“La
siembra en tierra buena es la Palabra entendida y puesta por obra” (cfr. Mt 13, 18-23). Jesús en persona da la
interpretación de la parábola del sembrador: la semilla que cae a lo largo del
camino, es el hombre que, sin el auxilio de la gracia, emprende la lectura de
la Palabra de Dios pero como la Palabra es de origen sobrenatural, sin el
auxilio divino, no puede comprenderla, por lo que el demonio arrebata lo poco
que ha podido asimilar de esta Palabra divina. El hombre inconstante es el que escucha
la Palabra y primero se entusiasma pero frente a una tribulación o a una
persecución a causa de la Palabra, la abandona y por eso tampoco da frutos de
santidad. El hombre que escucha la Palabra pero la abandona al elegir los
placeres del mundo y las seducciones de la riqueza y del poder, tampoco da
frutos de santidad.
Por
último, la semilla que da fruto es la que cae en tierra buena: es el hombre
que, por la gracia santificante, escucha la Palabra de Dios, la Sagrada
Escritura, la recibe sacramentalmente en la Eucaristía, e iluminado por esta
misma gracia, comprende la Palabra de Dios y da frutos de santidad, es decir,
escucha y obra en consecuencia según lo escuchado. Son los santos, los que
dieron fruto al ciento por ciento, luego de escuchar la Palabra de Dios, porque
la pusieron por acto, al obrar obras de misericordia, corporales y
espirituales, e incluso dieron también sus vidas por la Palabra de Dios.
Entonces, que demos fruto o no luego de escuchar la Palabra, depende de la
gracia santificante y estar en gracia santificante o vivir en el pecado,
depende de nuestra propia libertad.
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