“Alégrense”
(Mt 28, 8-15). Jesús resucitado se
les aparece a las santas mujeres que “atemorizadas pero llenas de alegría” van
a comunicar la Buena Noticia a los discípulos. Sorprende que Jesús, en vez de
saludarlas con una presentación o un saludo formal, como se estila entre
quienes no se ven desde hace un tiempo, en vez de hacerlo, las salude
directamente con una orden en imperativo: “Alégrense”, y sorprende más, cuanto
que el evangelista remarca que ellas estaban “atemorizadas pero llenas de
alegría”, es decir, ya se encontraban alegres.
Es
como si Jesús quisiera urgirlas a la alegría, una alegría todavía más profunda
que la que tienen, y por eso se los ordena y por eso no se presenta ni las
saluda como tal vez debería haberlo hecho.
¿Cuál
es la razón de esta orden dada por Jesús a las santas mujeres, orden que, por
otra parte, es para toda la Iglesia desde el momento en que en ellas está
representada la Iglesia naciente?
La razón es que con su resurrección no cabe la tristeza, no importa la tribulación que se deba
vivir, ni las circunstancias más o menos desfavorables en la vida de un
cristiano: los beneficios, dones, gracias, milagros y prodigios que Jesús ha
conseguido para los hombres con su Resurrección, hacen imposible la tristeza, y
son el fundamento de la alegría. ¿Cuáles son los motivos por los que el
cristiano debe estar siempre alegre?
Existen varios motivos -casi al infinito-; algunos de ellos son los siguientes: que Jesús ha resucitado y con su resurrección ha destruido la muerte y ha concedido
a todos los hombres la vida divina; ha vencido al demonio y les ha devuelto la
amistad con Dios, y los ha convertido en hijos adoptivos por el bautismo; ha
destruido al pecado y les ha concedido la gracia santificante; les ha donado su
Madre, la Virgen, como Madre celestial; ha dejado la Iglesia, que por las obras
de misericordia será la encargada de difundir la Buena Noticia; ha dejado los
sacramentos, a través de los cuales les comunica su vida divina; ha abierto la
puerta del cielo, cerrada desde Adán y esa Puerta Abierta es su Sagrado Corazón
traspasado; ha donado a los hombres, con su Sangre derramada, el perdón divino
y ha derramado sobre ellos con esta Sangre, el fuego del Amor divino, el
Espíritu Santo; ha dejado a los hombres el Verdadero Maná del cielo, su Cuerpo,
su Sangre, su Alma y su Divinidad, Maná que los fortalece en su peregrinar, por
el desierto de la vida, a la Jerusalén celestial; ha convertido, por el signo
de la Cruz, al dolor humano en fuente de santificación y de salvación eterna;
ha cambiado el destino humano, de castigo, dolor y muerte a causa del pecado,
por el de salvación eterna, gracias al sacrificio de la Cruz; ha dejado a la
Iglesia su Presencia sacramental eucarística, con lo cual cumple su promesa de “quedarse
con nosotros hasta el fin del mundo”.
Estos
son solo algunos de los motivos por los cuales Jesús ordena a la Iglesia
naciente el estar alegres y no dar lugar a la tristeza: “Alégrense”.
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