“Yo
Soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida” (Jn 8, 12-20). Jesús dice de sí mismo que es “luz” y esto es
en sentido real y no metafórico, porque Él es Dios y en cuanto Dios es luz,
porque la naturaleza divina del Ser trinitario es una naturaleza luminosa.
Por
esta razón, Jesús en cuanto Cordero es en los cielos es la “Lámpara de la
Jerusalén celestial” (Ap 21, 23) que
alumbra con su luz esplendorosa a los ángeles y santos. Él es la luz que “vence
a las tinieblas”, no a las tinieblas creadas, las tinieblas cósmicas, las que
sobrevienen por la noche luego del día, sino a las tinieblas espirituales, las
tenebrosas potestades angélicas que, por libre decisión, decidieron convertirse
en horrorosos seres de la oscuridad, al rechazar la luz trinitaria.
Jesús
no solo se define como luz, sino como luz “viva”, que es Vida Increada en sí
misma y que da vida a quien ilumina, y por esta razón dice que “el que lo sigue”
no sólo “no andará en tinieblas” porque será iluminado por Él, sino que “tendrá
la luz de la vida”, esto es, será iluminado y, junto a la luz, recibirá vida,
pero no una vida natural, sino una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de
los hijos de Dios, la vida participada de la Vida eterna de su Ser trinitario.
Jesús
es luz, y es la Lámpara que alumbra a la Jerusalén celestial; Él es la luz con
la cual es iluminada y vivificada la Iglesia Triunfante en los cielos, pero también
en la tierra la Iglesia Peregrina recibe su influjo benéfico de luz y vida, al
ser iluminada con la luz de la fe, de la Verdad y de la gracia.
“Yo
Soy la luz que da vida”. Cristo es luz, pero no luz inerte, como la creatural,
sino luz viva, que da vida eterna, porque comunica de la vida misma de la
Trinidad; es la luz que derrota a las tinieblas generadas y emanadas, como de
una cloaca a cielo abierto, del corazón pervertido del ángel caído. La luz que
es Cristo derrota a la oscuridad emanada del Príncipe de las tinieblas,
oscuridad del espíritu que es sinónimo de malicia, perversión, error, ignorancia,
y que engendra la muerte del espíritu, que es el pecado. El demonio es el
generador de las tinieblas del espíritu, esto es, del error, del mal, del
pecado, de la muerte y de todo lo que es abominable y detestable a los ojos de
Dios.
Quien
lo sigue, no sólo se aparta de la luz de Cristo, sino que queda envuelto en las
más densas tinieblas espirituales, las cuales lo convierten en un ser de
tinieblas y de maldad. Al no seguir a Cristo –si no se reza a Cristo se reza al
demonio, ha dicho el Papa Francisco-, el hombre sigue y obedece al demonio,
convirtiéndose en una siniestra imagen viviente del ángel caído, porque esta es
la consecuencia de rechazar a Cristo. Sin embargo, esta conversión del hombre
en una sombra del infierno, no se da de modo espontáneo ni de modo automático,
puesto que el hombre recibe lo que el hombre elige: si elige luz y vida, se le
dará luz y vida en el Espíritu; si elige sombra y muerte, se la dará sombra y
muerte en la corrupción del mal. Lo que el hombre elija, eso se le dará, y en
eso se convertirá. Si elige luz, se le dará luz y se convertirá en luz; si
elige tinieblas, se le dará tinieblas y se convertirá en tinieblas.
“Yo
Soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida”. El que contempla y adora la Eucaristía y se arrodilla ante
Cristo crucificado, recibirá la luz que da Vida eterna.
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