miércoles, 6 de enero de 2016

Infraoctava de Navidad 4 - El Hijo



         El Niño que yace en el pobre Portal de Belén, ese Niño que llora debido al frío y al hambre –experimentando en su pequeño cuerpo humano, todos los sufrimientos que experimenta un niño recién nacido, desvalido-, ese Niño es Dios Eterno, el mismo Dios Creador de los cielos y de la tierra, que ha nacido como un niño indefenso, para que los hombres no tuvieran temor en acercarse a Él. Este Niño, es Dios Invisible e Intangible, inaccesible a los sentidos del hombre, pero que ahora aparece como un niño humano, como un “hijo de hombre” (cfr. Mt 8, 20), para volverse visible, tangible, accesible a los sentidos del hombre, para que el hombre pueda abrazar a su Dios, hecho Niño; el Dios omnipotente aparece a los hombres como un niño que acaba de nacer, para que el hombre no tenga temor en acercarse a Dios: ¿quién puede tener miedo de un Niño recién nacido?; el Dios de infinita majestad, cuya gloria no puede ser contemplada por los hombres, viene a nuestro mundo como un niño, para que el hombre pueda contemplar, con sus propios ojos, la gloria del Dios invisible, hecha visible en el Cuerpo del Niño de Belén. El Dios, que es Espíritu Puro, se presenta ante los hombres como un Niño, con un cuerpo humano, un cuerpo cuyos miembros le fueron proporcionados por la Virgen y Madre, durante los nueve meses en los que este Niño se alojó en su seno virginal. Fue allí en donde la Madre de Dios, donando de su substancia materna al Verbo de Dios en Ella alojado, le tejió un cuerpo de carne y sangre al Dios que es Espíritu Puro, para que este Dios, naciendo milagrosamente en Belén, se entregara al mundo como Pan de Vida eterna, ofrendando su Cuerpo en la cruz y derramando su Sangre en el cáliz de bendición, en el altar eucarístico. Gracias a María Santísima, la Virgen y Madre, que lo nutrió y lo envolvió en su seno virginal con su substancia materna, el Logos, la Palabra de Dios, se volvió visible a los ojos de los hombres, al revestirse de carne y sangre, la misma Carne y la misma Sangre que habría de entregar un día en el Santo Sacrificio de la Cruz para la salvación de los hombres; la misma Carne y la misma Sangre que entregaría cada vez, en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, el Santo Sacrificio del Altar. Por la Virgen Madre, el Dios Invisible adquiere un Cuerpo, para entregarlo en la Cruz; por la Iglesia, el Dios hecho visible en Belén, se reviste de apariencia de pan para entregar su Cuerpo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía.

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