“Cuando
ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy”
(Jn 8, 21-30). En el momento en el
que Jesús sea crucificado, es decir, cuando más inerme y desamparado parezca a
los ojos de los hombres, cuando todos piensen que sus enemigos han triunfado
sobre Él, entonces quienes lo crucifiquen sabrán la Verdad acerca de Jesús:
sabrán que Él es Dios, puesto que “Yo Soy” es el nombre propio de Dios: “Cuando
ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy”.
En otras palabras, al aplicarse a sí mismo el nombre propio de Dios –“Yo Soy”-,
Jesús se está auto-revelando a sí mismo como Dios. Lo que resulta paradójico es
que el momento en el que, quienes lo crucifiquen, sepan quién es Él, es el
momento de la crucifixión, el momento de mayor debilidad y desamparo, y la
razón es que Dios se manifiesta con toda su omnipotencia en la debilidad
aparente de la cruz, para confundir y derrotar a los tres grandes enemigos
mortales de la humanidad: el demonio, el pecado y la muerte. Además, en el
momento en el que Jesús sea “levantado en alto”, es decir, crucificado, no solo
serán derrotados para siempre estos tres grandes enemigos del hombre, sino que
se producirá la efusión del Espíritu Santo en las almas de los que contemplen a
Jesús crucificado y será el Espíritu Santo quien les infundirá el conocimiento
sobrenatural acerca de Jesús de Nazareth: el que es levantado en la cruz no es
un hombre más entre tantos, aunque tampoco es un profeta ni un hombre santo, ni
siquiera el más santo entre los santos: el Crucificado es Dios Hijo en Persona,
que en la cruz despliega su omnipotencia divina y efunde el Amor de su Sagrado
Corazón.
“Cuando
ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy”.
No solo quienes asistían el Viernes Santo a la crucifixión de Jesús, fueron
iluminados por el Espíritu de Dios, quien les hizo saber que Jesús era el
Hombre-Dios: todo aquel que, arrodillado ante Jesús crucificado, bese con fe y
con amor sus pies clavados y sangrantes y le confiese sus pecados, se humille
ante Él y le pida su divino perdón, recibirá la iluminación interior del
Espíritu de Dios que no solo le hará saber que Jesús es Dios, sino que
incendiará su corazón en el Fuego del Divino Amor, para que ame a su Dios,
crucificado para la salvación de los hombres, y lo unirá a Cristo y en Cristo
lo llevará al Padre y lo unirá a Él en el Divino Amor. En la cruz, Jesús no
solo se da a conocer como el Hombre-Dios, sino que insufla su Espíritu en las
almas para que las almas se unan al Padre en el Divino Amor.
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