lunes, 4 de marzo de 2013

“Si no perdonan de corazón a sus hermanos, el Padre no los perdonará”



“Si no perdonan de corazón a sus hermanos, el Padre no los perdonará” (Mt 18, 21-35). Con la parábola del rey que perdona a quien le debía mucho, Jesús nos hace ver la magnitud del Amor de Dios para con nosotros: la suma de diez mil talentos que el rey perdona -que es absolutamente impagable, pues era el equivalente a ¡doscientos cuarenta mil años de trabajo![1]-, es una figura del perdón que Dios nos concede al cancelar la deuda contraída por nosotros a causa del pecado, aunque la deuda perdonada por Dios es infinitamente superior al ejemplo de la parábola.
Pero hay además otra enseñanza en la parábola, y es que tenemos que perdonar a nuestros enemigos con el mismo perdón con el que Dios nos perdonó. En la parábola, el rey cancela esta enorme deuda a un súbdito, pero este último, apenas es perdonado, se encuentra con otro que le debe una suma de cien denarios, equivalente a cuatro meses de trabajo[2], es decir, netamente inferior a la deuda que a él apenas un momento antes le habían cancelado. El súbdito ingrato, en vez de perdonar a su prójimo lo hace encarcelar, lo cual provoca el enojo del rey quien, en castigo por su mala acción, le retira el perdón de la deuda y lo hace encarcelar “hasta que pague lo que debe”.
El rey de la parábola es Dios Padre quien, por medio del sacrificio en Cruz de su Hijo Jesús, nos dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo, como signo de su perdón. Cristo crucificado, herido, agonizante, con sus heridas abiertas y sangrantes, es el signo del perdón divino a los hombres, a todos y cada uno de los hombres. Es en Cristo crucificado en donde podemos apreciar la magnitud del Amor de Dios: nosotros matamos a su Hijo, y Dios Padre, en vez de castigarnos por este deicidio, en vez de darnos lo que nos merecemos por nuestros pecados, por la malicia de nuestros corazones, no solo nos perdona, ofreciéndonos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo, como signo inequívoco de su perdón, de su Amor, de su infinita misericordia, sino que por la unión en el Espíritu Santo con el Cuerpo resucitado de su Hijo, la Eucaristía, nos hace entrar en íntima comunión de vida y de amor con las Tres Divinas Personas. En otras palabras, Dios Padre, en vez de castigarnos por matar a su Hijo, a cambio del Cuerpo crucificado de su Hijo que nosotros le entregamos por nuestros pecados, nos da el Cuerpo resucitado de Jesús para que nos unamos a Él en el Amor divino, el Espíritu Santo.
Cristo crucificado es entonces el fundamento del perdón del cristiano: si Dios nos perdona con un perdón de valor infinito en Cristo, no tenemos ninguna excusa para no perdonar a nuestro prójimo, aún si cometiera contra nosotros la máxima ofensa e injuria que puede sufrir un hombre en este mundo, como es el ser privado de la vida. El cristiano que no perdona, demuestra que no conoce a Cristo crucificado, pero también demuestra que no lo conoce, cuando se perdona por un motivo que no sea Cristo crucificado.
“Si no perdonan de corazón a sus hermanos, el Padre no los perdonará”. Quien no perdona a su prójimo en nombre de Cristo, no recibirá el perdón de parte del Padre, porque se comporta como el hombre de la parábola que recibe la condonación de una deuda imposible de pagar, pero no es capaz de ser indulgente con su prójimo, cuya deuda para con él es insignificante. Las ofensas de nuestros prójimos, aún si se tratara de la máxima ofensa e injuria, como el ser privados de la vida, son ínfimas al ser comparadas con el perdón que nos otorga Dios desde la Cruz, y ésa es la razón por la cual el cristiano no sólo no tiene que tener ningún resentimiento ni enojo hacia su enemigo, sino que tiene que perdonar “de corazón” y “setenta veces siete”. Sólo quien perdona en Cristo y porque Cristo lo ha perdonado, recibe misericordia de parte de Dios.



[1] P. José María Chiesa, Amor, soberbia, humildad, Editorial Amalevi, Rosario7 2010, 175. Para quien pudiera decir que es un caso irreal, porque una persona no puede tener una deuda tan grande, hace unos años se dio el caso de un corredor de la Bolsa de valores de un banco francés –Jérome Kerviel- que contrajo una deuda de 4.900 millones de dólares como consecuencia de un mala maniobra financiera.
[2] Ibidem.




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