“La paz sea con vosotros” (Lc 24, 35-48). Jesús resucitado se aparece en medio de los
discípulos y les dice: “La paz sea con vosotros”. No se trata de un mero
saludo, sino del efectivo don de la paz, uno de los más preciados frutos de su
misterio pascual de Muerte y Resurrección, puesto que se trata de la paz
verdadera, la paz interior del alma, la paz de Dios, no la paz del mundo; es la
paz que sobreviene al alma no solo porque han sido derrotados para siempre los
tres enemigos mortales que quitaban la paz al hombre –el demonio, el pecado y
la muerte-, sino que es la paz sobrenatural, celestial, que brota del Ser
divino trinitario, que es la Paz Increada en sí misma. La paz que da Cristo
resucitado, tiene entonces una doble vertiente: el hombre se llena de paz
porque ya no es enemigo de Dios porque sus pecados han sido borrados con la
Sangre de Cristo; porque el Demonio y la Muerte, que le quitaban la paz, han
sido vencidos para siempre por la cruz de Jesús, y porque su alma se inunda con
la paz misma de Dios, con Dios, que es un Dios pacífico –no pacifista- y de
paz.
La reacción de los discípulos –entre los que se encuentran
los discípulos de Emaús, quienes están precisamente relatando su encuentro con
Jesús resucitado al momento de aparecérseles Jesús- es la misma de todos:
incredulidad –no creen que Jesús haya resucitado, aún cuando lo están viendo-,
miedo –al punto que Jesús mismo les debe decir que no tengan miedo-, dudas –lo confunden
con un fantasma, a pesar de que están viendo su Cuerpo glorioso-, y también
están incapacitados, al igual que María Magdalena en el Huerto, al igual que
los discípulos de Emaús en el camino, de reconocer a Jesús resucitado, y la
razón es que la naturaleza humana no puede, por sí misma, ni comprender la
realidad de la Resurrección, ni contemplar la gloria de Dios, que se manifiesta
a través del Cuerpo glorioso de Jesús: necesitan la luz del Espíritu Santo,
infundida por Jesucristo, para que sean capaces de creer, aceptar y amar la
realidad de la Resurrección. Esto es lo que explica lo que dice el Evangelio: “Entonces
les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Jesús “abre el
entendimiento” de los discípulos, para que puedan “comprender las Escrituras”
y, consecuentemente, puedan contemplarlo a Él en cuanto resucitado. Esto significa
que es necesario el don del Espíritu Santo para que el alma humana pueda, por
medio de la luz divina, comprender, creer y amar los misterios de la vida de
Jesús y su evento pascual redentor. Si no se produce esta intervención del
Espíritu de Dios, que ilumina las mentes y los corazones para que sean capaces
de contemplar el misterio sobrenatural absoluto del Hijo de Dios, encarnado,
muerto en cruz y resucitado, se piensa y se cree sólo con categorías humanas,
reduciendo el misterio de Jesucristo a lo que la razón humana puede comprender
y reduciendo por lo tanto el cristianismo a un sistema de auto-ayuda y
superación personal.
Lo
mismo sucede con la Presencia de Jesús resucitado, vivo y glorioso en la Eucaristía:
si no está la luz del Espíritu Santo, los bautizados se comportan, con respecto
a Jesús Eucaristía, como los discípulos ante la aparición de Jesús: hay dudas
sobre la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía; se
piensa que es un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa; se confunde
la Presencia gloriosa de Jesús en la Eucaristía con una presencia simbólica. En
definitiva, si no media la iluminación del Espíritu de Dios acerca de la
Eucaristía, se reduce su Presencia a lo que la razón humana puede comprender,
lo cual significa, en la práctica, reducir a la nada el misterio eucarístico y
convertir al cristianismo en un psicologismo que lo único que persigue es la
auto-superación personal.
“La
paz sea con vosotros”. Desde la Eucaristía, Jesús resucitado nos comunica la
paz de su Sagrado Corazón, la misma paz que comunicó a los discípulos luego de
resucitado, y es la paz que fundamenta nuestra paz interior y que nos obliga,
en el Amor de Dios, a dar la paz a nuestros hermanos, comenzando por aquellos
que son nuestros enemigos, por algún motivo circunstancial. Pero para poder comprender
el don de la paz de Jesús Eucaristía, es necesario que Jesús “abra nuestras
mentes y corazones” con la luz del Espíritu Santo, y es por eso que le decimos
a Jesús Eucaristía: “Ven, Señor Jesús (Ap
2, 20), aumenta mi fe (Mc 9, 23) en
tu gloriosa resurrección y en tu gloriosa Presencia Eucarística, para que pueda
yo ser un instrumento de paz celestial para mis hermanos”.
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