“Ustedes
no conocen al que me envió” (Jn 7,
1-2. 10, 25-30). Ante la pretensión de algunos que lo escuchan, de saber de
dónde viene, Jesús les dice que no lo saben, porque sólo Él conoce al que lo
envió, y lo conoce porque “viene de Él”.
Frente a la negación de su origen divino, por parte de
quienes lo escuchan –dicen que saben de dónde viene porque creen que Jesús es
solo un hombre, “el hijo de José y de María”-, Jesús afirma su origen divino y
celestial, porque está diciendo que viene de Dios Padre, que es “quien lo envió”.
Con esto, se equipara a Dios, llamándose a sí mismo Hijo de Dios y Dios Hijo,
porque el que viene del Padre es el Hijo, de condición divina igual que el
Padre.
Esta auto-revelación de Jesús como Dios es lo que enfurece a
los judíos, que malinterpretan maliciosamente sus palabras, tomándolas como
blasfemias, al tiempo que niegan voluntariamente, pecando contra el Espíritu
Santo, los milagros que hace Jesús, los
cuales son demostrativos de su divinidad. Así, no demuestran no poseer al
Espíritu Santo como fuente de sus pensamientos y de sus deseos, sino que
demuestran poseer pensamientos y deseos homicidas, comunicados por el Ángel
caído, que es “homicida desde el principio”.
El evangelista es muy explícito en cuanto a estas
intenciones homicidas de los judíos: “Los judíos intentaban matarlo”.
Lo mismo sucede entre el mundo y la Iglesia: el mundo,
convertido en Reino de Satanás por la doble acción conjunta del “Príncipe de
las tinieblas” y los hombres perversos unidos y cooperantes con él, desea
destruir a la Iglesia con todos los medios posibles, porque las tinieblas no
soportan la presencia de la luz. Por ese motivo la Iglesia, Cuerpo Místico de
Jesús, está llamada también a sufrir la Pasión, como Jesús, para luego
resucitar junto con Él.
Por la Cuaresma, el bautizado participa, a través del
misterio de la liturgia y del tiempo litúrgico cuaresmal, de la Pasión del
Señor. El bautizado debe, por lo tanto, intensificar su oración, su penitencia
y su caridad, como modos de unión mística y espiritual con Cristo que, en el
misterio de los tiempos, continúa su Pasión redentora.
El sentido último del tiempo de Cuaresma no es la mera
ocasión para hacer penitencia según el calendario: es el momento del año
litúrgico en el que Cristo concede la gracia de participar de su Pasión redentora a
quien libre y voluntariamente se une a Él en el Camino Real de la Cruz.
Sólo quien libremente carga su Cruz todos los días y lo
sigue por el Via Crucis, el Camino de la Cruz, hacia el Calvario, para ser crucificado
con Él, sabe, porque se lo ha dicho el Espíritu Santo en Persona, quién es
verdaderamente Cristo. Quien carga la Cruz de todos los días y lo sigue camino
del Monte Calvario, ése sí conoce a Cristo, porque el Espíritu Santo se lo ha
revelado.
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