jueves, 24 de marzo de 2016

Jueves Santo


Jesús lava los pies a sus discípulos.
(Jacopo Tintoretto)


 (Ciclo C - 2016)

“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1-15). Jesús, en su omnisciencia divina sabe, el Jueves Santo, que ha llegado “la hora de pasar de este mundo al Padre”; sabe que ha llegado la hora de su dolorosa Pasión; sabe que ha llegado la hora de la Cruz. Jesús sabe, porque es Dios, lo que habrá de ocurrirle; sabe que será traicionado, vendido por dinero, flagelado, coronado de espinas y crucificado; sabe que le espera una Pasión dolorosísima, porque siendo Él Inocente, cargará con todos nuestros pecados y se interpondrá entre nosotros y la Justicia Divina, para recibir sobre sí los castigos que merecíamos todos y cada uno de nosotros, para lavar nuestros pecados con su Sangre y para concedernos la filiación divina y la vida eterna.
Jesús sabe todo esto, sabe que habrá de sufrir todos los dolores y las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, en su cuerpo y en su espíritu, para poder redimir a toda la humanidad y para poder expiar todos los pecados. Y es en este momento, el momento dramático de la Pasión, en donde se revela el motor que lo impulsa, desde lo más profundo de su Ser divino trinitario, a sufrir la Pasión por nuestra salvación, y es el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Es por Amor que Jesús, siendo Dios Eterno, engendrado desde la eternidad por el Padre, se encarnó; es por Amor que vivió su vida oculta; es por Amor que predicó e hizo milagros públicamente, anunciando la Buena Noticia; es por Amor que acepta voluntaria y libremente sufrir cruel muerte de cruz para salvarnos; es por Amor que ahora, en la Última Cena, emprende la última fase de su misterio pascual, la Pascua, el Paso, que lo hará pasar de esta vida a la otra, y es el Amor el que lo impulsa y lo mueve, de tal manera, que lo lleva a “amar a los suyos hasta el fin”: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Es el Amor, que arde con Fuego divino en su Corazón, el que lo lleva a “amar a los suyos hasta el fin”, es decir, hasta la muerte de cruz. Es por eso que todo lo que Jesús haga en la Última Cena, está motivado, impulsado y motorizado por el Divino Amor y no hay nada de todo lo que Jesús hace en la Última Cena, que no sea a causa del Divino Amor: “(…) habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin”.
Todo lo que hace Jesús en la Última Cena, lo hace por Amor: es por Amor que parte al Padre, para “prepararnos una mansión” (cfr. Jn 14, 2) en el Reino de los cielos, para cada uno de nosotros; es por Amor que se humilla hasta lo inimaginable –Él, siendo Dios Hijo encarnado y por lo tanto, Dios de majestad infinita-, realizando una tarea propia de esclavos, como la de lavar los pies, y lo hace para pedirnos a todos que encaminemos nuestros pasos por el Camino Real de la Cruz, que lleva a la salvación y que evitemos el camino ancho y espacioso, sin cruz, que lleva a la eterna condenación-; es por Amor que confía a su Iglesia -nosotros, el Pueblo de la Nueva Alianza- la celebración, hasta el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final, del memorial de su muerte y resurrección, es decir, la Santa Misa, representación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, y para que cumplamos lo que nos pide es que instituye el Sacramento del Orden –por el cual los sacerdotes ministeriales participarán de su Sacerdocio, el Sacerdocio suyo, que es el Sumo y Eterno Sacerdote- e instituye también la Eucaristía, el Santísimo Sacramento del Altar, Sacramento por el cual Él habría de permanecer en medio de nosotros, su Iglesia, “hasta el fin de los tiempos” (cfr. Mt 28, 20); Sacramento por el cual habría de darnos no solo fortaleza para sobrellevar las tribulaciones de la vida, sino su mismo Sagrado Corazón, vivo, palpitante, glorioso y resucitado y lleno del Divino Amor, el Espíritu Santo.

 “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Por Amor, Jesús se humilla, lavando los pies a sus Apóstoles –incluido Judas Iscariote, el traidor-; es por Amor que nos deja la Santa Misa, el Sacerdocio ministerial y la Eucaristía; es por Amor que sufre la Pasión, para salvarnos. Por lo tanto, también es por Amor –el Amor del Sagrado Corazón, no nuestro amor humano, pequeño, mezquino y egoísta- y en acción de gracias, que debemos imitar a Jesucristo en su humillación –se humilló en la obediencia, hasta la muerte de cruz- y en su Pasión, cargando la cruz de cada día y siguiéndolo por el Via Crucis, pidiendo la gracia de participar de su Pasión mediante los sufrimientos y tribulaciones que acarrea la vida, para que de esta manera, a través de nuestras vidas, unidas a su vida y sacrificio en cruz, se manifieste a los hombres aquello que Jesús ha realizado para nosotros al precio de su Sangre, la eterna salvación.

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