“Voy
a celebrar la Pascua en tu casa” (Mt
26, 14-25). Siendo Jesús el Hombre-Dios y, por lo tanto, el Dueño del universo,
no tiene sin embargo una casa propia y es por ese motivo que envía a sus
discípulos a la casa de un hombre anónimo, pero amigo suyo, que posee una casa
y una habitación adecuada para celebrar la Pascua: “Voy a celebrar la Pascua en
tu casa”. El Evangelio, y tampoco luego la Tradición, dicen nada acerca de este
amigo de Jesús, que presta gustoso su casa para que allí Jesús celebre, en el
Cenáculo, la Última Cena, pero aunque no digan nada de él, Jesús sí lo conoce y
tiene tanta confianza en esta persona, que decide allí celebrar la Pascua de la
Nueva Alianza, la Última Cena, la Primera Misa. Jesús confía tanto en esta
persona –sabe que esta persona no solo no lo traicionará, denunciándolo a los
fariseos o a los romanos, sino que le dará lo mejor que tiene para Él y sus
Apóstoles-, que envía a sus discípulos con el mensaje de que ponga a punto el
Cenáculo: “Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. Esta persona anónima,
desconocida para los hombres pero conocida para el Hombre-Dios, tiene un cierto
grado de riqueza, porque tener una casa y además una casa con dos plantas, como
en la que se llevó a cabo la Última Cena, era indicativo de que esa persona
tenía un buen pasar económico y que ponía todo ese buen pasar a disposición del
Señor. Allí, en la casa de esta persona, en el lugar más íntimo y reservado de
la casa, en el lugar mejor preparado, Jesús quiere celebrar su Pascua; allí, en
la casa de esta persona, Jesús quiere comer la Cena Pascual: carne de cordero,
pan sin levadura, vino. Allí quiere pasar Jesús las últimas horas, antes de
comenzar su dolorosa Pasión; allí quiere dejar el testamento de su Amor, la
Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el Mandato nuevo de la caridad, que los
hombres “nos amemos los unos a los otros, como Él nos ha amado” (cfr. Jn 13, 23), es decir,
hasta el fin, hasta la muerte de cruz.
“Voy
a celebrar la Pascua en tu casa”. La casa es símbolo del alma y del corazón del
hombre, y es por eso que también hoy Jesús nos repite, a cada uno de nosotros: “Voy
a celebrar la Pascua en tu casa”. Jesús quiere entrar en nuestra casa, en
nuestra alma, para celebrar la Pascua de la Alianza Nueva y Eterna en lo más
íntimo y profundo de nuestro ser, en nuestro corazón. Jesús quiere que abramos
nuestros corazones, para que lo dispongamos como el Cenáculo, por medio de la
gracia, para que Él entre en nuestros corazones por la Comunión Eucarística y
así Él cene con nosotros y nosotros con Él: “He aquí que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y
él conmigo” (Ap 3, 20). Jesús quiere
que dispongamos nuestros corazones, como el Cenáculo de la Última Cena para allí
celebrar su Pascua, pero nosotros los que preparamos la mesa, sino que es Jesús
quien dispone nuestros corazones por su gracia y es Él quien nos convida el
manjar, el banquete substancioso y delicioso de la Pascua de la Nueva Alianza:
Jesús nos da a comer el manjar exquisito de la Nueva Alianza: la Carne del
Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, su Cuerpo glorioso y
resucitado en la Eucaristía; el Pan Vivo bajado del cielo, su Cuerpo inhabitado
por el Espíritu Santo; el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre
derramada en el altar de la cruz y vertida en el cáliz eucarístico.
“Voy a celebrar la Pascua en tu casa”. Jesús en
la Eucaristía está “a las puertas” de nuestros corazones y quiere entrar en
ellos para cenar con nosotros, para celebrar con nosotros la Pascua de la Nueva y definitiva Alianza, para convidarnos el Banquete celestial, su
Cuerpo glorioso y resucitado en el Santísimo Sacramento del Altar. Dispongamos nuestros
corazones por medio de la gracia santificante, para unirnos a Jesús en el Amor
de su Sagrado Corazón Eucarístico, anticipo en la tierra de la bienaventuranza
eterna.
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