(Domingo
de Resurrección - Ciclo C – 2016)
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo
han puesto” (Jn 20, 1-9). María
Magdalena, que había ido de mañana temprano al sepulcro para rezar a Jesús, a quien
creía muerto, ve la piedra quitada de la entrada y acude presurosa
a avisar a Pedro y a Juan que el cuerpo de Jesús no está en la tumba: “Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. María Magdalena
ve la piedra de la entrada fuera de su lugar, pero como todavía “no había
entendido las Escrituras de que Él debía resucitar de entre los muertos”,
piensa que Jesús está muerto y que “alguien” se ha llevado su cadáver, pues el
sepulcro está vacío. Pedro y Juan, alertados por María Magdalena, corren y entran
en la tumba y recién luego de ver la Sábana Santa y el sudario tirados en el
suelo, “vieron y creyeron”; hasta ese entonces, ellos también, igual que María
Magdalena, no buscaban a un Jesús vivo y resucitado, sino a un Jesús muerto,
porque también ellos, al igual que María Magdalena, no habían entendido las Escrituras
que Él debía resucitar de entre los muertos”. Tanto María Magdalena primero,
como Pedro y Juan después, buscan a un Jesús muerto, pero no lo encuentran,
porque Jesús ya no está más muerto, sino vivo, resucitado, glorioso, lleno de
la luz y de la gloria de Dios. Buscan a un Jesús cadáver, sin vida, pero
encuentran un sepulcro vacío, y la primera reacción de María Magdalena es la de
seguir pensando con categorías y con razonamientos humanos, sin creer en
las promesas de Jesús de que Él habría de resucitar entre los muertos. María Magdalena,
pero también Pedro y Juan, a pesar de haber estado tan cerca de Jesús, no creen
en sus palabras y en la promesa de su Resurrección y esa es la razón por la
cual buscan a un Jesús sin vida, un Jesús cadáver. Incluso María Magdalena, al
darse con la prueba de la Resurrección -el sudario y la Sábana Santa en el
suelo del sepulcro-, no toma a esto como una prueba de la veracidad de las
palabras de Jesús y continúa con sus razonamientos humanos: si el cadáver de
Jesús no está en el sepulcro, es porque se lo han llevado, no porque Jesús haya
resucitado realmente: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde
lo han puesto”. La verdad de lo sucedido –Jesús ha resucitado por su propio
poder y esa es la razón por la que no está en la tumba- es tan alta y
grandiosa, porque se origina en el Ser divino de Dios Trino, que escapa a la
mente humana que no posee la luz de la fe, y es por eso que, en vez de pensar
que ha resucitado como Él lo había anticipado, piensa que “alguien” ha robado
el cuerpo y es por eso que “no sabe dónde lo han puesto”. Para María Magdalena –como
para Pedro y Juan, antes de entrar al sepulcro-, Jesús no ha resucitado y es
por esto que el Jesús que buscan es un Jesús muerto y no vivo.
“Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Hoy también,
en la Iglesia, muchos bautizados –incluidos sacerdotes- viven con una fe
puramente humana, como la de María Magdalena, Pedro y Juan, antes de entrar en
el sepulcro: muchos piensan en Jesús, pero en un Jesús muerto, sin vida, desde
el momento en que sus mandamientos –amar al enemigo, bendecir al que nos
maldice, perdonar setenta veces siete, amarnos los unos a los otros con el Amor
con el que Él nos amó, el amor de la cruz-, no son norma de vida, ya
que la gran mayoría de los cristianos vive, no según los mandamientos de
Cristo, sino según su propio parecer. Esto es lo que explica, por ejemplo, que
los jóvenes no se casen por la Iglesia, o que los niños abandonen la Iglesia
inmediatamente después de haber “aprobado” el Catecismo de Primera Comunión y
la Confirmación. Muchos buscan y creen en un Jesús muerto, no vivo y
resucitado, y es por eso que las palabras, los mandamientos y los milagros de
Jesús no significan nada para ellos. Estos tales repiten, aunque sin saberlo,
las palabras de María Magdalena, antes de creer en la Resurrección: “Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En otras
palabras, como si dijeran: “Jesús está muerto y no sabemos dónde está”.
Sin
embargo, los cristianos hemos recibido, en el Bautismo sacramental, el germen
de la fe sobrenatural en Jesús y es por eso que, por la fe del Catecismo, no
podemos decir: “Jesús está muerto y no sabemos dónde está Jesús”. Por el
Catecismo de la Iglesia, sí sabemos dónde está Jesús: no está más con su Cuerpo
muerto en el sepulcro, que está vacío y desocupado, sino que está, vivo,
glorioso y resucitado, con su Cuerpo lleno de la vida, de la luz y de la gloria
de Dios, en la Eucaristía, en el sagrario, irradiando desde allí la luz de su
gloria divina. Por la fe de la Iglesia sabemos que Jesús no sólo ha resucitado
del sepulcro, dejándolo vacío, sino que está, con su Cuerpo resucitado,
glorioso y luminoso, en la Eucaristía. Es por esto que, iluminados por la luz
que brota del sepulcro en la madrugada del Domingo de Resurrección, nosotros
decimos con la Iglesia: “Sabemos dónde está el Cuerpo de Jesús resucitado: en
la Eucaristía”. Y es este el mensaje que debemos dar al mundo.
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