jueves, 21 de marzo de 2013

“Los judíos tomaron piedras para apedrearlo”



“Los judíos tomaron piedras para apedrearlo” (Jn 8, 51-59). Es llamativo el grado de agresividad, por otra parte creciente, de los judíos hacia Jesús, a medida que se acercan las amargas horas de la Pasión.
         Jesús apenas puede presentarse públicamente, porque los judíos buscan apedrearlo, contestando con sofismas sus enseñanzas, negando la verdad de sus afirmaciones, rechazando obcecadamente los milagros que confirman sus palabras.
         El motivo de la animadversión y agresión es que Jesús les echa en cara y deja al descubierto la falsedad intrínseca de su práctica religiosa, diciéndoles dos verdades que los enoja profundamente: con respecto a ellos, les dice que no son hijos de Abraham, sino hijos del demonio, porque no hacen las obras de Abraham, quien “se alegró al ver su día” –vio en éxtasis a Jesús-; con respecto a Él, les dice que “no lo conocen” porque no saben de dónde viene, porque Él es Dios Hijo, igual en poder y majestad a Dios Padre, y esto a los judíos les suena como intolerable blasfemia.
         Les dice también que mienten al pretender que lo conocen, cuando en realidad no lo conocen, y les da una prueba de su mentira[1]: si ellos lo conocieran, le obedecerían, porque cuando el alma fiel conoce la Verdad, la obedece, movido por el amor a la Verdad. Jesús les dice que no lo conocen, que mienten y que desobedecen, todo lo cual es indicativo de cumplen las obras del diablo y no las de Dios.
         Quien vive los Mandamientos de Dios y hace de su cumplimiento una vivencia en el amor a Dios, ama a los Mandamientos por amor a Dios, y su amor es tan fuerte, que prefiere morir de muerte física, corporal, antes que transgredirlos, porque transgredirlos significa ofender y entristecer al Amor de Dios que los ha establecido. Ése tal demuestra que conoce a Cristo Dios y que lo ama.
         Por el contrario, quien transgrede los Mandamientos porque no los ama y no los ama porque no ama a Dios, demuestra que no conoce a Dios, porque sus obras son las obras de las tinieblas.


[1] Cfr. Orchard B. et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 730.

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