“Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto” (Jn 20, 1-2. 11-18). María Magdalena va
al sepulcro el Domingo de Resurrección, de madrugada y al no encontrar a Jesús,
piensa que alguien se ha llevado su cadáver y es eso lo que les dice a Pedro y
a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán
puesto”. Lo que sucede con María Magdalena es que, si bien cree, conoce y ama a
Jesús, en el fondo, no cree en su resurrección, por lo que en su mente y en su
corazón Jesús es un hombre santo, pero que ha muerto en cruz, no ha resucitado
y alguien se ha llevado su cadáver, cambiándolo de lugar. Ésa es la razón de su
tristeza y de su llanto: no cree en la resurrección de Jesús y sí cree, en
cambio, en un Jesús muerto. La tristeza de María Magdalena se convierte en
alegría incontenible cuando se encuentra con Jesús resucitado y Jesús le concede
la gracia de la iluminación sobrenatural de su mente y de su corazón, que le
permite creer en la resurrección de Jesús.
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo
habrán puesto”. No debemos pensar que María Magdalena es la única que no cree
en la resurrección de Jesús; no debemos pensar que María Magdalena es la única
en creer en un Jesús muerto, no resucitado: vista la casi absoluta ausencia de
católicos bautizados a la más grande ofrenda sacrificial a la Trinidad que
lleva a cabo la Iglesia todos los domingos, la ofrenda del Cordero de Dios,
resucitado y glorioso en la Eucaristía, a la Santísima Trinidad, es de suponer
que la inmensa mayoría de los católicos se encuentra en una situación análoga a
la de María Magdalena antes del encuentro personal con Jesús resucitado. Es
decir, pareciera que la inmensa mayoría de los católicos no cree en la
resurrección de Jesús y por lo tanto no cree en su Presencia gloriosa y
resucitada en la Eucaristía, porque de lo contrario, nadie dejaría de asistir a
la Santa Misa.
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo
habrán puesto”. Por la luz de la fe, podemos parafrasear a María Magdalena y
decir: “Sí sabemos dónde está el Cuerpo de Jesús: está resucitado, vivo y
glorioso, no tendido en el sepulcro, sino de pie, triunfante y victorioso, en
la Sagrada Eucaristía. Sí sabemos dónde está el Cuerpo glorioso de Jesús
resucitado: en el sagrario, en el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada
Eucaristía”. Es esta noticia la que debemos anunciar al mundo de hoy.
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