domingo, 13 de enero de 2013

Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres



“Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres” (Mc 1, 14-20). Jesús va caminando por la orilla del mar de Galilea, y llama primero a los hermanos Andrés y Simón, y luego a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo. Lo sorprendente en el episodio, es la respuesta de los dos grupos de hermanos a su llamado: es inmediata y sin dilaciones: dejan “inmediatamente” lo que están haciendo, en el caso de Andrés y Simón, y dejan “a su padre”, en el caso de Santiago y Juan, para seguir a Jesús.
¿Qué es lo que motiva una respuesta tan contundente y veloz? La pregunta surge desde el momento en que no es natural que hombres experimentados en su trabajo –en este caso, pescadores-, dejen “inmediatamente” aquello que significa el sustento diario tanto para ellos como para sus familias, como tampoco es natural que dejen a sus familias, en este caso, al padre, como Santiago y Juan. Mucho menos lo es, si se considera que abandonan todo para seguir a un extraño -aun cuando se trate de un líder religioso que es conocido por su prédica y por sus milagros- que promete un trabajo que no se sabe en qué consiste –“los haré pescadores de hombres”-, todo lo cual significa hipotecar el futuro en pos de una aventura que no se sabe dónde termina.
Todas estas consideraciones no existen, o encuentran su explicación, cuando se mira la situación con los ojos de Jesús: los hermanos Andrés y Simón, y Santiago y Juan, no siguen a un extraño, ni a un líder religioso más entre tantos otros: se trata de Jesús, el Hombre-Dios, el Mesías, el Salvador de la humanidad, que los llama no para darles un trabajo desconocido, sino para anunciar a los hombres que la salvación ha llegado, y con ella un destino inimaginado, un destino de feliz eternidad en la comunión de vida y amor con la Trinidad. El llamado de Jesús supera infinitamente todo lo que el hombre pueda pensar, desear, o imaginar, porque llama a dejar este mundo y sus ocupaciones terrenas, para prepararnos para el ingreso en la eternidad.
“Síganme y Yo los haré pescadores de hombres”. El llamado de Cristo a los discípulos se repite para todo bautizado, porque  todo bautizado se convierte, según su estado de vida, en pescador de hombres, y así como los discípulos lo dejaron todo para seguir a Cristo en pos de la vida eterna, así el cristiano debe vivir su vida cotidiana con esa misma disposición, con la disposición de dejar todo lo terreno y mundano, para entrar en la vida eterna.
En este sentido, la comunión eucarística es un anticipo en el tiempo de este paso a la eternidad, por cuanto el alma recibe a Cristo, Dios eterno, que comunica de su vida divina y eterna en el Pan Vivo bajado del cielo.  
“Síganme y Yo los haré pescadores de hombres”. Cristo, Dios eterno, no pasa caminando junto a nosotros como hizo con los discípulos en el mar de Galilea, sino que baja desde el cielo a la Eucaristía, para donarnos en anticipo su vida eterna, la vida a la que estamos llamados desde el bautismo. Para que transmitamos este mensaje al mundo, es que Cristo nos hace pescadores de hombres en su Iglesia.

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