viernes, 25 de marzo de 2016

Domingo de Resurrección






(Domingo de Resurrección - Ciclo C – 2016)

         “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20, 1-9). María Magdalena, que había ido de mañana temprano al sepulcro para rezar a Jesús, a quien creía muerto, ve la piedra quitada de la entrada y acude presurosa a avisar a Pedro y a Juan que el cuerpo de Jesús no está en la tumba: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. María Magdalena ve la piedra de la entrada fuera de su lugar, pero como todavía “no había entendido las Escrituras de que Él debía resucitar de entre los muertos”, piensa que Jesús está muerto y que “alguien” se ha llevado su cadáver, pues el sepulcro está vacío. Pedro y Juan, alertados por María Magdalena, corren y entran en la tumba y recién luego de ver la Sábana Santa y el sudario tirados en el suelo, “vieron y creyeron”; hasta ese entonces, ellos también, igual que María Magdalena, no buscaban a un Jesús vivo y resucitado, sino a un Jesús muerto, porque también ellos, al igual que María Magdalena, no habían entendido las Escrituras que Él debía resucitar de entre los muertos”. Tanto María Magdalena primero, como Pedro y Juan después, buscan a un Jesús muerto, pero no lo encuentran, porque Jesús ya no está más muerto, sino vivo, resucitado, glorioso, lleno de la luz y de la gloria de Dios. Buscan a un Jesús cadáver, sin vida, pero encuentran un sepulcro vacío, y la primera reacción de María Magdalena es la de seguir pensando con categorías y con razonamientos humanos, sin creer en las promesas de Jesús de que Él habría de resucitar entre los muertos. María Magdalena, pero también Pedro y Juan, a pesar de haber estado tan cerca de Jesús, no creen en sus palabras y en la promesa de su Resurrección y esa es la razón por la cual buscan a un Jesús sin vida, un Jesús cadáver. Incluso María Magdalena, al darse con la prueba de la Resurrección -el sudario y la Sábana Santa en el suelo del sepulcro-, no toma a esto como una prueba de la veracidad de las palabras de Jesús y continúa con sus razonamientos humanos: si el cadáver de Jesús no está en el sepulcro, es porque se lo han llevado, no porque Jesús haya resucitado realmente: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. La verdad de lo sucedido –Jesús ha resucitado por su propio poder y esa es la razón por la que no está en la tumba- es tan alta y grandiosa, porque se origina en el Ser divino de Dios Trino, que escapa a la mente humana que no posee la luz de la fe, y es por eso que, en vez de pensar que ha resucitado como Él lo había anticipado, piensa que “alguien” ha robado el cuerpo y es por eso que “no sabe dónde lo han puesto”. Para María Magdalena –como para Pedro y Juan, antes de entrar al sepulcro-, Jesús no ha resucitado y es por esto que el Jesús que buscan es un Jesús muerto y no vivo.
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Hoy también, en la Iglesia, muchos bautizados –incluidos sacerdotes- viven con una fe puramente humana, como la de María Magdalena, Pedro y Juan, antes de entrar en el sepulcro: muchos piensan en Jesús, pero en un Jesús muerto, sin vida, desde el momento en que sus mandamientos –amar al enemigo, bendecir al que nos maldice, perdonar setenta veces siete, amarnos los unos a los otros con el Amor con el que Él nos amó, el amor de la cruz-, no son norma de vida, ya que la gran mayoría de los cristianos vive, no según los mandamientos de Cristo, sino según su propio parecer. Esto es lo que explica, por ejemplo, que los jóvenes no se casen por la Iglesia, o que los niños abandonen la Iglesia inmediatamente después de haber “aprobado” el Catecismo de Primera Comunión y la Confirmación. Muchos buscan y creen en un Jesús muerto, no vivo y resucitado, y es por eso que las palabras, los mandamientos y los milagros de Jesús no significan nada para ellos. Estos tales repiten, aunque sin saberlo, las palabras de María Magdalena, antes de creer en la Resurrección: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En otras palabras, como si dijeran: “Jesús está muerto y no sabemos dónde está”.
Sin embargo, los cristianos hemos recibido, en el Bautismo sacramental, el germen de la fe sobrenatural en Jesús y es por eso que, por la fe del Catecismo, no podemos decir: “Jesús está muerto y no sabemos dónde está Jesús”. Por el Catecismo de la Iglesia, sí sabemos dónde está Jesús: no está más con su Cuerpo muerto en el sepulcro, que está vacío y desocupado, sino que está, vivo, glorioso y resucitado, con su Cuerpo lleno de la vida, de la luz y de la gloria de Dios, en la Eucaristía, en el sagrario, irradiando desde allí la luz de su gloria divina. Por la fe de la Iglesia sabemos que Jesús no sólo ha resucitado del sepulcro, dejándolo vacío, sino que está, con su Cuerpo resucitado, glorioso y luminoso, en la Eucaristía. Es por esto que, iluminados por la luz que brota del sepulcro en la madrugada del Domingo de Resurrección, nosotros decimos con la Iglesia: “Sabemos dónde está el Cuerpo de Jesús resucitado: en la Eucaristía”. Y es este el mensaje que debemos dar al mundo.

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