El Niño que yace en
el Pesebre no es un niño más entre tantos: es el Niño-Dios, es Dios hecho Niño,
sin dejar de ser Dios; es Dios Hijo, la Persona Segunda de la Trinidad, el Dios
Invisible, Intangible e Inaccesible, que se hace Visible, Tangible y Accesible
a los hombres, gracias a su Madre, que por ser la Madre del Unigénito, es la
Madre de Dios. Y al igual que sucede con el Niño -que aunque parece ser uno más
entre tantos, no lo es, porque es Dios Hijo encarnado-, de la misma manera
sucede con la Madre: aun cuando a la vista de los ojos del cuerpo, la Madre se
asemeje a cualquier otra madre del mundo, no es una más, porque se trata de la
Madre y Virgen, la Madre de Dios que, por ser Inmaculada Concepción y Llena de
gracia, inhabitada por el Espíritu Santo desde la creación de su naturaleza
humana, es Madre y Virgen, puesto que da a luz al Verbo Eterno del Padre sin
perder su virginidad, permaneciendo Virgen antes, durante y después del parto milagroso.
La Virgen y Madre, María Santísima, se comportó con el Logos Eterno al modo
como se comportan los diamantes con la luz del sol: así como estos, piedras
cristalinas, que atrapan a la luz que proviene del sol y la encierran en su
interior antes de emitirla -y esa es la razón de su brillo-, del mismo modo, la
Virgen Santísima, luego del Anuncio del Ángel, encerró en sí misma, en su seno
virginal, al Verbo Eterno de Dios, Luz de Luz, Dios de Dios, Cristo Jesús, y la
retuvo dentro de sí durante nueve meses, para darlo luego finalmente a la luz
–y esa es la razón por la cual la Virgen brilla y resplandece en los cielos
como “la Mujer revestida de sol” (Ap
12, 1)-. Y puesto que Aquel a quien dio a luz era la Luz Eterna de Dios –Dios,
que es Luz eterna-, fue por la Virgen y Madre que los hombres, que vivían en
“oscuridad y sombras de muerte” (Lc
1, 79), recibieron la Luz divina, que al mismo tiempo que ilumina, vivifica a
las almas con la vida misma de Dios Trino. ¡Bendito y adorado sea el Niño Dios nacido
en Belén y alabada sea la Madre de Dios por quien vino a nosotros la Luz Eterna
de Dios!
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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