“Conviértanse
y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 14-20).
Jesús predica y pide la conversión del corazón: “Conviértanse y crean en la
Buena Noticia”. La conversión y el creer en la Buena Noticia, el Evangelio, es
indispensable para poder entrar en el Reino de los cielos. Para apreciar mejor
la necesidad de la conversión, hay que reflexionar acerca del pecado original,
el pecado cometido por los primeros Padres, Adán y Eva, pecado que les valió la
expulsión del Paraíso, la pérdida de la amistad con Dios y el quedar bajo el
dominio de la muerte y del demonio. Como consecuencia del pecado original, la
humanidad perdió la gracia santificante y los dones con los cuales había sido
creada y dotada –impasibilidad, inmortalidad, integridad-, pero lo más grave de
todo, es que quedó con el corazón vuelto hacia las cosas terrenas, hacia las
cosas bajas, dominado por las pasiones, y oscurecido por las tinieblas del
pecado.
La
conversión consiste en volver la mirada del corazón hacia Dios, en un
movimiento que recuerda al girasol: este, cuando es de noche, se encuentra con
su corola cerrada e inclinado hacia la tierra; las penumbras hacen que el
girasol quede inclinado hacia la tierra y cerrado en sí mismo, a oscuras. Cuando
comienza el amanecer, anunciado por la Aurora, la estrella luciente de la
mañana, la estrella que anuncia la llegada del nuevo día, el girasol comienza a
abrir su corola, al mismo tiempo que realiza un giro, desde la tierra hacia
donde está inclinado, hacia el cielo, el lugar en el que la estrella de la
mañana anuncia la llegada de un nuevo día. Cuando aparece la estrella de la
mañana, que es la más brillante de todas, en el firmamento, eso constituye para
el girasol la señal de que aparecerá, en breve, en el cielo, el sol, que pondrá
fin a la noche y dará inicio al nuevo día. Luego, a medida que avanzan las
horas, y mientras el sol se desplaza por el firmamento, el girasol, al tiempo que
abre su corola y despliega sus pétalos, realiza un movimiento de rotación por
el cual deja de estar orientado hacia la tierra, para orientarse hacia el sol y
seguirlo, durante todo su recorrido por el cielo.
En
la conversión, sucede algo similar en el corazón: antes de la conversión, el
corazón del hombre está cerrado sobre sí mismo, además de estar inclinado hacia
la tierra, atraído por las cosas bajas de este mundo, al estar dominado por las
pasiones. Pero luego, cuando aparece en su alma y en su vida la Estrella luciente
de la mañana, la Aurora brillante de los cielos que anuncia la llegada del
nuevo día, la Virgen María, el corazón comienza, de a poco, a elevarse, a
despegarse de los atractivos del mundo. La presencia de la Virgen en el alma
significa el inicio de la conversión, porque es la Virgen, Medianera de todas
las gracias, la que concede la gracia de la conversión, y así el corazón, al
tiempo que comienza a desapegarse de los falsos atractivos del mundo, gira
hacia los bienes del cielo, y cuando aparece en el cielo de su alma el Sol de
justicia que es Jesucristo, el alma, al igual que hace el girasol cuando
aparece el sol, siguiéndolo a lo largo de su recorrido por el cielo, así el
corazón que recibe la gracia de la conversión, no solo se despega de su
afección por lo terreno, sino que eleva su mirada a Jesucristo, Sol de
justicia, y lo sigue. Para el alma, la aparición –no significa una
manifestación sensible- de la Aurora de la mañana, la Virgen, es una clara
señal del comienzo del nuevo día, es decir, del inicio de su vida de converso,
el inicio del comienzo de su vida como hija adoptiva de Dios, que va en pos del
Sol de justicia, Jesucristo.
“Conviértanse
y crean en la Buena Noticia”. Así como para el girasol, la aparición de la
estrella de la mañana y del sol en el firmamento señala el inicio del nuevo día
y el despegarse de su inclinación hacia la tierra para abrir su corola,
desplegar sus pétalos y seguir al sol en el recorrido por el firmamento, así
también, para el cristiano, la aparición de la Virgen en su vida, representa el
inicio de la vida nueva de la conversión, que implica no solo el despegarse de
las cosas bajas de este mundo y de este mundo mismo, sino ante todo, la
adoración a Jesucristo en la Eucaristía, Sol radiante de justicia que ilumina el
alma con la Luz Eterna de Dios. Así el alma que inicia la conversión,
orientando su vista a Jesús Eucaristía, comienza a vivir ya en la tierra una
nueva vida, una vida que se desplegará en su plenitud en los cielos, la vida de
la bienaventuranza eterna, la vida del Reino de los cielos.
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