miércoles, 23 de marzo de 2016

Miércoles Santo


“Voy a celebrar la Pascua en tu casa” (Mt 26, 14-25). Siendo Jesús el Hombre-Dios y, por lo tanto, el Dueño del universo, no tiene sin embargo una casa propia y es por ese motivo que envía a sus discípulos a la casa de un hombre anónimo, pero amigo suyo, que posee una casa y una habitación adecuada para celebrar la Pascua: “Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. El Evangelio, y tampoco luego la Tradición, dicen nada acerca de este amigo de Jesús, que presta gustoso su casa para que allí Jesús celebre, en el Cenáculo, la Última Cena, pero aunque no digan nada de él, Jesús sí lo conoce y tiene tanta confianza en esta persona, que decide allí celebrar la Pascua de la Nueva Alianza, la Última Cena, la Primera Misa. Jesús confía tanto en esta persona –sabe que esta persona no solo no lo traicionará, denunciándolo a los fariseos o a los romanos, sino que le dará lo mejor que tiene para Él y sus Apóstoles-, que envía a sus discípulos con el mensaje de que ponga a punto el Cenáculo: “Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. Esta persona anónima, desconocida para los hombres pero conocida para el Hombre-Dios, tiene un cierto grado de riqueza, porque tener una casa y además una casa con dos plantas, como en la que se llevó a cabo la Última Cena, era indicativo de que esa persona tenía un buen pasar económico y que ponía todo ese buen pasar a disposición del Señor. Allí, en la casa de esta persona, en el lugar más íntimo y reservado de la casa, en el lugar mejor preparado, Jesús quiere celebrar su Pascua; allí, en la casa de esta persona, Jesús quiere comer la Cena Pascual: carne de cordero, pan sin levadura, vino. Allí quiere pasar Jesús las últimas horas, antes de comenzar su dolorosa Pasión; allí quiere dejar el testamento de su Amor, la Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el Mandato nuevo de la caridad, que los hombres “nos amemos los unos a los otros, como Él nos ha amado” (cfr. Jn 13, 23), es decir, hasta el fin, hasta la muerte de cruz.
“Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. La casa es símbolo del alma y del corazón del hombre, y es por eso que también hoy Jesús nos repite, a cada uno de nosotros: “Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. Jesús quiere entrar en nuestra casa, en nuestra alma, para celebrar la Pascua de la Alianza Nueva y Eterna en lo más íntimo y profundo de nuestro ser, en nuestro corazón. Jesús quiere que abramos nuestros corazones, para que lo dispongamos como el Cenáculo, por medio de la gracia, para que Él entre en nuestros corazones por la Comunión Eucarística y así Él cene con nosotros y nosotros con Él: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Jesús quiere que dispongamos nuestros corazones, como el Cenáculo de la Última Cena para allí celebrar su Pascua, pero nosotros los que preparamos la mesa, sino que es Jesús quien dispone nuestros corazones por su gracia y es Él quien nos convida el manjar, el banquete substancioso y delicioso de la Pascua de la Nueva Alianza: Jesús nos da a comer el manjar exquisito de la Nueva Alianza: la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía; el Pan Vivo bajado del cielo, su Cuerpo inhabitado por el Espíritu Santo; el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre derramada en el altar de la cruz y vertida en el cáliz eucarístico.

 “Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. Jesús en la Eucaristía está “a las puertas” de nuestros corazones y quiere entrar en ellos para cenar con nosotros, para celebrar con nosotros la Pascua de la Nueva y definitiva Alianza, para convidarnos el Banquete celestial, su Cuerpo glorioso y resucitado en el Santísimo Sacramento del Altar. Dispongamos nuestros corazones por medio de la gracia santificante, para unirnos a Jesús en el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, anticipo en la tierra de la bienaventuranza eterna.

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