jueves, 28 de marzo de 2013

Viernes Santo



(Ciclo C – 2013)
         El Viernes Santo representa la culminación –con éxito aparente- de los planes trazados por los judíos y los romanos para detener, enjuiciar, condenar a muerte y asesinar a Cristo, porque es apresado y, luego de un juicio inicuo, condenado a muerte y crucificado.
         El Viernes Santo representa el momento del –al menos en apariencia- triunfo del infierno sobre Dios, porque la instigación demoníaca a los hombres alcanza su objetivo final, la crucifixión y muerte del Hombre-Dios Jesucristo.
         El Viernes Santo representa el momento de la máxima debilidad de la Iglesia de Jesús, porque habiendo nacido en la Última Cena con la institución de la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, a pocas horas de su fundación, ve con pena y dolor que su Fundador ha muerto crucificado, y la gran mayoría de sus miembros se han dispersado y huido, o bien se encuentran paralizados por el miedo.
         El Viernes Santo representa el momento más trágico, funesto y desgraciado para toda la humanidad, porque ha muerto Jesús de Nazareth, el profeta “poderoso en obras”, que había dicho de sí mismo que era “luz del mundo”, “Camino, Verdad y Vida”, “Puerta de las ovejas”, “Pan de Vida eterna”, y si Él ha muerto, entonces los hombres ven cerrada la puerta al cielo, se quedan sin el Pan de Vida eterna, no pueden transitar por el camino que conduce al cielo, ni conocer la Verdad de Dios, ni recibir la Vida divina, y si Jesús es luz del mundo y Jesús ha muerto, entonces todo el mundo está en tinieblas y no sólo por las tinieblas cósmicas, las que sobrevinieron al mundo por el eclipse solar ocurrido luego de la muerte de Jesús, sino ante todo, el mundo está envuelto en las tinieblas del error, de la ignorancia, de la mentira, del pecado y de la muerte, y las tinieblas del infierno, siniestras tinieblas vivas que parecen haber obtenido su triunfo más resonante.
         El Viernes Santo representa el momento del máximo dolor para la Madre de Dios, la Virgen María, porque Ella ve morir en la Cruz al Hijo de su Amor, y con Él le parece que se le va su misma vida; en el Viernes Santo, el dolor que estruja su Corazón Inmaculado es tanto y tan intenso, que a la Virgen le parece experimentar la muerte, estando aún viva.
Para la Virgen no hay día más negro y triste que éste, el Viernes Santo, ni hay dolor más grande, porque es el Dolor más grande de todos los dolores, es el Dolor de los dolores, el Dolor en el que están contenidos todos los dolores, porque es el dolor de ver a su Hijo muerto en la Cruz.
Para la Iglesia naciente y para la humanidad toda, el Viernes Santo es el día de luto, de duelo, de tristeza, de amargura, de llanto, de pena, de aflicción, de abundantes lágrimas, de dolor, de desconsuelo, porque el Rey pacífico, el Redentor, el Salvador de los hombres, el Mesías, ha muerto en la Cruz, y por eso, para la Iglesia y para la humanidad, se le aplica este pasaje del libro de las Lamentaciones: “Jerusalén, levántate y despójate de tus vestidos de gloria; vístete de luto y de aflicción. Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de Israel. Derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; que no descansen tus ojos” (2, 18).
Para los sacerdotes ministeriales, para los fieles laicos, y para la Iglesia toda, el Viernes Santo es un día de derrota, porque la muerte de Cristo en la Cruz significa el triunfo de las tinieblas; es el Día de los dolores, es el Día de la máxima tristeza; es el Día del lamento; es el Día de la pena y del llanto, porque el Sumo Sacerdote, el Pastor Eterno, el Pastor de las ovejas, Cristo Jesús, ha muerto crucificado, y debido a que su muerte ha sido causada, de parte de los hombres, por el pecado, y de parte del ángel caído, por su odio angélico, la muerte de Jesús significa el triunfo –al menos aparente- del pecado sobre la gracia y del odio del Príncipe de las tinieblas sobre el Amor de Dios Trino, y así no parece haber ninguna posibilidad de salvación para los hombres.
La Iglesia quiere significar exteriormente, por signos litúrgicos, la inmensidad de la tristeza de este día, y la tragedia que para Ella significa, y lo hace ocultando con velos morados, símbolo de penitencia, las imágenes sagradas, para significar que el pecado, nacido del corazón del hombre, posee una fuerza destructora enorme, capaz de romper la comunión del hombre con Dios; el otro elemento con el cual la Iglesia expresa su dolor y luto, es la suspensión del Santo Sacrificio del altar: el Viernes Santo es el único día en el que no se celebra la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz, en señal del triunfo de las tinieblas del infierno que han logrado, en complicidad con la malicia del corazón humano, dar muerte al Redentor. La postración que hace el sacerdote ministerial, delante del altar vacío, y el hecho de no celebrar la Santa Misa, son expresiones litúrgicas de la participación real, por el misterio de la liturgia, al Viernes Santo de hace dos mil años, en el que moría Cristo en la Cruz.
El sacerdote ministerial se echa por tierra en señal de luto y dolor por la muerte del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, porque Él es el fundamento del sacerdocio ministerial, y si Él ha muerto, entonces el sacerdocio y los sacerdotes han sido derrotados y eso se significa con la postración.
Suspensión de la celebración del Santo Sacrificio del altar, sacerdocio ministerial postrado en tierra, imágenes ocultas, todo expresa el profundo abatimiento causado por el dolor y consternación de la Iglesia por la muerte de Jesús en el Viernes Santo, Día de la muerte del Autor de la vida y Vida Increada misma, Cristo Jesús.
Si para la Iglesia y sus hijos el Viernes Santo es Día de luto y de dolor, para el mundo, por el contrario, es día de jolgorio, de solaz y de risas, porque es el día del aparente triunfo de su príncipe, el Príncipe de las tinieblas, y por eso es que el mundo convierte a la Semana Santa en semana de vacaciones y de turismo.  
Pero en medio de tantos dolores, en medio de tanta desolación, hay un signo de esperanza, que anuncia el triunfo venidero, así como la Estrella de la mañana anuncia el fin de la noche y la llegada del sol y del nuevo día, y ese signo de esperanza es María Santísima al pie de la Cruz.
Cristo, su Hijo, el Redentor, ha muerto, pero Ella, la Co-Redentora, sigue viva, y habrá de ser, según la Tradición, la Primera a la cual se le aparecerá Jesús resucitado; la Virgen será la Primera en ser testigo del triunfo victorioso de su Hijo Jesús sobre la muerte, el infierno y el pecado, y Ella lo sabe, y por eso, en su dolor inmenso, no hay ni la más mínima sombra de desesperación, sino serenidad, fe, confianza, y alegría, alegría que será desbordante el Domingo de Resurrección.
Pero hoy, Viernes Santo, la Virgen de los Dolores llora en silencio, con su Inmaculado Corazón estrujado por el dolor agudísimo, más intenso que siete espadas de doble filo, el dolor causado por la muerte del Hijo de su Amor.

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