“Mujer,
¿por qué lloras?” (Jn 20, 1-18). María
Magdalena va al sepulcro en busca del cuerpo muerto de Jesús; va a hacer una
obra de misericordia, que es rezar por vivos y muertos, pues piensa, con su
mente sin fe en las palabras de Jesús, que Él no ha resucitado y sigue por lo
tanto, tendido sobre la piedra de la tumba. Al llegar al sepulcro, ve que la
piedra de la entrada ha sido desplazada de su lugar, se asoma al sepulcro, lo
ve vacío y comienza a llorar. Dos ángeles, con
apariencia humana, le preguntan el motivo de su llanto: “Mujer, ¿por qué
lloras?”. María Magdalena llora porque piensa que se han robado el cuerpo
muerto de Jesús: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.
Dicho esto, María Magdalena se da vuelta y ve a Jesús, aunque piensa que es el
jardinero y ante la pregunta de Jesús –formula la pregunta de modo idéntico a
la de los ángeles: “Mujer, ¿por qué lloras?”-, contesta de la misma manera,
creyendo todavía que Jesús está muerto y que en este caso es el jardinero quien
se lo ha llevado: “Señor, si tú lo has llevado, dímelo dónde lo has puesto y yo
lo recogeré”. Jesús la llama por su nombre –“María”- al tiempo que le concede
la gracia de poder reconocerlo y es por eso que María Magdalena se arroja a sus
pies para adorarlo, diciéndole: “Rabboní”.
A
muchos en la Iglesia les sucede lo que a María Magdalena antes de su encuentro con
Jesús resucitado: creen en Jesús, pero en un Jesús muerto y no resucitado,
desde el momento en que, por un lado, sus mandamientos –los mandamientos
específicos de Jesús: amar a los enemigos, cargar la cruz, perdonar las
ofensas, ofrecer la otra mejilla, amar al prójimo hasta la muerte de cruz- no
significan nada para estos tales, ya que si Jesús está muerto, no vale la pena,
de ninguna manera, seguir las órdenes de quien está muerto; por otro lado, aunque
se dicen “católicos”, en realidad creen en un Jesús muerto, porque en el fondo
no creen que esté vivo, resucitado y glorioso, en la Eucaristía y es por eso
que viven la vida terrena sin acudir jamás al sagrario, para hablar con Jesús
de Corazón a corazón; es por eso que no acuden jamás al Sacramento de la
Penitencia, que les permitiría comulgar y poseer en sus corazones al Hijo de Dios encarnado y resucitado en la Eucaristía; es por eso
que no acuden jamás a la Comunión sacramental –en estado de gracia- para
recibir a Jesús resucitado, porque efectivamente piensan que está muerto y no
resucitado.
“Mujer,
¿por qué lloras?”. El Evangelio nos muestra a dos Marías Magdalenas: la
primera, triste, llorando, porque cree en un Jesús muerto; la segunda, una
María Magdalena que, exultante de alegría celestial, adora a Jesús resucitado
postrándose a sus pies. Entonces, antes del encuentro con Jesús, hay en María
Magdalena oscuridad espiritual, tristeza, miedo, duda; luego del encuentro con
Jesús resucitado, hay en ella luz celestial infundida por Jesús, además de una
inmensa alegría, que es la que la lleva a comunicar a los demás la maravillosa
noticia de la Resurrección de Jesús. Quien se encuentra con Jesús vivo,
glorioso y resucitado en la Eucaristía, recibe de Jesús lo mismo que María
Magdalena: luz celestial, amor divino y alegría, mucha alegría sobrenatural, la Alegría de Dios, venida
desde algo que es infinitamente más grande que los cielos eternos, el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús.
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