“Ya
sé quién eres, el Santo de Dios” (Mc
1, 21-28). Al escuchar a Jesús que predica en la Sinagoga, un demonio -hablando
en plural, porque se dirige a Jesús en nombre de todos los demonios que poseen
a un hombre- le dice a Jesús: “¿Qué quieres de nosotros? (…) Ya sé quién eres:
el santo de Dios”. El Demonio dice esto
a Jesús porque reconoce en Jesús la voz de Dios y la reconoce por su
autoridad y su sabiduría; el Demonio se da cuenta de que la voz de Jesús es la
voz de Dios; percibe, con certeza, de que Dios habla a través de Jesús, y es
por eso que increpa a Jesús, diciéndole, con temor, que ya sabe quién es: “el
santo de Dios”. San Jerónimo[1], al comentar este pasaje,
corrige al demonio, afirmando que Jesús no es “santo de Dios”, sino que es
“Dios Santo”, lo cual es algo mucho más grande que ser “el santo de Dios”,
porque una cosa es ser un hombre santo, a quien Dios asiste de modo especial,
otorgándole gracia y poder, y otra cosa es ser Dios Tres veces Santo. De todos
modos, lo que destaca en el Evangelio es la fe del demonio –de los demonios- que
posee al hombre que está en la sinagoga, porque se da cuenta de que Jesús no es
un hombre cualquiera. Si bien no puede saber que es Dios Hijo encarnado, sí se
da cuenta de que Jesús es algo más que un simple hombre y se da cuenta por la
sabiduría de sus palabras y por la autoridad con la que habla. Lo que debemos
tener en cuenta es que Jesús es el Creador de los espíritus angélicos, incluso
de aquellos como los demonios que, por propia voluntad, decidieron hacerse
malos y reos de eterna condenación. El demonio reconoce en la voz de Jesús, la
voz de su Creador, la voz de Aquel que lo trajo a la existencia, como así
también la voz de Aquel que lo apartó para siempre de su Presencia, por haberse
rebelado contra su Amor y su Ser divino trinitario, y por eso tiembla de terror
ante su Jesús. Con su pregunta, el demonio demuestra tener fe en Jesús, sino
como Dios, sí como “santo de Dios”, es decir, como alguien a quien Dios
acompaña y lo reconoce con terror, porque siente en la voz de Jesús el poder
omnipotente de Dios, que puede expulsarlo del cuerpo que posee, con solo
quererlo.
Muchos
cristianos, en nuestros días, demuestran tener menos fe que los demonios,
porque no reconocen a su Dios ni a su Sabiduría, manifestada en los
Mandamientos y en el Magisterio; muchos cristianos no reconocen a Dios, cuando
Dios habla en las Sagradas Escrituras; muchos cristianos no lo reconocen en el
Sacramento de la Confesión, cuando es Jesús el que habla a través del sacerdote
ministerial, concediendo el perdón de los pecados; no lo reconocen cuando habla
a través de la Iglesia, sea en la Palabra de Dios, en las lecturas que se leen
en la Misa, sea en la Liturgia Eucarística, cuando Jesús pronuncia las palabras
de la consagración, a través del sacerdote ministerial, obrando el milagro de
la conversión del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Jesús.
“Ya
sé quién eres, el santo de Dios”. Si bien el demonio reconoce el poder de Dios
en Jesús y lo hace con terror, porque reconoce la fuerza omnipotente de Dios
que puede expulsarlo del cuerpo que ocupa, los cristianos podemos aprender,
incluso de estos demonios, que hablan a través de un poseso, reconociendo a
Jesús, que no solo habla en su Iglesia, sino que está Presente en su Iglesia,
en la Eucaristía. Parafraseando al demonio, y afirmándonos en la fe bimilenaria
de la Iglesia, le decimos a Jesús, con fe y con amor: “Jesús, ya sé quién eres
en la Eucaristía: Tú eres el Dios tres veces Santo”.
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