(Ciclo C –
2013)
“Uno de ustedes me entregará (…) Es aquél a quien Yo le dé
el bocado (…) En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él (Judas)” (Jn 13, 21-33. 36-38). Si bien es cierto
que la Pasión de Jesús es sufrida libre y voluntariamente por Él, puesto que lo
que movía a Jesús era el Amor de Dios que ardía en su Sagrado Corazón, el
Espíritu Santo, es también cierto que intervinieron los hombres libremente asociándose,
como en el caso de Judas, al demonio, quienes actuaron de común acuerdo para
conducir a Jesús a la Cruz. No puede negarse la intervención tanto del demonio
como de los hombres pervertidos que actuaban a sus órdenes, puesto que el
Evangelio lo pone de manifiesto en múltiples lugares y en la secuencia exacta
de los hechos. Precisamente, en los Evangelios, puede verse con claridad cómo
el Príncipe de las tinieblas actúa progresivamente, usando a los hombres como a
instrumentos –particularmente a Judas Iscariote, cuya posesión está descripta
en las narraciones de la Pasión- para llevar a cabo su odio deicida. Es necesario
tener en cuenta esta acción conjunta entre el demonio y los hombres a él
asociados, porque así como actuaron de modo conjunto en la Pasión para
crucificar a Jesús, así continúan actuando, y lo continuarán haciendo hasta el
fin de los tiempos, para destruir a la Iglesia de Cristo, y su poder destructor
será tan grande con el paso del tiempo, que parecerá todo humanamente perdido
para la Iglesia, y de tal manera lo será, que Jesús tuvo que prometer su
asistencia divina, de modo que el recuerdo de sus palabras trajera ánimo a
quienes vivieran en esos tiempos de suma oscuridad: “Las puertas del infierno
no prevalecerán contra mi Iglesia”. Así como el demonio y los hombres actuaron
en forma conjunta para crucificar a Jesús, así continúan haciéndolo en la
actualidad.
En el Evangelio se narra, en orden cronológico, el actuar
del demonio y de los hombres malignos.
Al finalizar los cuarenta días de ayuno, se dice así en el
Evangelio de Lucas: “Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se
alejó de Él hasta el momento oportuno” (Lc
4, 13). El “momento oportuno”, será el tiempo de la Pasión, la “hora de las
tinieblas”, en donde el demonio parecerá tener control completo de la
situación, y en donde las tinieblas, es decir, el mal personificado en la
persona angélica del demonio y de los ángeles caídos, parecerá haber triunfado
sobre los planes de Dios.
En el Evangelio de Juan, al final del capítulo en el cual se
habla de la institución de la Eucaristía, Jesús dice directamente de Judas: “uno
de vosotros es un diablo”. No puede haber más precisión en describir el estado
espiritual de un ser humano que se ha aliado al demonio con todo su ser. El
párrafo dice así: “Jesús replicó: ¿No os elegí Yo a los Doce? Y, sin embargo,
uno de vosotros es un diablo. Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote. Porque
Judas, precisamente uno de los Doce, lo iba a entregar” (Jn 6, 70-71). La traición surge del seno mismo de la Iglesia: quien
traiciona a Jesús es Judas Iscariote, llamado “amigo” por Jesús, y nombrado por
Él sacerdote y obispo. Esto nos debe hacer ver que debemos “estar atentos y
vigilar”, porque “el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar”,
y busca devorar el corazón del hombre, destruyendo en él todo resquicio de
bondad, de piedad, de amistad, de compasión, de amor, para inocularle el veneno
letal del odio deicida.
Ya en las horas de la Pasión, Lucas advierte que Judas no
está movido simplemente por sus pasiones –su amor al dinero, su egoísmo, su
amor a la mentira, su frialdad, su desprecio por Jesús y sus enseñanzas-, sino
que está movido y guiado por Satanás: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado
Iscariote, que era uno de los doce, y éste fue a tratar con los jefes de los
Sacerdotes y las autoridades del templo la manera de entregárselo” (Lc 22, 3). La traición, el deseo
homicida, cainita, el corazón oscuro y no transparente, con doblez, son todos
signos de la presencia del ángel de las tinieblas en esa persona. Judas obra
con doblez hipócrita, porque delante de Jesús y de los demás Apóstoles se
muestra como uno más entre todos, pero cuando no se encuentra con ellos, va en
busca de los enemigos de Jesús, para planear su entrega y su muerte. La codicia
del dinero –Judas lo entrega por treinta monedas de plata- constituye la
perdición de Judas, porque detrás del dinero mal habido está el demonio. No en
vano advierte Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
En la Última Cena, se describe cómo el diablo ocupa la mente
de Judas Iscariote, guiando sus pensamientos hacia la traición y el odio: “Estaban
cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de
Simón, la idea de traicionar a Jesús” (Jn
13, 2).
Más adelante, en el transcurso de la Última Cena, el
evangelista Juan describe con precisión la posesión demoníaca de Judas
Iscariote, ocurrida en el momento en el que Judas “toma el bocado” que le da
Jesús. A partir de aquí, la obsesión demoníaca pasa a ser posesión perfecta en
Judas, porque desde este momento, hasta su voluntad queda sometida al demonio,
de modo que para Judas ya no hay vuelta posible. Jesús le da el bocado y con el
bocado entra Satanás, que lo posee en el cuerpo y le domina el alma a través de
los pensamientos, lo cual constituye la posesión perfecta, de la cual es
imposible la liberación porque el hombre se entrega sin reservas al Príncipe de
las tinieblas.
Esta posesión perfecta se verifica en el momento en el que
Judas toma el bocado que le da Jesús: “Cuando Judas recibió aquel trozo de pan
mojado, Satanás entró en él… Judas, después de recibir el trozo de pan mojado,
salió inmediatamente. (Afuera) Era de noche” (Jn 13, 27. 3). La terrible consecuencia de elegir al demonio en vez
de Cristo: Judas no recibe el Cuerpo y la Sangre de Jesús, sino un “trozo de
pan mojado”, símbolo de los bienes materiales mal habidos, y en consecuencia
Jesús no entra en su alma para inhabitar en él por la gracia y el amor, como
sucede en la comunión eucarística, sino que el que “entra en él” es Satanás,
quien lo domina en el cuerpo y guía su mente y su voluntad, por el odio y por
la fuerza, con lo que se ve que la posesión es la parodia demoníaca que la “mona
de Dios” hace de la inhabitación trinitaria. Las tinieblas cosmológicas que
reciben a Judas Iscariote –“Afuera era de noche”- cuando sale del Cenáculo y de
la compañía del Sagrado Corazón de Jesús, son un símbolo de las siniestras
tinieblas espirituales en las que su alma se sumerge voluntariamente, al
comulgar con el demonio. Obrar las obras del demonio y no las de Dios, tienen
esta terrible consecuencia: el demonio se apodera de la persona, y las
tinieblas lo engullen literalmente, como le sucedió a Judas al salir del
Cenáculo.
La acción del demonio no termina aquí, y no se limita a
Judas, sino que continúa con Pedro y los discípulos, los cuales superarán la
prueba sólo por la fe inquebrantable en Cristo Jesús: “Simón, Simón, mira que
Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero Yo he rogado por
ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido, confirma a tus
hermanos” (Lc 22, 31-32).
Después del beso de la traición en el Huerto de los Olivos,
Jesús declara que todo cuanto sucede se debe a que a los ángeles caídos y a los
hombres a ellos asociados, se les ha concedido un momento de poder contra Él[1]: “Cada
día estaba con vosotros en el templo, y no me pusisteis las manos encima; pero
ésta es vuestra hora: la hora del poder de las tinieblas” (Lc 22, 53).
Al
meditar en Semana Santa sobre la Pasión del Señor, es necesario considerar que
la Pasión es llevada a cabo libremente por nuestro Señor, pero que nosotros,
libremente también, debemos asociarnos a su Pasión, por medio de la oración, la
penitencia, las obras de caridad. Por otra parte, a la luz de estas
consideraciones es que se valoran las palabras del Papa Francisco, quien ha
dicho que cuando no se reza a Cristo, se reza al demonio; esto quiere decir que
cuando no se viven en el amor los Mandamientos de Dios, se cumplen en el odio
los mandamientos de Satanás, tal como lo hace Judas Iscariote. La Semana Santa
debe servir entonces para hacer el firme propósito de no obrar nunca las obras
de las tinieblas, sino las obras de Dios, que son las obras de misericordia, fruto del Amor del Sagrado Corazón recibido en la comunión eucarística.
[1] Raúl Salvucci, Experiencias
de un exorcista, Editorial Fundación Jesús de la Misericordia, Quito 2004, 78-80.
No hay comentarios:
Publicar un comentario