viernes, 11 de marzo de 2016

“Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”


Jesús perdona a la mujer adúltera
(Pieter Van Lint)

(Domingo V - TC - Ciclo C – 2016)

         “Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más” (Jn 8, 1-11). Jesús, en cuanto Divino Legislador y Sumo y Eterno Juez, es también Dios de misericordia infinita, y ante el caso de la mujer adúltera, muestra cómo la misericordia prevalece sobre la Divina Justicia: “Yo tampoco te condeno”. Ahora bien, no hay que entender esta misericordia divina de modo falsificado, porque Jesús perdona a la mujer adúltera –que muchos dicen que es María Magdalena- y en esto la Misericordia triunfa sobre la justicia, pero al mismo tiempo, le advierte que no vuelva a pecar: “Vete y no peques más”. Es decir, si bien la misericordia triunfa sobre la justicia, la justicia siempre está y está dispuesta a pasar por sobre la misericordia si el alma se obstina, sin arrepentimiento, en el mal. Al decirle Jesús: “Vete y no peques más”, le está diciendo que se aleje del pecado, que viva en la gracia que acaba de recibir. Esto también les cabe a los jueces que pretenden apedrearla, porque Jesús los desenmascara y les evidencia su hipocresía: pretenden apedrear a una mujer por su pecado, cuando ellos mismos están llenos de pecado, pero esto no significa una justificación del pecado de la mujer ni mucho menos, sino que los pretendidos jueces justicieros quedan evidenciados en su hipocresía y que a ellos mismos les vale la advertencia de Jesús: “No pequen más”. Si esto no es así, entonces los jueces, por ser hipócritas, justificarían el pecado de la mujer adúltera, lo cual es falso, porque Jesús no justifica el pecado de nadie: los perdona, por su misericordia, pero al mismo tiempo advierte que no se debe volver a pecar, porque con la misericordia de Dios no se juega: “De Dios nadie se burla” (Gál 6, 7).
La escena, real, anticipa el Sacramento de la Penitencia, en donde el penitente expone, ante la Divina Misericordia, sus pecados, pero para que estos queden destruidos por el poder de la Sangre de Jesús; ahora bien, la condición de la actuación de la misericordia de Dios, en el Sacramento de la Penitencia, es el arrepentimiento del penitente –y si es una contrición, es decir, un arrepentimiento perfecto, mucho mejor-, es decir, que el penitente tome conciencia de la malicia del pecado que anida en su corazón, de la magnitud de la ofensa que esta malicia significa hacia la bondad y la majestad divina, y también la repercusión que tiene sobre el Cuerpo real de Cristo, pues la corona de espinas, los golpes, las flagelaciones y la misma crucifixión, se deben a nuestros pecados personales, los que confesamos en el Sacramento de la Penitencia. Es requisito indispensable, para la absolución, que el penitente se arrepienta de sus pecados, para recibir la Misericordia de Dios, porque si el corazón se cierra en su pecado y se convierte en impenitente, se vuelve voluntariamente impermeable  al perdón de Dios y la Misericordia Divina nada puede hacer. Jesús le dice a la mujer pecadora: “Vete y no peques más”, le está diciendo claramente que es necesario su arrepentimiento y su propósito de enmienda y esto lo recuerda la Iglesia en la fórmula que el penitente dice al final: “Propongo firmemente no pecar más y evitar toda ocasión próxima de pecado”. Si no está esta condición, la de hacer el propósito de no volver a pecar, no están dadas las condiciones para la absolución.

“Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”. Cada vez que nos confesamos, Jesús nos repite las mismas palabras: “Vete y no peques más” y para eso es que hacemos el propósito de “evitar las ocasiones próximas de pecado”: sólo así el alma se asegura de vivir siempre en la gracia de Dios, con Jesús inhabitando en Persona en el alma.

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