caridad, del Amor sobrenatural a Dios y a los hombres.
Ahora bien, si en el pasado los fariseos y escribas se excedieron en su celo, hoy las cosas se han invertido, porque si estos cometían el exceso de impedir las obras de caridad con la excusa de observar el día sábado para dar culto a Dios -con lo cual demostraban dureza de corazón para con el prójimo y ausencia del verdadero culto a Dios, que manda la caridad-, hoy en día los católicos, en su inmensa mayoría, se han corrido hacia el extremo opuesto, porque no solo no observan el día Domingo, el Día del Señor, Día de la Resurrección, sino que lo profanan con toda clase de actividades mundanas e incluso sacrílegas. En vez de guardar con celo el día Domingo, los católicos comenten el pecado opuesto, el pecado del sacrilegio y la profanación del día sagrado, porque han convertido este día en un día de deportes, con concurrencias masivas a los estadios de fútbol, carreras de autos, y competencias de todo tipo, tomando al día del Señor, el Domingo, como día de descanso, en vez de día dedicado a la Eucaristía y a recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Incluso muchos de los que piensan que cumplen con el precepto dominical porque asisten a la Misa del sábado por la tarde o por la noche, no cumplen en realidad el precepto, porque la Misa de ese horario –sábado a la tarde o a la noche-, es válida sólo para quien no puede, por graves motivos, asistir a la Misa dominical. Pero si asiste a Misa el sábado para poder “tomarse el día libre” el Domingo para pasear todo el día en vez de asistir a Misa, entonces no está cumpliendo el precepto dominical.
Es necesario que los bautizados dejen de lado el mundo y sus atractivos, para poder apreciar en todo su esplendor y grandeza la condición del Domingo como Día del Señor, y de la Santa Misa como actualización, por medio de la liturgia, del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
¿Porqué tus discípulos comen trigo el sábado, día sagrado?”. Según el relato del Evangelio, los discípulos de Jesús, en su peregrinar, se alimentaron en el día sagrado con las espigas de trigo, con las cuales se hace el pan; esto era una prefiguración de lo que el cristiano debe hacer: alimentarse el día sagrado, el Domingo, en su peregrinar a la vida eterna, con el Pan de Vivo bajado del cielo, hecho con el grano de trigo que caído en tierra dio fruto, es decir, Cristo muerto en la Cruz y resucitado.




[1] Cfr. Orchard, B., et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 497ss.
[2] Cfr. ibídem.

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