“Jesús
multiplica panes y peces y da de comer a una multitud” (Mc 6, 34-44). Jesús realiza un milagro para satisfacer el hambre de
la multitud que había ido a escuchar sus palabras. Según el Evangelio, los
integrantes eran más de “cinco mil hombres”, porque a estos deben agregárseles
las mujeres y los niños, con lo cual, el número final asciende a más de diez
mil. No es extraño que Jesús multiplique panes y peces: siendo Él Dios Hijo en
Persona, siendo Él el Creador del universo visible y del invisible, es decir,
siendo Él el Creador de los espíritus puros, los ángeles y de las almas
espirituales de los hombres, además de ser el Creador de sus cuerpos materiales
y de toda la materia del universo, el hecho de crear los átomos y las moléculas
que componen los panes y los peces, es algo prácticamente insignificante para
Él, y es esto lo que Jesús hace, en el
milagro de la multiplicación de panes y peces.
Ahora
bien, este milagro, por medio del cual satisface el hambre corporal de la
multitud, es sólo una señal de un milagro posterior, infinitamente más grande,
porque satisfacer el hambre corporal de la humanidad no es el objetivo último
del Mesías: su objetivo último es saciar el hambre y la sed que de Dios tiene
toda alma humana, y para ello, multiplicará, en el correr de los siglos y en el
signo de los tiempos, no el pan material ni la carne muerta de peces, sino que
lo que multiplicará, por medio de la Santa Misa, será el Pan Vivo bajado del
cielo y su Carne gloriosa y resucitada en la Eucaristía.
“Jesús
multiplica panes y peces y da de comer a una multitud”. Para con nosotros,
Jesús hace un milagro infinitamente más grandioso que el del Evangelio:
multiplica su Presencia sacramental, la Eucaristía, para alimentar nuestras
almas con la Carne del Cordero de Dios y con el Pan de Vida eterna, la
Eucaristía.
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