"El Salvador de los ojos furiosos",
ícono bizantino del Siglo XIV.
“Dirigió
sobre ellos una mirada llena de indignación” (Mc 3, 1-6). Es extraño que Jesús, el Dios Misericordioso, tenga una
actitud como esta, la de “indignación” y, sin embargo, el Evangelio la relata: “Dirigió
sobre ellos una mirada llena de indignación”. Y a renglón seguido, el Evangelio
da la razón de la indignación de Jesús, y es la “dureza de corazón” de los
fariseos: “apenado por la dureza de sus corazones”. Los fariseos logran, en el
colmo de su necedad y obstinación en el mal, provocar la indignación de Jesús.
Jesús
se indigna y apena por la dureza de los corazones de los fariseos, porque estos
lo acusan de cometer una falta legal, que es la de curar en día sábado, cuando
el precepto bien podía obviarse, al tratarse de una obra de misericordia, como
lo es la curación de la mano paralizada de un hombre enfermo. Es decir, si los
fariseos hubieran tenido un mínimo de misericordia, no se habrían opuesto a que
Jesús realice su obra de caridad, la curación de la mano paralizada de un
hombre, pero como no querían amar –ni a Dios ni al prójimo-, endurecen sus
corazones, oponiéndose a la Divina Misericordia Encarnada, Jesús, acusándolo al
mismo tiempo de faltar contra la ley.
El
hecho de detenerse en una prescripción legal –no realizar tareas manuales en
día sábado- para evitar u oponerse a una obra de misericordia –curar la mano
enferma- demuestra dureza de corazón, que es producto de la necedad –ausencia de
sabiduría divina-, obstinación en el pecado y, en consecuencia, presencia de
odio en el corazón de los fariseos, al puesto del amor. Y debido a que la
obstinación voluntaria en el mal se debe a una libre elección, la dureza de
corazón de los fariseos cierra sus almas a toda posible acción ulterior de la
gracia santificante, con lo cual se están auto-condenando, de manera irreversible
y de modo anticipado, ya en esta tierra, a la privación eterna de la visión
beatífica de Dios. En otras palabras, con la dureza de corazón, fruto de la
obstinación en el mal -que se deriva de no querer reconocer que Cristo es Dios,
porque se niegan, irracionalmente, a reconocer los milagros que hace con su
propio poder- se dirigen por sí mismos a aquel terrible lugar en el que no hay
redención, el infierno, porque quien cierra voluntariamente –libremente- su
corazón a la acción de la gracia, ejerce un acto de libertad que es respetado
por Dios: si la persona decide que no quiere saber nada con Dios, entonces Dios
respeta esta decisión –de terribles consecuencias para el alma- y la respeta,
porque Dios considera sagrada su imagen en nuestras almas, y es la de la
libertad. Libremente se oponen a la Misericordia Divina, libremente se colocan
bajo la acción de la implacable y terrible Justicia Divina, y eso es lo que
motiva la pena de Jesús.
“Dirigió
sobre ellos una mirada llena de indignación (…) apenado por la dureza de sus
corazones”. Oponerse a la Divina Misericordia implica, necesariamente,
colocarse bajo el punto de mira de la Justicia Divina, tal como Jesús se lo
dice a Santa Faustina: “Quien no quiera pasar por las puertas de mi
Misericordia, deberá pasar por las puertas de mi Justicia”. Obremos con
caridad, confiados en la Divina Misericordia, teniendo siempre presente que, si
libremente decidimos no ser misericordiosos para con nuestros hermanos más
necesitados, estamos manifestando que, libre y voluntariamente, queremos
comparecer ante la Divina Justicia. Y “de Dios nadie se burla” (Gál 6, 7). Seamos misericordiosos con nuestros hermanos y así recibiremos de Jesús, el día de nuestro juicio particular, una mirada llena de amor, de compasión y de misericordia, y no una mirada "llena de indignación".
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