miércoles, 20 de enero de 2016

“Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación”


"El Salvador de los ojos furiosos",
ícono bizantino del Siglo XIV.

“Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación” (Mc 3, 1-6). Es extraño que Jesús, el Dios Misericordioso, tenga una actitud como esta, la de “indignación” y, sin embargo, el Evangelio la relata: “Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación”. Y a renglón seguido, el Evangelio da la razón de la indignación de Jesús, y es la “dureza de corazón” de los fariseos: “apenado por la dureza de sus corazones”. Los fariseos logran, en el colmo de su necedad y obstinación en el mal, provocar la indignación de Jesús.
Jesús se indigna y apena por la dureza de los corazones de los fariseos, porque estos lo acusan de cometer una falta legal, que es la de curar en día sábado, cuando el precepto bien podía obviarse, al tratarse de una obra de misericordia, como lo es la curación de la mano paralizada de un hombre enfermo. Es decir, si los fariseos hubieran tenido un mínimo de misericordia, no se habrían opuesto a que Jesús realice su obra de caridad, la curación de la mano paralizada de un hombre, pero como no querían amar –ni a Dios ni al prójimo-, endurecen sus corazones, oponiéndose a la Divina Misericordia Encarnada, Jesús, acusándolo al mismo tiempo de faltar contra la ley.
El hecho de detenerse en una prescripción legal –no realizar tareas manuales en día sábado- para evitar u oponerse a una obra de misericordia –curar la mano enferma- demuestra dureza de corazón, que es producto de la necedad –ausencia de sabiduría divina-, obstinación en el pecado y, en consecuencia, presencia de odio en el corazón de los fariseos, al puesto del amor. Y debido a que la obstinación voluntaria en el mal se debe a una libre elección, la dureza de corazón de los fariseos cierra sus almas a toda posible acción ulterior de la gracia santificante, con lo cual se están auto-condenando, de manera irreversible y de modo anticipado, ya en esta tierra, a la privación eterna de la visión beatífica de Dios. En otras palabras, con la dureza de corazón, fruto de la obstinación en el mal -que se deriva de no querer reconocer que Cristo es Dios, porque se niegan, irracionalmente, a reconocer los milagros que hace con su propio poder- se dirigen por sí mismos a aquel terrible lugar en el que no hay redención, el infierno, porque quien cierra voluntariamente –libremente- su corazón a la acción de la gracia, ejerce un acto de libertad que es respetado por Dios: si la persona decide que no quiere saber nada con Dios, entonces Dios respeta esta decisión –de terribles consecuencias para el alma- y la respeta, porque Dios considera sagrada su imagen en nuestras almas, y es la de la libertad. Libremente se oponen a la Misericordia Divina, libremente se colocan bajo la acción de la implacable y terrible Justicia Divina, y eso es lo que motiva la pena de Jesús.

“Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación (…) apenado por la dureza de sus corazones”. Oponerse a la Divina Misericordia implica, necesariamente, colocarse bajo el punto de mira de la Justicia Divina, tal como Jesús se lo dice a Santa Faustina: “Quien no quiera pasar por las puertas de mi Misericordia, deberá pasar por las puertas de mi Justicia”. Obremos con caridad, confiados en la Divina Misericordia, teniendo siempre presente que, si libremente decidimos no ser misericordiosos para con nuestros hermanos más necesitados, estamos manifestando que, libre y voluntariamente, queremos comparecer ante la Divina Justicia. Y “de Dios nadie se burla” (Gál 6, 7). Seamos misericordiosos con nuestros hermanos y así recibiremos de Jesús, el día de nuestro juicio particular, una mirada llena de amor, de compasión y de misericordia, y no una mirada "llena de indignación".

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