“Los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto” (cfr. Mt 13, 1-9). Jesús relata la parábola
del sembrador y de las semillas, unas se secan y no dan fruto, mientras que
otras dan fruto. Para comprender un poco la parábola, debemos reemplazar los
elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el terreno en donde caen las
semillas, es el corazón del hombre; las semillas, es la Palabra de Dios,
revelada en la Sagrada Escritura. Ante esto, surge una pregunta: ¿de qué
depende el hecho de que unas semillas den fruto y otras no? Depende de un
elemento que no se nombra en la parábola, pero que es lo que hace que el
terreno sea fértil y es la gracia santificante. Es decir, en el corazón del
hombre que está en estado de gracia santificante, la Palabra de Dios germina,
crece y da fruto, en algunos más, en otros menos, pero en todos da fruto. De
esto se deduce la imperiosa necesidad de conseguir, conservar y aumentar el
estado de gracia santificante –la cual se nos da por los sacramentos, sobre
todo la Penitencia y la Eucaristía-, porque es la gracia de Jesucristo la que convierte
nuestro corazón, en sí mismo un terreno árido y pedregoso, sin capacidad de dar
frutos de santidad, en un terreno fértil, que puede dar abundantes frutos de
misericordia, de caridad, de santidad.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
sábado, 17 de julio de 2021
“Los granos que cayeron en tierra buena dieron fruto”
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