“¿Quieres
curarte?” (Jn 5, 1-16). Jesús
encuentra a un paralítico en uno de los pórticos de la piscina de Betsaida,
quien estaba enfermo desde hacía más de
treinta años, y que esperaba vanamente por alguien que lo sumergiera en la
piscina para curarse milagrosamente ante la llegada del Ángel del Señor. La
pregunta de Jesús es retórica, pues es evidente que el hombre se encontraba
allí para lograr la curación y si no había obtenido su curación, es porque no
recibía auxilio de parte de ninguno de los que acudían a la piscina. Luego de
su pregunta retórica, Jesús cura inmediatamente al paralítico, al cual, al
encontrarlo más tarde en el Templo, le advierte que “no vuelva a pecar”: “Has
sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía”.
En el entretiempo, los judíos, que han encontrado al paralítico llevando su
camilla luego de ser curado, le reprochan su falta legal, pues “es sábado y no (te)
está permitido llevar tu camilla”, al tiempo que averiguan acerca de Jesús “para
atacarlo”, porque “hacía estas cosas –es decir, curaba- en sábado”.
En
el episodio evangélico se contraponen con toda claridad, por un lado, la Misericordia
Divina, encarnada en Jesús, que cura inmediatamente, gratuitamente, al
paralítico, dándole alivio luego de treinta y ocho años de enfermedad; por otro
lado, destaca la indiferencia y falta de caridad de los hombres –ninguno de los
asistentes a la piscina se acerca para ayudar al paralítico a entrar en ella-,
y al mismo tiempo, la observancia escrupulosa y legalista, vacía de amor a Dios
y al prójimo, de parte de los fariseos, quienes primero, en vez de alegrarse
porque el paralítico ha sido aliviado de su dolencia, le reprochan su falta
legal –transportar su camilla en sábado- y en vez de dar gracias a Jesús que,
con su misericordia, lo ha curado, lo buscan “para atacarlo”, también por su
supuesta falta legal. Es decir, si fuera por los fariseos, ni Jesús debería
haber curado al enfermo, ni el enfermo habría podido luego transportar su
camilla para retirarse del lugar, una vez sanado. Contrasta por lo tanto el
amor misericordioso de Dios, con la necedad y la ceguera espiritual de los
fariseos.
Ahora
bien, hay además otro elemento a tener en cuenta y es lo que Jesús le dice al
final al paralítico: “Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán
peores cosas todavía”. Puesto que podemos decir que en el paralítico –que fue
un hombre real, verdaderamente enfermo y que verdaderamente recibió la curación
milagrosa por parte de Jesús- está representada la humanidad caída en el pecado;
y puesto que también podemos decir que su curación es representación del
Sacramento de la Penitencia, en donde el alma es levantada de su postración por
la gracia santificante, esta última advertencia es también para nosotros: Jesús,
con su Amor misericordioso, nos perdona nuestros pecados, pero nos pide que evitemos
el pecado definitivamente, tal como la Santa Madre Iglesia nos hace decir en la
fórmula del arrepentimiento: “Propongo firmemente no pecar más y evitar toda
ocasión de pecado”. Al recibir la absolución en la Confesión sacramental, Jesús
nos dice a través del sacerdote ministerial lo mismo que le dijo al paralítico
ya curado: “Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán
peores cosas todavía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario