(Ciclo C – 2013)
El Viernes Santo representa la culminación –con éxito
aparente- de los planes trazados por los judíos y los romanos para detener,
enjuiciar, condenar a muerte y asesinar a Cristo, porque es apresado y, luego de
un juicio inicuo, condenado a muerte y crucificado.
El Viernes Santo representa el momento del –al menos en
apariencia- triunfo del infierno sobre Dios, porque la instigación demoníaca a
los hombres alcanza su objetivo final, la crucifixión y muerte del Hombre-Dios
Jesucristo.
El Viernes Santo representa el momento de la máxima
debilidad de la Iglesia de Jesús, porque habiendo nacido en la Última Cena con
la institución de la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, a pocas horas de
su fundación, ve con pena y dolor que su Fundador ha muerto crucificado, y la
gran mayoría de sus miembros se han dispersado y huido, o bien se encuentran
paralizados por el miedo.
El Viernes Santo representa el momento más trágico, funesto
y desgraciado para toda la humanidad, porque ha muerto Jesús de Nazareth, el
profeta “poderoso en obras”, que había dicho de sí mismo que era “luz del mundo”,
“Camino, Verdad y Vida”, “Puerta de las ovejas”, “Pan de Vida eterna”, y si Él
ha muerto, entonces los hombres ven cerrada la puerta al cielo, se quedan sin
el Pan de Vida eterna, no pueden transitar por el camino que conduce al cielo,
ni conocer la Verdad de Dios, ni recibir la Vida divina, y si Jesús es luz del
mundo y Jesús ha muerto, entonces todo el mundo está en tinieblas y no sólo por
las tinieblas cósmicas, las que sobrevinieron al mundo por el eclipse solar
ocurrido luego de la muerte de Jesús, sino ante todo, el mundo está envuelto en
las tinieblas del error, de la ignorancia, de la mentira, del pecado y de la
muerte, y las tinieblas del infierno, siniestras tinieblas vivas que parecen
haber obtenido su triunfo más resonante.
El Viernes Santo representa el momento del máximo dolor para
la Madre de Dios, la Virgen María, porque Ella ve morir en la Cruz al Hijo de
su Amor, y con Él le parece que se le va su misma vida; en el Viernes Santo, el
dolor que estruja su Corazón Inmaculado es tanto y tan intenso, que a la Virgen
le parece experimentar la muerte, estando aún viva.
Para
la Virgen no hay día más negro y triste que éste, el Viernes Santo, ni hay
dolor más grande, porque es el Dolor más grande de todos los dolores, es el
Dolor de los dolores, el Dolor en el que están contenidos todos los dolores, porque
es el dolor de ver a su Hijo muerto en la Cruz.
Para
la Iglesia naciente y para la humanidad toda, el Viernes Santo es el día de
luto, de duelo, de tristeza, de amargura, de llanto, de pena, de aflicción, de
abundantes lágrimas, de dolor, de desconsuelo, porque el Rey pacífico, el
Redentor, el Salvador de los hombres, el Mesías, ha muerto en la Cruz, y por
eso, para la Iglesia y para la humanidad, se le aplica este pasaje del libro de
las Lamentaciones: “Jerusalén, levántate y despójate de tus vestidos de gloria;
vístete de luto y de aflicción. Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de
Israel. Derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; que no descansen tus
ojos” (2, 18).
Para
los sacerdotes ministeriales, para los fieles laicos, y para la Iglesia toda,
el Viernes Santo es un día de derrota, porque la muerte de Cristo en la Cruz
significa el triunfo de las tinieblas; es el Día de los dolores, es el Día de
la máxima tristeza; es el Día del lamento; es el Día de la pena y del llanto,
porque el Sumo Sacerdote, el Pastor Eterno, el Pastor de las ovejas, Cristo
Jesús, ha muerto crucificado, y debido a que su muerte ha sido causada, de
parte de los hombres, por el pecado, y de parte del ángel caído, por su odio
angélico, la muerte de Jesús significa el triunfo –al menos aparente- del
pecado sobre la gracia y del odio del Príncipe de las tinieblas sobre el Amor de
Dios Trino, y así no parece haber ninguna posibilidad de salvación para los
hombres.
La
Iglesia quiere significar exteriormente, por signos litúrgicos, la inmensidad
de la tristeza de este día, y la tragedia que para Ella significa, y lo hace
ocultando con velos morados, símbolo de penitencia, las imágenes sagradas, para
significar que el pecado, nacido del corazón del hombre, posee una fuerza
destructora enorme, capaz de romper la comunión del hombre con Dios; el otro
elemento con el cual la Iglesia expresa su dolor y luto, es la suspensión del Santo
Sacrificio del altar: el Viernes Santo es el único día en el que no se celebra
la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz, en señal del
triunfo de las tinieblas del infierno que han logrado, en complicidad con la malicia
del corazón humano, dar muerte al Redentor. La postración que hace el sacerdote
ministerial, delante del altar vacío, y el hecho de no celebrar la Santa Misa,
son expresiones litúrgicas de la participación real, por el misterio de la
liturgia, al Viernes Santo de hace dos mil años, en el que moría Cristo en la
Cruz.
El
sacerdote ministerial se echa por tierra en señal de luto y dolor por la muerte
del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, porque Él es el fundamento del
sacerdocio ministerial, y si Él ha muerto, entonces el sacerdocio y los
sacerdotes han sido derrotados y eso se significa con la postración.
Suspensión
de la celebración del Santo Sacrificio del altar, sacerdocio ministerial
postrado en tierra, imágenes ocultas, todo expresa el profundo abatimiento
causado por el dolor y consternación de la Iglesia por la muerte de Jesús en el
Viernes Santo, Día de la muerte del Autor de la vida y Vida Increada misma,
Cristo Jesús.
Si
para la Iglesia y sus hijos el Viernes Santo es Día de luto y de dolor, para el
mundo, por el contrario, es día de jolgorio, de solaz y de risas, porque es el
día del aparente triunfo de su príncipe, el Príncipe de las tinieblas, y por
eso es que el mundo convierte a la Semana Santa en semana de vacaciones y de
turismo.
Pero
en medio de tantos dolores, en medio de tanta desolación, hay un signo de
esperanza, que anuncia el triunfo venidero, así como la Estrella de la mañana
anuncia el fin de la noche y la llegada del sol y del nuevo día, y ese signo de
esperanza es María Santísima al pie de la Cruz.
Cristo,
su Hijo, el Redentor, ha muerto, pero Ella, la Co-Redentora, sigue viva, y
habrá de ser, según la Tradición, la Primera a la cual se le aparecerá Jesús
resucitado; la Virgen será la Primera en ser testigo del triunfo victorioso de
su Hijo Jesús sobre la muerte, el infierno y el pecado, y Ella lo sabe, y por
eso, en su dolor inmenso, no hay ni la más mínima sombra de desesperación, sino
serenidad, fe, confianza, y alegría, alegría que será desbordante el Domingo de
Resurrección.
Pero
hoy, Viernes Santo, la Virgen de los Dolores llora en silencio, con su
Inmaculado Corazón estrujado por el dolor agudísimo, más intenso que siete
espadas de doble filo, el dolor causado por la muerte del Hijo de su Amor.
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