“Alegraos”
(Mt 28, 8-15). La primera palabra que
Jesús resucitado dice a las santas mujeres de Jerusalén contiene, ante todo, un
mandamiento: “Alegraos”. Puesto que lo que dice a las santas mujeres lo dice a
toda la Iglesia, lo que Jesús nos manda, positivamente, es a alegrarnos: “Alegraos”.
Ahora bien, ¿de qué alegría se trata?
¿Es una alegría que nace de nosotros mismos? ¿Es la alegría del mundo? ¿O se
trata, por el contrario, de una alegría desconocida para el hombre? La respuesta
se encamina más bien hacia la tercera posibilidad, puesto que la alegría que
manda Jesús no es la mera alegría que nace del corazón del hombre; no es una
alegría basada en la naturaleza humana; no es una alegría que se pueda
impostar; no es una alegría meramente humana, basada en aquello que la mente y
la razón humanas pueden descubrir con sus elucubraciones. Es decir, no se trata
de una alegría que pueda nacer del corazón humano; no es una alegría que pueda
ser producida por las fuerzas de la naturaleza humana. Mucho menos se trata de
una alegría mundana, la alegría que surge de las cosas del mundo, tomado este
en sentido del espíritu que es opuesto a Dios, es decir, de todo aquello que es
malo, como la concupiscencia de la vida o las tentaciones consentidas. Se trata,
como afirmábamos anteriormente, de una alegría desconocida para el hombre,
porque es la alegría de la Resurrección, y esa alegría viene no solo por el
hecho en sí mismo de la Resurrección, sino porque Jesús resucitado comunica al
alma, con la gracia, la participación a su vida divina y al hacerlo, le
comunica de su misma alegría, una alegría que brota del Ser divino trinitario
como de su fuente inagotable, puesto que “Dios es Alegría infinita”, como dice
Santa Teresa de los Andes. Entonces, el mandato de Jesús –“Alegraos”- no
consiste en una alegría impostada, superficial, originada ni en el alma y sus
potencias y ni mucho menos en el mundo, sino que se trata de una alegría que es
la alegría misma de Dios; el “Alegraos” de Jesús, es entonces consecuencia de
la Presencia de Dios Trino en el alma por la gracia, y puesto que Dios es en sí
mismo “Alegría infinita”, eterna, celestial, la alegría que nos comunica Jesús
resucitado es al mismo tiempo la alegría que experimentan los ángeles y santos
en el cielo.
“Alegraos”,
nos dice Jesús resucitado, al tiempo que nos comunica el don de la Alegría de
la Resurrección y la Alegría que es Él en sí mismo y esta alegría, que brota de
su Ser divino trinitario, la que el alma comienza a experimentar y a vivir, ya
en el tiempo, como un anticipo de la Alegría que vivirá en la eternidad, en el
Reino de los cielos.
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