“El
Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo” (Mt 13, 44-46). Jesús compara al Reino de
los con un “tesoro” que alguien “encuentra en un campo”. La reacción de esta
persona es, al darse cuenta de que se trata de un tesoro invalorable, la de “vender
todo lo que tiene” para “comprar el campo” y así quedarse con el tesoro.
Como
en todas las parábolas, para desentrañar sus enseñanzas, es necesario
reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el tesoro
escondido es la Eucaristía y también la gracia santificante: se trata de
verdaderos tesoros espirituales, invalorables, porque no hay nada en el
universo, visible o invisible, que sea de mayor valor que la gracia y la
Eucaristía. El campo es la Santa Iglesia Católica, en la que se encuentra el "tesoro escondido", más valioso que el universo visible e invisible juntos, la Eucaristía y también se encuentran los Sacramentos, que conceden ese otro gran tesoro que es la gracia santificante; el hombre que encuentra el tesoro es el propio hombre antes de su conversión, es decir, con sus pecados y sus concupiscencias
y es también el mundo anticristiano, que con sus leyes contrarias a la voluntad
divina lo apartan de Dios; el hecho de “vender todo lo que tiene para comprar
el campo”, es la renuncia que hace el hombre al pecado, al demonio, al mundo y
a la carne, para vivir de la gracia y de la Eucaristía, espiritualmente
hablando.
“El
Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”. Tenemos un
tesoro invalorable en la Iglesia, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor; vendamos todo lo que tenemos, espiritualmente
hablando, como el hombre de la parábola, para quedarnos con ese tesoro, el Sagrado Corazón Eucarístico, para siempre.
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