jueves, 10 de marzo de 2016

“Mi testimonio (…) son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo”



“Mi testimonio (…) son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo” (cfr. Jn 5, 31-47). Jesús, el Mesías, se auto-proclama como Dios Hijo, en igualdad de majestad -“que todos honren al Hijo como honran al Padre”-y poder -“lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”- que el Padre. Esta revelación, basada en la realidad del Ser trinitario de Jesús -por cuanto Él es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada o unida hipostáticamente, personalmente, a una naturaleza humana-, constituye para los fariseos un motivo de –incomprensible- escándalo, ocasionado por su negativa voluntaria a creer en sus palabras. En consecuencia, tratándolo –al menos indirectamente- de mentiroso e impostor, lo acusan de blasfemia, afirmando que “se hace igual a Dios”, razón por la cual buscarán “matarlo” (cfr. Jn 5, 17-30).
La negativa de los fariseos a reconocer la divinidad de Jesús es infundada, porque se trata de una decisión voluntaria y libre de no querer creer en Jesús. Para tratar de romper esta obstinación en el mal, es que Jesús les revela que lo que Él hace –sus milagros- son un testimonio de lo que Él afirma de sí mismo –el ser Dios Hijo- es verdad: “Mi testimonio (…) son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo”. El razonamiento es simple: si alguien dice ser Dios y realiza obras –signos, milagros, prodigios- que sólo Dios puede hacer, entonces, ese Alguien, es quien dice ser, esto es, Dios. Jesús les dice, en definitiva: “Los milagros que Yo hago son la prueba de que Yo Soy Dios”. Y en el Evangelio hay innumerables milagros realizados por Jesús –multiplicación de panes y peces, resurrecciones de muertos, curaciones de todo tipo, expulsiones de demonios, etc.-, los cuales son de tal magnitud, que sólo la omnipotencia divina puede llevarlos a cabo. Si los milagros son un testimonio de la divinidad de Jesús, lo contrario también es cierto: si alguien afirma ser Dios –como los casos de los falsos mesías aparecidos en la historia y sobre todo los de los últimos tiempos, los de la Nueva Era-, pero se muestra incapaz de hacer milagros propios de Dios, entonces ese alguien es un impostor.

“Mi testimonio (…) son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo”. La obstinación en el mal hará que los fariseos, movidos por el odio a Jesús, lo acusen con calumnias, lo condenen a muerte en un juicio inicuo, y finalmente lo crucifiquen. Ahora bien, de modo análogo, así como los milagros testimonian la divinidad de Jesús, así también la Iglesia realiza un milagro, infinitamente más grandioso que todos los grandiosos milagros de Jesús, y es la conversión de las ofrendas sin vida del pan y del vino, en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, en la Santa Misa, y esto es un testimonio acerca de la naturaleza divina de la Iglesia Católica, por cuanto ninguna otra Iglesia en el mundo puede obrar este milagro que asombra y maravilla a los ángeles y santos. Quienes niegan este carácter divino de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, se comporta como los fariseos del Evangelio.

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