El Niño que yace en el pobre Portal de Belén, ese Niño que
llora debido al frío y al hambre –experimentando en su pequeño cuerpo humano,
todos los sufrimientos que experimenta un niño recién nacido, desvalido-, ese
Niño es Dios Eterno, el mismo Dios Creador de los cielos y de la tierra, que ha
nacido como un niño indefenso, para que los hombres no tuvieran temor en
acercarse a Él. Este Niño, es Dios Invisible e Intangible, inaccesible a los
sentidos del hombre, pero que ahora aparece como un niño humano, como un “hijo
de hombre” (cfr. Mt 8, 20), para
volverse visible, tangible, accesible a los sentidos del hombre, para que el
hombre pueda abrazar a su Dios, hecho Niño; el Dios omnipotente aparece a los
hombres como un niño que acaba de nacer, para que el hombre no tenga temor en
acercarse a Dios: ¿quién puede tener miedo de un Niño recién nacido?; el Dios de
infinita majestad, cuya gloria no puede ser contemplada por los hombres, viene
a nuestro mundo como un niño, para que el hombre pueda contemplar, con sus propios
ojos, la gloria del Dios invisible, hecha visible en el Cuerpo del Niño de
Belén. El Dios, que es Espíritu Puro, se presenta ante los hombres como un
Niño, con un cuerpo humano, un cuerpo cuyos miembros le fueron proporcionados
por la Virgen y Madre, durante los nueve meses en los que este Niño se alojó en
su seno virginal. Fue allí en donde la Madre de Dios, donando de su substancia
materna al Verbo de Dios en Ella alojado, le tejió un cuerpo de carne y sangre
al Dios que es Espíritu Puro, para que este Dios, naciendo milagrosamente en
Belén, se entregara al mundo como Pan de Vida eterna, ofrendando su Cuerpo en
la cruz y derramando su Sangre en el cáliz de bendición, en el altar
eucarístico. Gracias a María Santísima, la Virgen y Madre, que lo nutrió y lo
envolvió en su seno virginal con su substancia materna, el Logos, la Palabra de
Dios, se volvió visible a los ojos de los hombres, al revestirse de carne y
sangre, la misma Carne y la misma Sangre que habría de entregar un día en el
Santo Sacrificio de la Cruz para la salvación de los hombres; la misma Carne y
la misma Sangre que entregaría cada vez, en la renovación incruenta del
Sacrificio del Calvario, el Santo Sacrificio del Altar. Por la Virgen Madre, el
Dios Invisible adquiere un Cuerpo, para entregarlo en la Cruz; por la Iglesia,
el Dios hecho visible en Belén, se reviste de apariencia de pan para entregar
su Cuerpo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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