lunes, 28 de enero de 2013

Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la Voluntad de Dios



“Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la Voluntad de Dios” (Mc 3, 13-15). Mientras Jesús está predicando a la multitud, que lo escucha atentamente, llegan la Virgen y sus primos; algunos de los presentes le avisan de la llegada, y Jesús responde de una manera que hace pensar que desconoce o niega tanto a su Madre, la Virgen, como a sus primos. En efecto, dice: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Son los que cumplen la Voluntad de Dios". Es decir, con esta respuesta, parece que Jesús dijera: "Mi Madre no es la Virgen, ni los que vinieron con Ella son mis hermanos. Mi Madre y mis hermanos son los que cumplen la Voluntad de Dios".
Sin embargo, aunque pudiera parecer lo contrario, las palabras de Jesús no significan, de ninguna manera, una negación de su madre ni de sus primos; no quiere decir que Jesús rechaza o reniega de los vínculos de sangre, ni tampoco significa la negación de las obligaciones que nacen del parentesco[1]. Todo lo contrario, Jesús siempre se mostró sumamente exigente en lo relativo al trato debido a los progenitores, como cuando condena la casuística farisea que hacía posible a los hijos desobedientes evadir las obligaciones impuestas por el cuarto mandamiento (cfr. Mc 7, 9-13), y durante toda su vida, pero sobre todo en su agonía en la Cruz, muestra gran amor y solicitud por su Madre (cfr. Jn 19, 26).
Lo que Jesús quiere inculcar aquí es que las exigencias del parentesco natural están subordinadas al deber primordial de hacer la voluntad de Dios[2]; es decir, Jesús hace ver que sobre las exigencias de la familia biológica, se encuentra el cumplimiento de la voluntad divina.
Pero Jesús no solo quiere dar una norma moral; mucho más que esto, Jesús ha venido a establecer una nueva forma de relación familiar entre los seres humanos, una relación familiar que establece lazos de unión mucho más profundos que los de la sangre, y es la relación dada por la gracia santificante. Hasta Jesús, los seres humanos nacen en el seno de una familia y pertenecen a la misma por los lazos sanguíneos (se puede pertenecer también a una familia a través de la adopción, pero no es lo habitual); a partir de Jesús y su gracia, surge en la especie humana una Nueva Familia, la familia de quienes poseen la gracia de la filiación divina, ya que por esta poseen a Dios por Padre, a la Virgen por Madre, y a Jesús por Hermano. Todo bautizado entra a formar parte de esta nueva familia humana, la familia de los hijos de Dios, cuyo distintivo es la caridad o amor sobrenatural, amor que se demuestra en el cumplimiento por amor de la Voluntad divina. De esta manera los bautizados, convertidos en hijos adoptivos de Dios por la gracia de la filiación divina recibida en el bautismo sacramental, se reconocen entre sí como miembros de una misma familia, la familia de los hijos de Dios, unidos por un lazo más fuerte que el biológico, la gracia santificante, cuyo deseo es cumplir la Voluntad de Dios Padre, expresada en Jesucristo.
“Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la Voluntad de Dios”. Los bautizados, los integrantes de la familia de Jesús, se caracterizan por cumplir la Voluntad de Dios, expresada en el Primer Mandamiento: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 502.
[2] Cfr. ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario