miércoles, 23 de enero de 2013

Los espíritus impuros se tiraban a sus pies diciendo: ‘Tú Eres el Hijo de Dios



“Los espíritus impuros se tiraban a sus pies diciendo: ‘Tú Eres el Hijo de Dios’” (Mc 3, 7-12). El episodio del Evangelio demuestra, por un lado, la existencia de los demonios, llamados en este caso “espíritus impuros”; por otro lado, demuestra que estos ángeles caídos saben que Jesús no es un hombre más entre otros, sino “el Hijo de Dios”. Si bien su conocimiento es conjetural –deducen que es el Hijo de Dios por los milagros que hace-, puesto que al no poseer más la gracia santificante, no ven a Dios en su esencia, no deja de ser llamativo el hecho del reconocimiento expresado en la frase “Tú eres el Hijo de Dios” y en el gesto externo de “tirarse a los pies” de Jesús.
Este último gesto, “tirarse” a los pies de Jesús,  es muy significativo de la divinidad de Jesús, porque si bien no es lo mismo que adorar, debido a que el que adora se postra a los pies al tiempo que hace un acto de amor y de humillación en el corazón, mientras que los demonios “se tiran”, obligados por la Justicia y la Omnipotencia divina, acompañando el gesto con actos de odio y de soberbia internos, el gesto en sí refuerza la declaración de la divinidad de Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Por lo tanto, contra el progresismo, que niega la existencia del demonio y también la divinidad de Jesús, la declaración de fe de los demonios sirve para aumentar la propia fe en las verdades eternas de la Iglesia: Cristo es Dios, y existen un cielo y un infierno, el cual no está vacío.
El otro tema de reflexión es el comprobar cómo, mientras los demonios reconocen en Cristo a Dios en Persona, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad –“Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres Dios Hijo”, le dicen-, y si bien aunque sea impelidos y constreñidos por la fuerza divina, pero se tiran a sus pies, la inmensa mayoría de aquellos que fueron agraciados con el don de ser hijos adoptivos de Dios por el bautismo –entre estos, principalmente los jóvenes-, rechazan rotundamente a Jesucristo, negándolo con su silencio, con sus indiferencias, con sus ausencias a la Santa Misa dominical, con su desprecio por el sacramento de la confesión, con su inclinación a los ídolos del mundo.
El resultado de tales cristianos es que, paradójicamente, si bien hacen lo opuesto a los demonios del episodio del Evangelio –no se inclinan antes Jesús, como sí lo hacen los demonios, y no lo reconocen como a Dios encarnado, como sí lo hacen los demonios-, sin embargo concuerdan con estos en el desprecio –desprecio que, en el fondo, es odio- de Cristo, de su Iglesia, de sus sacramentos, principalmente la Eucaristía.
“Los espíritus impuros se tiraban a sus pies diciendo: ‘Tú Eres el Hijo de Dios’”. La enseñanza que nos deja el Evangelio entonces es que los demonios nos dan una lección de fe, al reconocer en Cristo a Dios Hijo en Persona, y al tirarse a sus pies, llevados por la Omnipotencia y la Justicia divina. En consecuencia nosotros -llevados  no a la fuerza, como los demonios, sino movidos por el Amor y la Misericordia divina-, adoremos a Cristo Eucaristía, arrodillándonos en la comunión eucarística, postrándonos interiormente y reconociéndolo como nuestro Dios, como Dios Hijo en Persona, y le digamos desde lo más profundo del corazón, con todo el amor del que seamos capaces: “Jesús Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios; yo creo, espero, te adoro y te amo, y te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.

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