miércoles, 6 de enero de 2016

Infraoctava de Navidad 6 - El Portal de Belén, la Cruz del Calvario, el Altar Eucarístico



         Cuando se contempla el Pesebre de Belén, no debe dejarse de lado el hecho de que la tierna escena del Niño Dios que abre sus brazos esperando ser recibido con amor, es el mismo Hombre-Dios que, en el Calvario, extiende los brazos en la cruz para abrazar con ellos a todos los hombres y comunicarles el Amor del Padre, y es el mismo Hombre-Dios que, como Sumo y Eterno Sacerdote, extiende los brazos por medio del sacerdote ministerial, en la Santa Misa, para perpetuar, de modo incruento y sacramental, sobre el Altar Eucarístico, el Santo Sacrificio de la Cruz. Así, el Pesebre, la Cruz y el Altar Eucarístico, no son escenas aisladas de una piedad sentimentalista y fragmentada, sino tres etapas, intrínseca e indisolublemente conexas, de la vida del Redentor, el Hombre-Dios, que naciendo como Niño humano, como “Hijo de hombre” (cfr. Mt 24, 44), se dona a sí mismo en Belén, Casa de Pan, como Pan Vivo bajado del cielo; este Niño Dios es el mismo que, como Hombre-Dios, en el Calvario, dona su Alma y su Divinidad junto con su Cuerpo y su Sangre; este Niño Dios es el mismo que, en el Altar Eucarístico, Nuevo Calvario y Nuevo Belén, se dona cada vez, en la Eucaristía, como Pan Vivo bajado del cielo, con su Cuerpo resucitado, su Sangre inhabitada por el Espíritu Santo, su Alma glorificada y su majestuosa Divinidad. Pesebre, Cruz y Altar, tres lugares en donde el alma recibe el Amor de Dios, tres lugares en donde el alma tiene la oportunidad de darle su pequeño amor a Dios, que se nos dona como Niño-Dios, como Hombre-Dios y como Pan Vivo bajado del cielo, como Eucaristía.

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