“Jesús
se levantó y fue a un lugar desierto, allí estuvo orando” (Mc 1, 29-39).luego de su actividad apostólica –curar enfermos y
expulsar demonios-, Jesús se retira a un lugar desierto, para orar. El desierto
es sinónimo de soledad y silencio, y esa es la razón por la cual Jesús ora
allí, porque para orar, el hombre necesita estar a solas, para encontrar a
Dios, así como también necesita hacer silencio, tanto exterior como interior,
para escuchar la voz de Dios, que habla en el silencio y no en el estrépito.
Al
orar, siendo Él el Hombre-Dios, Jesús nos enseña, con el ejemplo, a hacer
oración. Puesto que el hombre está compuesto de materia y espíritu, es
necesario que haga oración, para alimentar el espíritu. Por eso es que Jesús
dice: “No solo de pan vive el hombre”, porque el hombre no necesita solo el
alimento corporal, sino del alimento espiritual, y el alimento espiritual más
exquisito y sabroso de todos, es la Palabra de Dios: “No solo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. La oración es al
alma lo que el alimento corporal es al cuerpo: así como el cuerpo, sin
alimento, perece, así el alma, sin oración, sucumbe ante las tentaciones que
inevitablemente, por el hecho de ser viadores, se nos presentan todos los días.
La oración es también al alma, lo que el agua al cuerpo: así como el cuerpo
perece por deshidratación luego de unas horas sin beber, así también el alma,
si no se sacia en su sed espiritual en la Fuente inagotable de paz, felicidad y
amor que es Dios Trino, entonces sucumbe también porque inevitablemente saciará
su sed espiritual en “cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (cfr. Jer 2, 13), es decir, buscará saciar su
sed de espiritualidad, pero puesto que todo lo que no sea Dios Uno y Trino, es
veneno para el alma, finalizará por sucumbir. El alma que ora, es alimentada
por Dios Trino, recibiendo de Él todo lo que Él es y tiene: amor, paz,
felicidad, alegría, serenidad. El alma que ora es como el planeta o la estrella
que está más cercana al sol: cuanto más cercana, más luz y calor recibe del
sol; cuanto más lejana, más oscura y fría. Y quien no ora a Dios –la manera más
rápida, segura y eficaz de llegar al Corazón mismo de Dios es por intercesión
de María Santísima-, “ora a ídolos demoníacos” (cfr. 1 Cor 10, 20), que solo llenan el corazón de vacío, tristeza,
angustia, dolor y muerte, tanto temporal como eterna.
“Jesús
se levantó y fue a un lugar desierto, allí estuvo orando”. En nuestro caso, el
desierto no es un lugar geográfico, sino que designa el interior más íntimo de
nuestro ser, allí en donde sólo Dios puede acceder y allí donde sólo Dios ve lo
más profundo de nuestro ser, aquello de nosotros que está oculto incluso a nosotros
mismos. Y esta oración, la oración interior, hecha con el corazón, es decir,
con amor, es la esencia de la oración, pero para poder realizarla, es necesario
el silencio y el recogimiento interior en ese desierto interior que es nuestra
propia alma, según nos dice Jesús:: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la
puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto,
te dará tu premio” (Mt 6, 6). Dios Padre premia al que hace oración y el premio es la Presencia, por medio de Dios Espíritu Santo, de su Hijo, Jesucristo, en el alma orante.
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